La guerra de las galaxias llegó a los cines estadounidenses en mayo de 1977 y en pocas semanas se convirtió en un éxito global. Colas en las salas y aplausos para su joven director, George Lucas. Pero la película, que se presentaba como un filme de ciencia ficción, no era tan nueva. Escondía una pócima mágica muy familiar para el público juvenil: bebía directamente de un fenómeno televisivo en EE UU como Flash Gordon, pasión de muchos niños de los cincuenta —como el propio Lucas— y se asemejaba en su planteamiento a los largos del Oeste. Así que aquello era un wéstern espacial y no hay un género cinematográfico más estadounidense que las películas de vaqueros.

Esa teoría de la familiaridad es la que defiende el periodista de The Atlantic Derek Thompson en su ensayo Creadores de hits. Cómo triunfar en la era de la distracción (Capitán Swing), para explicar por qué Justin Bieber o Beyoncé han conquistado el universo, por qué últimamente no tenemos más que sagas de superhéroes en la cartelera o por qué un tuit puede convertirse en viral.

La clave es que todos los éxitos nos recuerdan a algo que nos gusta previamente. Según el periodista, la mayoría de los consumidores somos simultáneamente neofílicos; es decir, curiosos por descubrir cosas nuevas, y profundamente neofóbicos; esto es, temerosos de lo demasiado nuevo. En este sentido, Thompson explica por qué los grandes estudios siguen apostando por las películas de superhéroes, y se podría ir más allá con filmes como Bohemian Rhapsody, el biopic de Queen —¿quién no conoce a Freddie Mercury y ha berreado sus letras?—. También, con un éxito tan brutal como el de la cantante Rosalía, que ofrece singularidad y originalidad en algo aparentemente tan ancestral como el flamenco: una vez más, lo neofílico en perfecto equilibro con lo neofóbico.

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A eso suma la teoría de la transgresión benigna, que es lo que sucede con los chistes que realmente hacen gracia: transgreden la norma o la expectativa, pero no suponen amenazas de violencia o angustia emocional. Un buen cómico persigue la incorrección y hace cosquillas con su juego de palabras, pero no llega a herir profundamente las normas sociales”, escribe Thompson.

Lo mismo sucede con esos tuits o posts de Facebook que pueden llegar a millones de personas. “Adoptamos las ideas y estilos de escritura que tienen más éxito para obtener más resultados positivos, como retuits o seguidores. Aprendemos cómo dar a la gente razones brillantes para creer que lo que ya creían antes es maravilloso”, sostiene Thompson por correo electrónico, para quien el éxito en las redes radica en que “resultes atractivo no solo a tu público sino al público de tu público”.

El filón de lo falso

En estas claves es donde encuentran su filón las llamadas fake news que se propagan sin control por redes como WhatsApp. Thompson recalca: “A todos nos atrapa lo que nos resulta de alguna forma familiar. Y además solemos gravitar en torno a noticias que ya queremos creer. Así es como se transmiten las fake news : el usuario que la comparte siente que eso que es falso es verdadero”.

En el libro este periodista incide, en cualquier caso, en que conseguir el éxito hoy no es tan fácil como en la época de los impresionistas y ni siquiera tan fácil como en los años setenta. En realidad, nadie tiene una varita mágica. Ahora bien, como indica, “si se consigue un hit, va a ser mucho más grande que en toda la historia porque las audiencias son globales. Un hit de hoy es muchísimo más exitoso que un número uno de 1950”.

Y podrá ser compartido en esa red social llamada Facebook que aún sigue atrayendo a millones de internautas pese a las denuncias por uso fraudulento de datos y transmisión de fake news. “Es probable que muchos usuarios consideren Facebook cada vez más aburrida, pero es que quizá nosotros tampoco seamos muy interesantes”, ataja Thompson. Y Mark Zuckerberg supo ver que eso tan familiar y, a priori, poco inocuo, nos gustaba.

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