El 19 de septiembre de 1823, dos años después de la salida de las últimas tropas españolas de Cartagena, la ciudad le tributó un merecido recibimiento al almirante José Prudencio Padilla, héroe de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, que se libró el 24 de julio de 1823, y en la que enfrentó a la escuadra del comandante español Laborde.

Fue un intenso combate, pero ante el ímpetu y valentía de los patriotas criollos, Laborde tuvo que capitular y emprender la retirada.

Terminada la sangrienta Batalla, se demostró que hubo valor y gallardía de parte y parte, así como hombres y buques gloriosos y humillados.

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El valor, el arrojo y las acertadas providencias del almirante Padilla en aquel día fueron admirables y hoy le dan un sitio de privilegio en las páginas de la historia de nuestra indepen-dencia.

¿Quién fue este héroe naval colombiano?

La existencia de Padilla parece arrancada de la leyenda. Hombre de honor y lealtad; de personalidad descollante, generosa y sociable.

José Prudencio Padilla nació el 19 de marzo de 1778 en Riohacha (La Guajira), llevó una vida de marino y en ella se formó hasta llegar a ser conocido en nuestra historia con el título de “Almirante”.

Desde los 14 años fue mozo de cámara en la Marina Española del Nuevo Reino, y como tal combatió en Trafalgar el 22 de octubre de 1805; cayó prisionero de los ingleses, hasta que celebrada la paz, volvió a España en 1808.

Con destino de contramaestre del Arsenal del Apostadero de Cartagena, regresó por ese tiempo a su patria y fue uno de los que el 11 de noviembre de 1811 pidieron al Gobierno del Estado la independencia absoluta de la metrópoli.

En 1814 apresó una corbeta realista y cayeron en su poder 16 prisioneros; por esa acción, el Gobierno de Cartagena lo nombró Alférez de Fragata.

En 1815 defendió a Cartagena; después emigró a Jamaica, se incorporó a la expedición de los Cayos en 1816 y luego se distinguió en Venezuela al lado de Brión. Combatió junto a Montilla en la campaña de Riohacha, por lo cual su anciano padre fue aprehendido y enviado por el Gobierno Español a Cartagena donde estuvo preso hasta 1820.

Contribuyó a que la República se apoderara de Sabanilla, y bajo las órdenes del mismo Montilla hizo tremolar por primera vez el pabellón tricolor en Santa Marta; en Lorica derrotó al realista José Candamo. También pacificó las provincias de Cartagena, Santa Marta y Rio-hacha.

Tomás Morales, jefe realista de Venezuela, era dueño de Maracaibo y de todo el lago; Pa-dilla, ya con grado de Coronel, lo bloqueó con un escuadrilla compuesta de la Corbeta Constitucional y de los bergantines Bolívar, Marte e Independencia, de las goletas Espartana, Atrevida y de tres flecheros.

De acuerdo con el coronel Manuel Manique, determina dar un golpe de mano a la ciudad de Maracaibo y ambos se dirigen allá el 16 de junio, después de reñido combate, los Patriotas se apoderan de Maracaibo. El 24 de julio consiguió la victoria completa sobre la escuadrilla realista en la Punta de Palma.

Este triunfo causó gran júbilo en toda Colombia, pues anunciaba el próximo fin de la gue-rra de la independencia en Venezuela, el Congreso de la República decretó para la tropa, ofi-ciales y jefes, un escudo de honor y ascensos para muchos de estos últimos, declarándolos “Beneméritos de la Patria”.

En 1828 aparece el nombre de Padilla en el pronunciamiento de Cartagena para sostener la Convención de Ocaña, el General Montilla le hizo aprehender en su casa y seis horas des-pués lo enviaba preso a Bogotá. A poco estalló la conspiración de septiembre, los conjurados pusieron en libertad a Padilla quien a consecuencia de ese hecho fue juzgado y condenado a sufrir la última pena. Cumpliéndose la sentencia el 2 de octubre de 1828.

El almirante José Prudencia Padilla, dejó un legado muy alto para todos los Marinos de Colombia, por ello es conocido como el máximo héroe naval del país en todos los tiempos.

Vivió a lo largo de sus años, las mejores y épicas jornadas navales, y para él las banderas no se arriaron sino en la quietud solemne que seguía a todas las victorias.

Aprendió en los galeones españoles el arte de la guerra que dio a la península, aquel ingen-te poderío y el imperio donde siempre el sol alumbraba a los laureles del escudo Real. Presen-te en la batalla naval de Trafalgar, tuvo el bautizo de fuego en el colosal encuentro que ci-mentó el poder británico sobre el grandioso pedestal del sacrificio de Nelson.

Organizador naval de las primeras operaciones del mar Caribe, de las del río Magdalena y de la red fluvial de Guyana venezolana, y de la cuenca del caudaloso Orinoco. Primero, al mando del Capitán de Navío Juan Nepomuceno Eslava, Comandante de la incipiente Marina Nacional, (1811-1815); luego en los ciento sesenta días del sitio de Cartagena, y posteriormente en Haití acompañado de Simón Bolívar en la expedición libertadora de 1816 que desembarcó en Ocumare.

Pocos días antes de verificarse el cerco de 1815 por Morillo, Padilla capturó en el Golfo de Morrosquillo la Fragata “Neptuno” que había zarpado de España el 9 de marzo de 1815; por este hecho la junta suprema de Cartagena lo asciende a Alférez de Fragata. El héroe Riohachero a entrado en la leyenda de las acciones navales; en 1820 ya como Capitán de Navío comanda de segundo, junto con el Almirante Brión, la campaña del Atlántico.

El 24 de julio de 1823 tiene especial significado porque recuerda la máxima batalla naval librada en aguas americanas y marca el pináculo de la gloria del Almirante y la liberación de medio continente. Padilla, ese día, derrotaba a la Real Marina Española comandada por el se-gundo jefe de las fuerzas navales peninsulares en el Caribe, contralmirante Ángel Laborde.

Llegó el día en que se tendió un negro manto; ante los ojos de Padilla se ven pasar la injus-ticia de una culpa lanzada por sus compañeros. No supo defenderse porque desconocía la lisonja y la intriga.

A las 11:30 de la mañana del funesto 2 de octubre de 1828, Padilla era fusilado en la Plaza de la Constitución (hoy Plaza de Bolívar), pero esa misma frente castigada por la infamia de sus antiguos compañeros de armas, se alza hoy revindicada por un juicio de edades y muestra a la posteridad cómo se cometió un crimen de Estado.

La Convención de la Nueva Granada en noviembre de 1831 rehabilitó su memoria a nombre del pueblo colombiano.

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