Hace 45 años, el 25 de diciembre de 1977, el mundo le dijo adiós al genial creador del icónico Charlot, quien con el mismo bastón con el que enfrentaba los caprichosos azotes de la vida tornó el novedoso medio de entretenimiento de las películas en arte.

El legendario Charles Spencer Chaplin, ampliamente considerado como el más grande artista cómico y una de las figuras más importantes de la historia del cine, había fallecido en la madrugada “de vejez”, según su médico.

Nacido en la pobreza y la penuria, se convirtió en un artista inmortal gracias a su genial humanización de los conflictos tragicómicos del hombre con el destino.

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Más que un virtuoso comediante físico, Chaplin fue un actor, escritor, músico y director versátil que afinaba meticulosamente cada aspecto de sus películas.

El vagabundo más famoso del mundo, un simpático hombrecito de bigote negro y andar de pato, vestido con pantalones bombachos y chaqueta ajustada, zapatos enormes y bombín pequeño, hizo reír a millones de personas y, en ocasiones, les arrancó algunas lágrimas, sin pronunciar ni una palabra.

Cuando llegó el sonido al séptimo arte, la estrella muda demostró que tenía mucho que decir.

El discurso final de su primera película hablada “El gran dictador” (1940) fue una defensa admirable y progresista de la democracia, que no pudo escucharse en los dominios del Tercer Reich ni en Italia ni en España, pues Adolfo Hitler, Benito Mussolini y Francisco Franco prohibieron la película, demostrando que Chaplin había dado en el blanco.

Su vida, sin embargo, también estuvo marcada por la controversia.

Expulsado

Hacer una comedia sobre líder nazi fue una de ellas. Más tarde escribiría que estaba determinado a hacerla pues era indispensable reírse de Hitler.

Pero se había metido en política y, aunque su vida privada también alimentó a la prensa sensacionalista, sería la política la que más problemas le causaría.

Sus discursos durante la Segunda Guerra Mundial, en los que pedía un segundo frente occidental con los aliados soviéticos para aplastar a Hitler irritaron a muchos conservadores.

Con el advenimiento de la Guerra Fría, su amistad con figuras artísticas prominentes acusadas de simpatizar con la causa comunista lo pusieron en la mira de las autoridades.

El representante John E. Rankin, un legislador de derecha de Mississippi, fue uno de los que lo denunció y exigió su deportación.

La vida de Chaplin “es perjudicial para el tejido moral de Estados Unidos”, afirmó Rankin, instando a que se lo mantenga “fuera de la pantalla estadounidense y sus repugnantes imágenes se mantengan alejadas de los ojos de la juventud estadounidense”.

Finalmente, en 1952, el actor, súbdito británico y en 1975 nombrado caballero por la reina Isabel II, fue virtualmente expulsado por Estados Unidos.

De nada valió su “efecto incalculable en convertir al cine en la forma de arte del siglo XX”, reconocido por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de ese país 20 años después con un Oscar Honorífico.

Al abordar un barco con destino a Inglaterra, el Servicio de Inmigración y Naturalización de EE.UU. le informó que se le negaría el reingreso a ese país a menos que estuviera dispuesto a responder a los cargos “de naturaleza política y de bajeza moral”.

Indignados y hartos del acoso sin tregua de las autoridades, los Chaplin se mudaron a Suiza.

Fue ahí donde murió a los 88 años, unas horas antes de que comenzara la tradicional celebración navideña de su familia.

Su cuarta esposa, Oona -hija del dramaturgo Eugene O’Neill- y 7 de sus 11 hijos estaban con él.

El vagabundo que había hecho 81 películas en una vida cinematográfica que comenzó en 1914 y terminó en 1967 fue enterrado en una ceremonia privada dos días después en las colinas sobre el lago de Ginebra.

Pero ese, como te anticipamos en el título, no fue el final de la historia.

En una coda que parecía escrita por él para uno de sus primeros cortos cómicos, varios meses después de su muerte, su cuerpo fue secuestrado por un par de ladrones torpes.

En marzo de 1978, desenterraron el ataúd, para obligar a la viuda de Chaplin, Oona, a pagar £400.000 (equivalente a unos US$2,35 millones de hoy).

Lady Chaplin había heredado unos £12 millones (unos US$70 millones de hoy) tras la muerte de su marido.

Ella se negó a pagar diciendo: “A Charlie le habría parecido ridículo”.

En llamadas posteriores, los secuestradores amenazaron con hacerle daño a sus dos hijos menores.

La familia guardó silencio sobre las demandas de rescate, pero eso no impidió que circularan varios rumores sobre el ataúd perdido.

Un informe de Hollywood especuló que había sido desenterrado porque Chaplin era judío y había sido enterrado en un cementerio gentil.

Entretanto, la policía suiza montó una operación en la que se vigilaron 200 quioscos telefónicos y se intervino el teléfono de los Chaplin.

Cinco semanas más tarde, los autores del secuestro fueron rastreados y arrestados.

El ataúd fue encontrado después, enterrado en un campo de maíz junto al lago de Ginebra.

Un portavoz de los Chaplin dijo: “La familia está muy feliz y aliviada de que esta terrible experiencia haya terminado”.

El superintendente Gabriel Cettou, jefe de la policía de Ginebra, le dijo a la prensa que los dos hombres serían acusados ​​de intento de extorsión y perturbación de la paz de los muertos.

Inspiración italiana

Casi un año después de la muerte de Chaplin, en el juicio el 11 de diciembre de 1978, un refugiado polaco le confesó a un tribunal suizo que desenterró el cuerpo y trató de extorsionar a la familia del comediante por razones financieras.

Roman Wardas, un mecánico de automóviles de 24 años dijo que no había podido conseguir empleo y estaba pasando por momentos difíciles cuando leyó un artículo en un periódico sobre un caso similar en Italia.

“Decidí esconder el cuerpo de Charlie Chaplin y resolver mis problemas”, le explicó Wardas al Tribunal de Distrito de Vevey.

Agregó que le pidió a su amigo Gantscho Ganev, un búlgaro de 38 años, que lo ayudara a desenterrar el ataúd en Corsier-sur-Vevey, cerca de la mansión donde Chaplin vivió durante 23 años.

“No me inquietó particularmente interferir con un féretro”, dijo.

“Iba a esconderlo más profundo en el mismo agujero originalmente, pero estaba lloviendo y la tierra se volvió demasiado pesada”.

Fue por eso que se lo llevaron en el auto de Ganev y lo volvieron a enterrar en el campo de maíz.

El coacusado le dijo al tribunal: “No me molestó levantar el ataúd. La muerte no es tan importante donde provengo”.

Ganev aclaró que después de ayudarle a Wardas esa noche, no participó más en el asunto.

Según un informe psiquiátrico solicitado por el abogado de Ganev, al búlgaro, quien aceptó ser parte del plan de Wardas creyendo que los riesgos eran mínimos, le alarmó el impacto público de la desaparición del ataúd.

Wardas fue sentenciado a cuatro años y medio de trabajos forzados por ser el autor intelectual del extraño complot.

Su cómplice, descrito como un “hombre musculoso” con un limitado sentido de la responsabilidad, recibió una sentencia suspendida de 18 meses.

El ataúd de Charlie Chaplin fue vuelto a enterrar en el cementerio original, esta vez en una tumba de hormigón a prueba de robos.

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