Ray Kappe (Minneapolis, 1927-Los Ángeles, 2019) firmó una arquitectura que deshace la oposición entre el interior y el exterior de la vivienda. No solo porque mira hacia fuera sino, sobre todo, porque permite que el exterior, la naturaleza, forme parte de la arquitectura. Utilizar la vegetación como una capa arquitectónica es la clave de la calidez de las más de 200 casas prefabricadas y bastante económicas que Kappe levantó en el sur de California.

Por eso sus casas a medida —erigidas con componentes prefabricados— son a la vez estándar y extraordinarias. De bajo coste y mucha imaginación, vemos en ellas una arquitectura que entiende la naturaleza del lugar —no solo su cultura y su tradición— y que interpreta la vanguardia artística desde la realidad —social y cultural— local. Es eso, sumado a la idea de abrirse a la luz y cerrarse al sol, lo que ha hecho que su arquitectura represente una ética —de enorme estética— y unos valores sociales que sitúan el respeto y la búsqueda del confort como principal objetivo.

Kappe, y su esposa Shelly —también arquitecta y fundamentalmente dedicada a enseñar historia de la arquitectura— construyeron su casa en una colina de Pacific Palisades, cerca de la que el matrimonio Eames había levantado, en apenas 10 días, en 1949. El solar de los Kappe estaba ubicado en una pendiente y por él discurrían riachuelos. Les costó 17.000 dólares (15.200 euros) porque había sido catalogado como no apto para la construcción. Pero fueron esos canales de agua los que llevaron al arquitecto a descansar su vivienda sobre seis grandes zapatas de hormigón y a dejar que el agua siguiera corriendo. La vegetación que protege la vivienda y la separa de la calle se benefició de esa decisión. Celosías, porches y pasos intermedios conviven con una sección que permite a los habitantes distanciarse sin aislarse. El resultado es una mezcla entre lo natural y lo construido, y una integración sin precedentes de la arquitectura y el lugar. “Mi casa tiene poco misterio. Se trata, únicamente, de ir entrando poco a poco. Primero te acoge, luego te conduce y al final —en la gran sala común— te sorprende”. Dijo Kappe. “Nada nuevo. Ya lo hizo Frank Lloyd Wright con la compresión-descompresión que pregonaba. Te recibe con el espacio justo para acogerte y luego te sorprende para agasajarte”.

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Kappe, que montó junto a su esposa Shelly y a otros proyectistas como Thom Mayne el Southern California Institute of Architecture (SCI-Arc), aconsejaba a sus alumnos que no se cansaran de experimentar, inventar y cuestionar el status quo. Él lo hizo toda su vida. Y no para revolucionar las cosas. Lo hizo para vivir y construir de la manera más lógica y comprometida posible. Así, cuatro años después de terminar su vivienda —una casa que hoy apenas se ve tras la vegetación y que es fácil ubicar fuera del tiempo— abandonó la Universidad Politécnica estatal de Pomona, en California. En realidad fue expulsado por fomentar la libertad de pensamiento —en lugar de la obediencia a unos principios— entre los alumnos. Cuando se fue, seis profesores lo siguieron para fundar un ese nuevo centro progresista donde daría clase buena parte de su vida. Hoy, con más de 3.000 estudiantes, el Southern California Institute of Architecture (SCI-Arc) está considerado un modelo de aprendizaje que fomenta la creatividad y el diálogo, en lugar de defender una escuela formal o una única manera de hacer las cosas. En 1996, la casa de los Kappe fue declarada bien de interés cultural.

La cultura y lo social eran las principales preocupaciones de Kappe. En la primera entraba la relación con la naturaleza y en la segunda el acceso a la primera. En las más de 200 viviendas que construyó a lo largo de su vida, la industria y la naturaleza se dan la mano. También la preocupación por limitar el consumo energético y la proyección a favor y no en contra de un clima. En el obituario que le dedicó Los Ángeles Times citaban una entrevista del propio periódico en la que Kappe decía lacónico y preciso: “Diseño desde dentro”. Era eso. Desde su oficina se podía ver el salón de su casa. ¿El truco? Un Raumplan que buscaba conectar sin unir y separar sin distanciar. “La arquitectura no tiene porque hacerlo todo. La naturaleza puede ayudar”.

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