Jesús Fernández Úbeda/Zenda
Fernando Belzunce (Pamplona, 1976) debe estar convencido, como Gabriel García Márquez, de que el periodismo es “el mejor oficio del mundo”. Sólo así se entiende que haya dedicado tres años para gestar un ensayo tan osado, exhaustivo y fino como Periodistas en tiempos de oscuridad (Ariel, 2025), en el que desembocan las voces de más de un centenar de compañeros de gremio —y más que había—, en plan Svetlana Alexiévich en La guerra no tiene rostro de mujer —la voluntad de estilo es manifiesta—, con el Belzunce entrevistador sólo intuido, más latente, y los entrevistados contando sus historias, reivindicando una profesión sin la que no se entiende la democracia y detectando las goteras, que las hay —joder que si las hay—. “Muchos de los que aparecemos en esta obra”, escribe el director editorial de Vocento”, “coincidimos en que este trabajo no está llamado a cambiar el mundo, pero todos creemos que debe contribuir a que el ciudadano pueda disponer de su derecho a estar informado”. Sergio Ramírez, Martin Baron, Jorge Fernández Díaz, la afgana Wahida Faizi, a quien los talibanes querían ventilarse por motivos evidentes —mujer, educada y periodista—, o la colombiana Judith Bedoya, quien sufrió una violación masiva, son sólo algunas de las plumas convocadas para un libro que, amén de ser carne de facultad de Ciencias de la Información, acerca al profano un mundo apasionante y deformado por los espejos de la telebasura política, los youtubers de partido y demás marcas blancas.
—Señor Belzunce, ¿por qué se hizo periodista?
—Me gustaba mucho escribir y leer. Y tenía mucha curiosidad. Está todo bastante relacionado. Me hice periodista por leer el periódico, por pensar que podía escribir temas potentes y por las posibilidades que veía a través de los periódicos que leía. Yo decía: “Quiero hacer estas cosas, vivir de estas cosas. Quiero saber”.
—Sin vocación, un periodista es…
—Esto es muy vocacional. Para bien y para mal. Es un oficio que necesita vocación porque…
—…entre otras razones, salvo milagro, no te haces rico.
—Es verdad. Y eso explica muchas cosas también. El periodismo tiene sus problemas, y puede haber ciertos ejemplos muy concretos, muy pequeños, de gente deshonesta. Creo que, en este oficio, no es tan fácil encontrar gente deshonesta o que tenga intereses perversos. Al final, eliges este oficio, sobre todo, por vocación, no por tener otros intereses. Cuando se elige algo por vocación, normalmente, la gente es muy honesta, sigue un camino recto.
—Usted se forjó en un ecosistema terriblemente marcado por el terrorismo de ETA. ¿Qué recuerda de aquel tiempo?
—Empecé en el periodismo porque me gustaba mucho escribir y leer, como te decía antes. Al empezar a trabajar en El Correo, no cubría atentados ni trabajaba en la sección de Política. O sea, que no viví aquello de manera épica en primera persona, ni mucho menos. Pero veía mi entorno, veía a los compañeros del periódico, veía lo que hacían los jefes, veía el posicionamiento tan claro en contra de la violencia, y veía un compromiso increíble. Eso sí que te cambia. Te cambia todo. Eres un chaval joven, con veintidós o veintitrés años, y descubres un entorno en el que mucha gente trabaja porque tiene una serie de valores, unos principios morales y un compromiso muy sólido y muy recto. Fue un aprendizaje tremendo. Te das cuenta de que el periodismo no va sólo de “me gusta escribir”: esto tiene un compromiso con la sociedad cercana muy, muy fuerte. También te da cierta calma pensar que el periodismo bien ejercido te lleva por una vida bastante recta. Es una manera muy buena de vivir tu vida.
—El olvido, cuando no el maquillaje, de aquel episodio negro de la historia reciente de España, ¿es sano u obsceno?
—En Vocento tenemos dos periódicos a los que yo estoy muy unido, El Correo y El Diario Vasco, y mantenemos una sección muy potente con todo lo que es memoria. Tenemos todas las semanas entrevistas a víctimas o a familiares para recordar lo que pasó. Hace tres semanas (la entrevista se hizo el 14 de octubre), en el Festival de Cine de San Sebastián, presentamos un documental que hizo El Diario Vasco sobre el asesinato de Gregorio Ordóñez, y se va a comercializar en cines. Son cosas que nosotros, como principios editoriales, acreditamos: gran parte de la esencia de mi grupo y, en concreto, de estos periódicos, viene de ese posicionamiento tan claro en contra de la violencia. Nunca lo hemos dejado. Otra cosa es lo que pasa en la sociedad.
—Cuando ve a la diputada Mertxe Aizpurua, periodista condenada por apología del terrorismo, intervenir en el Congreso, ¿qué piensa?
—Ahora es otra época. No la conozco, no tengo ni idea…
—Es que no hay periodistas como Aizpurua en su libro.
—Los periodistas que aparecen en este libro son todos referentes. He querido hacer un retrato del estado del periodismo en una época crucial, bastante oscura y bastante inestable. Una época muy incierta. Y lo he querido hacer a través de los testimonios de muchas personas que considero que pueden ser muy buenos ejemplos del periodismo a nivel mundial. Aquí no entra Mertxe Aizpurua.
—Estos periodistas, ¿tienen un máximo común divisor?
—Todos son referencias, cada uno en su faceta. Jineth Bedoya, por ejemplo. Es una referencia increíble: es valentía total. Es una mujer que ha sido capaz de darle la vuelta a todo lo que le pasó y convertirlo, al final, en ejemplo. Hay casos de gente que ha vivido guerras, asesinatos, todo tipo de extorsiones y problemas…, pero luego hay gente muy rutinaria, que está en el negocio, que trabaja en el periodismo local, que puede llevar más trabajo de despacho, de gestión… He querido hacer un mosaico sobre todo lo que está viviendo el periodismo. Todo tiene un sentido y un hilo narrativo.
—Y un estilo. En Periodistas en tiempos de oscuridad hay una voluntad de estilo fortísima.
—Sí, le he dedicado horas a eso y me alegra que lo aprecies. Son entrevistas muy dirigidas para entroncarlas en una temática concreta, y luego les he dado forma de manera que yo desaparecía y aparecían los testimonios. Sí, hay una voluntad de estilo. Me he inspirado mucho en Svetlana Aleksiévich. Ha escrito libros que me han parecido mayúsculos, brutales. Voces de Chernóbil está muy bien, pero hay uno en concreto, La guerra no tiene rostro de mujer, que me parece brutal: retrata la II Guerra Mundial a través de los testimonios de decenas de combatientes rusas mujeres. Te mete dentro de cómo ven esas personas lo que están viviendo, que es un episodio extremo. Eso me interesaba muchísimo, y al final dices: qué mejor estructura narrativa, qué mejor género, que intentar plasmar lo que le está pasando al periodismo, en un contexto tremendo de corrientes tecnológicas y políticas, que esta. Me parecía muy útil.
—No son pocos los testimonios estremecedores. Cuando escucha a la periodista afgana Wahida Faizi, o a la subdirectora del colombiano El Tiempo, Jineth Bedoya, narrar su violación masiva, ¿qué piensa, qué siente?
—Imagínate lo que se ha llorado con este libro. La gente que ha vivido episodios así tiene ganas de contar. Es curioso: las relaciones cercanas que se llegan a hacer. Con Jineth no he hablado tantas veces, pero mantenemos una relación muy buena: nos mandamos mensajes, nos cruzamos cosas, se genera una cierta intimidad. A Wahida Faizi la descubrí hace dos años y medio, más o menos, en un congreso de periodismo en Copenhague, en el de WAN-IFRA. Yo estoy en el consejo de WAN-IFRA. Estaba preparando el libro y quería escenificar de dónde viene el compromiso y la vocación. Cuando descubro a Wahida Faizi en un congreso, contando que vive en Afganistán, que viene de una familia tal, que está en una tribu donde está prohibido estudiar no sé qué…, claro, la vocación de ella está a prueba de bombas: una periodista, mujer, en Afganistán y con los talibanes. Estuve hablando con ella una hora y pico, e imagínate.
—Le dice Carlos Dada, director de El Faro, de El Salvador: “Hacemos periodismo a partir de una premisa muy sencilla: asumir una posición crítica ante el poder. Eso es así de fácil. Yo creo que eso es ser periodista. También he de incluir a la ciudadanía en un ejercicio semejante, porque la democracia requiere de ciudadanos críticos. Pues bien, más de 25 años después, no solo no lo hemos logrado, sino que hay una ciudadanía aún menos crítica que antes”.
—Esa reflexión es la bomba.
—¿Está ahí la clave: hay que seguir remando, sabiendo que vamos por el rumbo correcto, aunque no divisemos la orilla?
—No te puedes desviar del camino correcto. Yo le decía a Carlos Dada: “No has logrado cambiar la sociedad, no has logrado cambiar tu país, pero tienes una comunidad de lectores muy amplia, te apoyan, y has construido un pensamiento crítico”. Él ahí sí dice: “Eso es cierto y merece mucho la pena”.
—Otra cosa ya es saber cuál es el rumbo correcto.
—Hay algo en el libro, que lo impregna todo, y es la sensación de que el periodismo sirve muy raras veces para cambiar la Historia. El Watergate ocurre sólo una vez en la vida. Sí hay una conclusión: sirve para cambiar opiniones, sirve para trasladar mejor información para tomar decisiones, para crear sociedades más críticas… Cuando hablas con corresponsales de guerra, que ven episodios tremendos… Por ejemplo, Mónica García Prieto acaba concluyendo que lo que ha hecho merece mucho la pena. No porque haya cambiado episodios históricos, sino porque ha contribuido a determinadas causas.
—Escribe en el prólogo Sergio Ramírez que el “deber de informar” del periodista garantiza “a los demás el derecho de saber”. ¿Hay un periodismo excesivamente consagrado al deber de entretener, cuando no de crispar?
—Puede ser. Al deber de entretener, sin duda. En la facultad siempre se nos decía que el periodismo era informar, formar y entretener. Creo que, sobre todo, tiene que ser informar y formar. Crispar, desde luego, no. Muchas veces, el periodismo refleja la sociedad en la que vivimos, y es verdad que la sociedad está muy crispada y la política muy polarizada. Eso se transmite, y hay que hacer un esfuerzo por distanciarse de eso.
—¿El algoritmo es un mal enemigo?
—Pienso que sí. Sin duda. No es algo transparente. Cuando tienes un mecanismo con tanta capacidad de influencia y con tanto poder, capaz de mover miles de millones de euros en un día, por el cual se distribuyen los contenidos y da más peso a unas informaciones que a otras, que es capaz de elevar, de una manera mucho más brutal y eficaz, una mentira que una verdad, y no sabes por qué ocurre eso, y no sabes qué tienes que hacer para mejorar tu propio contexto informativo, o sea, cuando no tienes la capacidad de conocer, no sé si eso es el enemigo, pero no es inocuo. No voy a decir que se diseña con fines perversos, pero se diseña con bastante inconsciencia y con una gran falta de responsabilidad. Creo que en muchas compañías tecnológicas no sólo prima ganar dinero. Priman también los atajos: no es ganar dinero, sino ganar dinero a costa de todo. Los atajos con los algoritmos, muchas veces, son muy peligrosos: te puedes llevar por delante todo.
— ¿La IA es un asustaviejas o la Kerkaporta?
—(Risas) La IA tiene efectos positivos y muy prácticos. Para el periodismo va a ser muy buena en muchos aspectos. Yo he visto pruebas: la capacidad que te da la IA para hacer algunas investigaciones es tremenda. El director del San Francisco Chronicle, Emilio García Ruiz, me contaba que tenía una investigación de un caso de corrupción de la alcaldía de Oakland (ciudad situada en el Área de la Bahía de San Francisco). Tenían miles y miles de páginas de documentos públicos. Claro, si pones a un equipo de periodistas a leerlo, tardan un año; lo metieron por la IA, y sacaron patrones de todo tipo. Luego, a nivel de narrativas visuales, vamos a ser capaces de hacer cosas ahí… uff, tremendas, muy potentes. Ahora, si estamos en la era de la desinformación, con la IA… va a suponer una expansión brutal.
—El AI Mode le ha metido una leche tremenda a los digitales.
—Venimos de un modelo de internet donde todo se ha basado en un ecosistema económico de enlaces. Y eso se está perdiendo, va a ir a menos. Antes de que existiera Google, nadie se planteaba que internet fuera a consistir en enlaces, o sea, en búsquedas. El simple hecho del buscador es una cosa que, hace veinticinco años, la gente no se planteaba. Los perfiles SEO, el tema Discover… todo eso está ahora en quiebra. Muchas pequeñas webs han basado su modelo de negocio y les va a afectar de lleno; a los periódicos grandes, en principio, menos. Para mí, el problema de la IA no es tanto cómo cambie el ecosistema en internet. Por definición, los cambios tecnológicos deben ser grandes; estamos en una época en la que hay que estar todo el rato cambiando, evolucionando, es un coñazo. Con la IA, surgen reflexiones muy interesantes. Te das cuenta de que, por ejemplo, las redes sociales, con el algoritmo, te mandan contenidos que se adaptan a tus gustos y a tus ideales. Entonces, te reafirman. Y hay estudios que demuestran que las redes crean burbujas políticas que han contribuido a crear mucha polarización, porque sigues y estás unido a gente que tiene las mismas ideas que tú. ¿Qué pasa con la IA? Que parece inocua y no lo es. Tú le haces pruebas y también tiene sesgos de confirmación. A veces, vacilo a la IA. Ves que, a medida que te va conociendo más, te va a decir lo que quieres escuchar, porque está diseñada para satisfacerte. Eso es lo contrario de lo que dice Carlos Dada: eso no es alentar el pensamiento crítico, sino el adormecimiento de la sociedad.
—Y la burbuja.
—Es muy peligroso. No somos conscientes de la exposición brutal que tenemos ante la tecnología. Cuando cambió el ChatGPT de la versión 4 a la 5, mucha gente se quejó de que su historial en el 4 se perdía, y que tendían vínculos emocionales con el ChatGPT 4. Esto es tremendo. ¿Qué vínculo emocional tenías? ¡Que es una máquina, que no te conoce!
—Es Her.
—De Spike Jonze, maravillosa. ¡Fíjate cómo se anticipó a todo esto! Da pánico, ¿eh? A veces pienso que gran parte de la crisis que vive el periodismo es porque, en el fondo, la sociedad no quiere estar en entornos que no sean críticos. O no, no lo sé…
—Creo que tenemos futuro. Que será un futuro feo y minoritario, pero en el que habrá periodismo.
—Por supuesto que sí. Tiene que haber siempre. Si no, estamos jodidos. (Piensa) Hay determinadas personas que tienen esa clarividencia a la hora de explicar las cosas. Cosas que a ti te cuesta explicar, y de repente alguien te dice: “Pim, pam”. Y ya está. María Teresa Ronderos, que también es colombiana, una referencia brutal en periodismo de investigación, me decía: “El periodismo va a existir siempre. Lo que hay que diferenciar es periodismo de empresa periodística. Siempre va a haber esas ganas de contar, de relatar”. El periodismo ha cometido errores, seguro, y no hemos sabido ser muy transparentes. Me dicen: “Hay que hacer autocrítica”, y creo que en el libro hay mucha autocrítica, pero el nivel de descrédito y de deslegitimización que tiene el periodismo ahora no es casual.
—La máquina del fango de Sánchez, el “no odiamos lo suficiente a los periodistas” de Milei…
—Hostia, tío, ¿qué frase es esa? ¡“No odiamos lo suficiente a los periodistas”!
—Jorge Fernández Díaz, crítico con el kirchnerismo y con Milei, dice que “lo contrario de una estupidez puede ser otra gran estupidez”.
—Jorge es un ejemplo increíble de lo que es el periodismo recto y honesto. Él, trabajando en un periódico, La Nación, que representa una serie de valores liberales y conservadores, cuya audiencia esperaba que apoyara a Milei, él, decía, como buen columnista y analista, saca punta a las cosas, tiene una gran capacidad crítica. Entonces, Jorge abanderaba una corriente crítica con el gobierno de Milei. Bueno, en los arranques del mandato de Milei, a Jorge Fernández Díaz lo asediaba su propia audiencia. ¡Lo asediaba! Por ser crítico con Milei, porque era tal, porque era cual. Tiempo después, la gente le agradece todo lo que ha hecho. ¿Por qué? Porque el tiempo le ha dado la razón y porque la gente, al final, te da la credibilidad cuando ve que eres honesto, cuando ve que no estás a las modas ni por tus intereses.
—¿El poder le ha perdido el miedo, abierta y descaradamente, al periodismo?
—Nos sigue teniendo mucho respeto. Tengo la sensación de que estamos asistiendo a tantas cosas tan históricas y tan potentes que la sociedad, en cierto modo, está anestesiada. No sólo en España. En EEUU, el líder del país más poderoso del mundo ha sido elegido democráticamente, o sea, que es absolutamente legítimo, pero apenas cinco años después de que sus seguidores hayan liderado un intento de asalto al Capitolio. ¡Es acojonante! Un año después, pasó el intento de asalto a las instituciones de Brasilia, con Bolsonaro. A Donald Trump, ¿cuántas informaciones le han sacado de mil historias: mujeres, dinero…? Si venimos al caso español, pasa lo mismo.
—¿Hay hastío?
—Cada escándalo tapa al anterior. Me gusta el término “infodemia”: hay una saturación informativa. Cuando había menos medios, cuando no había tanta saturación informativa, valorabas la información de otra manera. Ahora, recibes tanta…
—…que no la procesas.
—No te da tiempo. Al final, relativizas todo. Es un tema de salud mental. La “infodemia” es otro tipo de desinformación. También te adormece, hace que no saltes: hay muchos escándalos, pero bueno, forman parte del paisaje. Sin ser experto en nada, tengo esa sensación. Muchas veces se pierde la perspectiva.










