Anna Ajmátova, la poeta rusa que fue silenciada y perseguida por Stalin, es la protagonista de la nueva novela de Alberto Ruy Sánchez y es el símbolo que vuelve a encontrar el escritor mexicano para continuar su indagación sobre la creación y su relación con el poder, en este caso autoritario, y cuya exploración lo lleva a reafirmar que el autoritarismo es implacable contra la palabra y el pensamiento, “el autoritarismo culpa antes de juzgar o sus juicios ya llevan una condena implícita”.
A través de la historia de una mujer silenciada por un régimen autoritario que fusiló a su marido, mandó en tres ocasiones a su hijo al gulag, que la persiguió y azuzó a la masa, “al pueblo bueno”, a destruir su poesía y a dejar de leerla, Ruy Sánchez indaga en ese poder autoritario de los caudillos rusos que más de un siglo después ha tenido y sigue teniendo reverberaciones en la historia de otras naciones, “la historia se repite y se repite”, señala el escritor y editor en entrevista a propósito de El expediente de Anna Ajmátova (Alfaguara, 2021).
Ruy Sánchez lleva cerca de 50 años explorando la relación entre creación y poder político, pero también muchos años detrás de la historia de Ajmátova, que ha plasmado en ensayos reunidos en La literatura en el cuerpo y Diálogos con mis fantasmas, pero ahora vuelve a la autora que escribió sus poemas en pequeñas hojas de corteza de abedul y relata no sólo su historia, sino también la de su generación, donde estaba su marido, Nicolai Gumilyov, y su amigo Osip Mandelstam, que también fue perseguido y destruido.
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¿Atmájova es uno de los símbolos de la persecución de las ideas y de la palabra por parte del poder?
Esta novela es la de una mujer que es elegida por un déspota como objeto de sus deseos y de sus odios, de su deseo de posesión y control y de su deseo de destrucción, la paradoja de haberla elegido para castigarla con el castigo mayor que es no matarla sino aniquilar y hacer sufrir a todos a su alrededor es de una crueldad pasmosa.
¿La pesadilla y el tormento para ella fue silenciarla, impedir que escribiera y que la leyeran?
Lo que vemos más allá de la historia de Atmájova es el terrible diálogo entre los creadores y los regímenes autoritarios. Y el régimen de Lenin primero y después el de Stalin, que junto con el de Hitler y el de Mussolini son los grandes prototipos del autoritarismo del siglo XX, y que además repiten modelos y otras épocas los sintetizan y vuelven a repetirse en todos los proyectos autoritarios de todos los tiempos.
¿Por qué es tan incómoda la literatura, la creación, el pensamiento para el autoritarismo?
La literatura posee una realidad más compleja que la política, puede ser un símbolo de libertad y una vía de libertad y eso es inadmisible para el político, para el caudillo que quiere subordinarlo todo a su causa y estropea el cerebro de los militantes; al militante no le importa la verdad de los hechos ni la verdad del alma, le importa su concentración de poder.
¿Hay un miedo al poder de la palabra?
Al hablar de poder y literatura algo que descubrí —al hacer este libro de Anna y que voy confirmándolo— es que los que pagan el precio más caro de la crueldad del poder son aquellos que creen en la revolución.
Para empezar les estropean el cerebro y después los castigan también porque no hay espacio de libertad, tienen que convertirse en muñecos de trapo y además a la menor oportunidad son destruidos. El fin de todos los militantes y sobre todo los primeros militantes que ayudan a asumir el poder y ayudan a mantener a un autoritario es el mismo fin de Trotsky, es el fin de todos los bolcheviques. Después hay que humillar y hacer polvo a todos los demás, los que más pagan son los que más creen en la ilusión del cambio.