Por Omar Piña

[Talento y disciplina de Elena González Colín]

Su tesoro más preciado era la fe, el cofre donde la guardaban estaba forjado con los principios de San Agustín de Hipona y el enfoque de misión humanista basada en los principios establecidos por Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam. De tal forma, ellos estaban impregnados por las ideas de los más encumbrados promotores de la reforma ética y pacífica de la Iglesia de su tiempo. Eran siete, procedían del convento de San Esteban de Toledo y fueron los primeros frailes agustinos que desembarcaron en Veracruz, por allá del año 1533.

Era la tercera orden mendicante que se establecía en la Nueva España, porque el conquistador Hernán Cortés fue bien claro al plantear que para ese nuevo mundo lo más conveniente serían las órdenes religiosas, a quien el rey podría controlar tanto mejor que a los obispos y su clero secular. Y en un principio así fue, se apostó por un proceso de evangelización con la rama misionera de órdenes, que resultaría más obediente y barata. La corona se alió con el Papado y llegaron a un trato: formaron un Real Patronato. Con esa figura jurídica se delegó en el rey la autoridad eclesial sobre los nuevos territorios.

Y al igual que los franciscanos y los dominicos, la tarea que los agustinos enfrentaron no fue sencilla: implementar el proceso civilizatorio europeo a grupos étnicos socialmente constituidos que a pesar de la avasalladora conquista, sostuvieron sus rasgos culturales de identidad mesoamericana. Para ello, los frailes tuvieron que adaptarse a los indios y fue necesario aprender sus lenguas, conocer sus costumbres, creencias y acomodarse a sus medios geográficos. 

Para los frailes de aquellas tres primeras órdenes, una de las primeras tácticas más socorridas era buscar alianza con las élites indias. La segunda fue transformar la base de organización social y convertir el núcleo mesoamericano de “altépetl” en cabeceras políticas. Tercera, fundar un convento por cada núcleo territorial. El convento era un punto de culminación que significaba una presencia en territorios y pueblos. Aquella fórmula tuvo éxito hasta 1749, cuando un decreto del entonces rey Fernando VI puso fin a la preeminencia de las órdenes regulares.

Pero si en aquel principio de 1533 sólo fueron siete los frailes agustinos, con el paso de los años llegaron los necesarios refuerzos. Conforme crecía la familia de aquella orden mendicante se hizo posible el avance, la exploración y la consolidación a través de conventos. Es importante recalcar que el ideario agustino sostenía que los nativos de Indias eran seres de Dios con cualidades y virtudes que permitirían su transformación a través de la educación.

Para el año de 1540 se comienza la edificación del convento de san Agustín de Acolman (ahora dentro de la demarcación territorial del Estado de México). La edificación tarda dieciocho años en concluir y contó con capillas abiertas que servían de escuela de primeras letras, escuela de música y escuela de artes y oficios. Su gran acierto:

Los agustinos prepararon el espacio físico donde impartir la doctrina, fueron observadores del medio natural y social donde se asentaron ya que incorporaron elementos identitarios del lugar en sus construcciones y entrelazaron sus planes evangélicos, así lograron que los naturales encontraran en ellos símbolos de su propia cultura. Era una forma de hacer y lograr que los naturales sintieran confianza de interactuar en lugares diferentes a los que solían acudir al culto, atrajo al nuevo creyente a espacios nuevos con ornamentos, ideogramas y decoraciones que le eran conocidas” (González, 2025:58-59).

Con esa adecuación a los medios de recepción, los agustinos fomentaron un proceso de españolización que incluyó la enseñanza de la doctrina, pero también de los oficios, como la agricultura, hidráulica, cantería, sastrería, alfarería, hilados y tejidos. Y en los usos religiosos, allí comenzarán a instituirse las “misas de aguinaldo”. Y en la tradición se dicta que allí, en las capillas destinadas a una evangelización-educación, surgieron las piñatas que por estas fechas representan la tentación a vencer, simbolizadas por siete picos que representan los pecados capitales.

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Para mascar a fondo:

González Colín, Elena (2025), “El territorio doctrinal de San Agustín Acolman”, tesis de maestría en Historia, México, Facultad de Filosofía y Letras/ Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM.

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