En el año 622 de la era cristiana, un profeta árabe llamado Mahoma 2 iniciaba con su huida a Yatrib -la futura Medina- el desarrollo de una gran civilización: el Islam 3 . Mahoma, rico comerciante de La Meca, había comenzado su predicación recitando una serie de revelaciones que más tarde serían recopiladas por su secretario Zaid en el Corán 4 . La nueva religión, inspirada en las tradiciones hebrea y cristiana, establecía unos preceptos muy sencillos -la creencia en un Dios único, Allah, al que hay que someterse humildemente, la oración diaria, la limosna, el ayuno durante el mes del Ramadán 5 y la peregrinación a La Meca- así como la guerra santa en defensa de la fe, que se adaptaban de forma idónea a la mentalidad y a las costumbres de las tribus nómadas y pastoriles de Arabia.

Tras la Hégira o huida a Yatrib, Mahoma extendió rápidamente su doctrina y, en el 630, conquistó La Meca con la ayuda de sus numerosos adeptos. Sus predicaciones en el santuario de la Kaaba -gran monolito negro que veneraban secularmente los árabes- difundieron el Islam por toda Arabia, que de esta forma adquiría una única personalidad nacional y religiosa

A partir del año 632, fecha de la muerte de Mahoma, sus sucesores, los califas, construyeron un gran imperio musulmán.

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El primer califato, llamado legítimo u ortodoxo (632-661) conquistó Siria, Palestina y Egipto -las zonas más ricas y pobladas del Imperio bizantino- y los territorios dominados por la Persia sasánida.

En el año 661, tras el asesinato de Alí, el primo de Mahoma, nació el califato Omeya, cuya capital se asentó en Damasco. Gracias a las conquistas del norte de África, España y la franja comprendida entre Asia Menor y el valle del Indo, la expansión musulmana alcanzaba su mayor extensión territorial.

La corte califal adoptó un refinamiento y una estructura administrativa inspirados en los modelos bizantinos y persas, y el Imperio quedó organizado en una red de provincias gobernadas por los emires o walíes bajo la dirección suprema del califa -soberano político y religioso-, y sus colaboradores, el Mexuar -consejo-, el hachib -primer ministro-, los visires -ministros- y los cadíes -jueces-.

En el año 750 los chiítas, secta musulmana formada por los partidarios de la dinastía de Alí, destronaron a los omeyas e impusieron un nuevo califato, el abbasí, con capital en Bagdad. A partir de ese momento se inició un período caracterizado por la progresiva fragmentación del imperio árabe hasta la desaparición del califato en 1258 y el surgimiento de distintos reinos musulmanes, entre los que alcanzó papel sobresaliente el de los turcos otomanos.

Existen entonces tres califatos en su historia temprana: 1) Califato Ortodoxo, 2) Califato Omeya y 3) califato Abbasí, los cuales cumplen roles diversos en la expresión del mensaje de Mahoma.

Así pues, y según registro históricos, el imperio islámico basó su poderío en una consistente infraestructura económica asentada en las importantes rutas comerciales del Mediterráneo, África y Asia, e integrada por una red de ciudades muy industrializadas -producían armas, cueros, cerámica, vidrio, papel-, donde imperaba el liberalismo económico, y por unas extensas y prósperas explotaciones agrícolas dotadas de avanzados sistemas de regadío y cultivos.

Por su parte, la sociedad musulmana, tolerante con las minorías judías y cristianas, estaba formada en su mayoría por hombres libres entre los que no existían diferencias exageradas de riqueza. Siendo el Corán la ley, la igualdad de todos los fieles ante Dios les daba igualdad civil en el Estado. De este modo, bajo el gobierno de los abbasíes no hubo castas ni privilegios, ni tampoco una nobleza hereditaria, salvo por lo que se refería a los descendientes de Alí y a los miembros de la familia real. Incluso los esclavos podían alcanzar las cotas sociales más altas si demostraban su valía.

La combinación de todos estos elementos socioeconómicos permitió el desarrollo de una de las civilizaciones más cultas y refinadas de la historia, en la que imperó hasta el siglo XI una gran libertad de pensamiento. Los musulmanes, herederos de las tradiciones culturales de los pueblos sometidos, cultivaron en profundidad las ciencias -medicina, alquimia, matemáticas (numeración, álgebra, trigonometría), geografía, astronomía-, la filosofía, sobre todo la aristotélica – Alquindi, Avicena, Averroes-, la literatura -Las mil y una noches- y el arte. Las mezquitas de Jerusalén, Damasco, El Cairo y Córdoba, o el palacio de la Alhambra en Granada, constituyen algunas de las muestras más notables de la arquitectura árabe, en la que se combinan elementos de procedencia persa -las columnatas-, bizantina -las cúpulas- y visigoda -el arco de herradura-, dando como resultado un arte constructivo sumamente elegante y delicado. Por desgracia, la prohibición coránica de representar imágenes ha impedido el desarrollo de las artes figurativas en el mundo islámico.

En consecuencia, el trabajo de recopilación y síntesis de los grandes pensadores, científicos y filósofos musulmanes resultó fundamental en la transmisión de la cultura bizantina y clásica a occidente. Las Cruzadas, Sicilia y España -por medio de la escuela de traductores de Toledo- fueron los principales puntos de comunicación entre el Islam y Europa. Gracias a ellos la cultura occidental se enriqueció con la adquisición de la filosofía aristotélica, la numeración arábiga, el papel, la brújula, la pólvora -inventos originarios de China-, el alcohol y el aguarrás, y cultivos como el arroz, la caña de azúcar o el algodón.

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