A continuación ofrecemos la introducción de La historia de Merlín (reeditado por Siruela), libro en el que Carlos Alvar traduce el manuscrito fechado en 1316 que presenta al mago del ciclo artúrico: un esfuerzo por hacer accesible al público actual la figura de Merlín, nigromante de origen demoníaco, capaz de ver el pasado y el futuro y fiel consejero del rey Arturo y de sus caballero hasta su trágico final.

Merlín el mago, mezcla de profeta y de salvaje criado en los bosques, al margen de toda sociedad, es fruto, al parecer, de la imaginación de Geoffrey de Monmouth, que alude a él en la Historia Regum Britanniae (ca. 1135); posiblemente, este autor se basó en leyendas locales y en algunos datos tomados del cronista Nennius: antes de Geoffrey, ningún autor se ocupa del extraño personaje o, al menos, ninguno le dedica especial atención; por lo tanto, hay que aceptar que el imaginativo historiador es padre de muchos de los rasgos que caracterizarán al mago artúrico.

Así, Geoffrey es el primero que habla del origen extraño de Merlín, hijo de un demonio y una mujer (célibe, según Geoffrey), nacido en la ciudad de Camarthen, topónimo que en galés es Caermyrddin, «Fortaleza de Myrddin».

No es la única ocasión en que Geoffrey de Monmouth se ocupa de este personaje; las posibilidades que ve en él le llevan a redactar una Vita Merlini (ca. 1150), en la que el protagonista se nos presenta —igual que en algunos textos galeses— como un profeta que vivía en el siglo VI al norte de Bretaña, al que se adscriben de forma ficticia no pocos poemas mánticos o adivinatorios escritos en gaélico, que posiblemente no son anteriores a la obra de Geoffrey, pero que se hacen eco de tradiciones del siglo X, o quizá más antiguas todavía, vinculadas con el tema del Homo sylvester y que se encuentran ampliamente difundidas por las Islas Británicas. Así lo hace pensar el hecho de que en la Historia Britonum de Nennius (escrita en el siglo IX) ya se recoja una leyenda en la que figura Merlín como protagonista: Guorthigirnus (Vortigern) fracasa en los sucesivos intentos de construir una torre; será el «niño sin padre» quien descubra que por debajo de la tierra hay un estanque con dos dragones, que al moverse hacen caer la construcción.

Estamos ya ante los orígenes de las hazañas adivinatorias de Merlín, pero también puede que nos encontremos con un intento de explicar el topónimo que da nombre al mago; el ejercicio es bien conocido entre los hombres medievales y tiene un modelo insuperable y de gran riqueza en las Etymologiae de san Isidoro. También es posible que este episodio —que se sitúa al comienzo de la Vita Merlini, como primera aparición pública del mago-adivino— haya dado pie a una serie de interpretaciones alegóricas, para lo cual bastaba con cargar de nuevo significado la torre y los dos dragones.

Otras leyendas antiguas, reflejadas en algunos textos como el Affallennau, del Libro Negro de Carmarthen, convierten a Myrddin en un pobre loco que habita los bosques de Caledonia…

Geoffrey de Monmouth enriquece los datos de la tradición folclórica o historiográfica recurriendo a elementos de origen clásico, como atestigua el episodio en que ayuda a Uterpandragón a tomar el aspecto del duque de Cornualles para entrar en la fortaleza de Tintagel y gozar de Igerne, engendrando de este modo al futuro rey Arturo. Evidentemente, nos encontramos con una situación paralela a la del origen de Heracles, cuando Zeus tomó el aspecto de Anfitrión para poder acostarse con Alcmena; y algo semejante se relata en el Libre dels feyts acerca del origen de Jaime I, aunque es posible que en este caso haya que pensar en un reflejo de la literatura artúrica.

Por lo demás, Geoffrey de Monmouth incorpora a la Historia Regum Britanniae una lista de profecías atribuidas a Merlín, que a partir de este momento se convierte en profeta y adivino plenamente aceptado por el cristianismo.

Las Prophetiae Merlini se difundieron al parecer en torno a 1130, cuando Geoffrey aún se encontraba atareado con la redacción de la Historia Regum Britanniae, a la que más tarde se incorporarían, como acabo de decir. La alegoría profética construida por Geoffrey establece un paralelismo más o menos claro entre ciertos animales, símbolos de determinadas virtudes o cualidades, y algunos personajes históricos: así, por ejemplo, Arturo es el jabalí de Cornualles; pero, en general, las profecías resultan ininteligibles, como era de prever.

Al gusano germánico lo exaltará el lobo de mar y lo acompañarán las selvas de África. La religión será destruida por segunda vez y cambiarán las sedes de los primados (…). Lloverá sangre y una espantosa hambre afligirá a la humanidad. Gemirá el dragón rojo ante estos sucesos, pero, después de tanto infortunio, recuperará su vigor…

Un santo rey equipará una flota, y será considerado el duodécimo en la corte de los bienaventurados. Una lastimosa desolación se enseñoreará del reino, y las eras de las cosechas se tornarán bosques impenetrables. Resurgirá de nuevo el dragón blanco, e invitará a la Hija de Germania. Nuestros campos se llenarán de semilla extranjera y el dragón rojo languidecerá en un extremo del estanque…

De esta forma, las palabras de Merlín también necesitaron de intérpretes, por lo menos hasta el siglo XVI, en que gozaban de fama, según el testimonio de Rabelais. Después caerían poco a poco en el olvido.

Llama la atención que en la Vita Merlini, extenso poema en hexámetros, compuesto hacia 1150, la personalidad del protagonista difiera notablemente de la que se nos presentó en la Historia Regum Britanniae: en esta obra, Geoffrey había adaptado el nombre de Myrddin, latinizándolo, a la figura del joven profeta que confunde a los magos de Vortigern. En la Vita, Merlín vive mucho tiempo después: cuando combatía en Cumbria en el año 575, el protagonista enloqueció y fue a vivir en los bosques, donde desarrolló su actividad profética.

Es posible, como han puesto de relieve numerosos estudiosos —desde Paul Zumthor hasta Carlos García Gual—, que entre los dos Merlines haya sustanciales diferencias de origen, que se reflejan en las incongruencias de los textos, algunas de ellas tan importantes como las que afectan a la cronología del protagonista. Habría que buscar la clave en el Itinerarium Cambriae del cronista galés Giraldus Cambrensis (ca. 1220), que alude a dos personajes con el mismo nombre: el primero, «llamado Ambrosius, que profetizó en el tiempo del rey Vortigern», y que habría de identificar, por tanto, con el adivino que aparece en la Historia de Geoffrey de Monmouth; el otro Merlín nació en Escocia y:

fue llamado Celedonius, por el bosque Celedonio en el cual profetizaba, y también lo llamaron Silvestre, porque una vez que estaba en pleno combate descubrió en el cielo un terrible monstruo y desde ese momento se volvió loco y, tomando asilo en un bosque, vivió vida silvestre hasta su muerte. Este Merlín vivió en los tiempos del rey Arturo, y se cuenta de él que profetizó más completa y claramente que el otro.

Así pues, el Merlín que va a llegar a través de la tradición artúrica será una fusión de los dos personajes citados por Giraldus Cambrensis, una mezcla de adivino y mago, conocedor del pasado, del presente y del futuro, de lo oculto y lo visible, pero capaz también de transportar las piedras de Stonehenge a cientos de millas de distancia mediante sus conocimientos de artes mágicas.

En cuanto al tema del Homo sylvester, se repite con insistencia desde que Orfeo, desesperado por la segunda pérdida de Eurídice, se retiró del mundo para vivir y cantar sus penas entre las fieras salvajes. Pero el bosque constituye también un lugar habitual de toda narración folclórica, sea de remotos orígenes clásicos o no. Vladimir Propp se ha ocupado de este aspecto de forma detallada y con la agudeza que le caracteriza; así, en Las raíces históricas del cuento podemos leer que el bosque es siempre «densísimo, oscuro, misterioso, un poco convencional, no del todo verosímil». Por este camino llegaríamos a los ritos de iniciación, constantemente asociados al bosque en los cuentos folclóricos, y por tanto estaríamos dirigiéndonos hacia determinadas concepciones del Más Allá: «El camino para el otro mundo pasa por el bosque».

En las novelas artúricas, los héroes nacen y se crían en el bosque (Perceval, Galván, etc.) y a él regresan cuando fracasan en las aventuras, en busca de refugio, o cuando enloquecen. Para el hombre medieval, es el lugar de las potencias más terribles: no hay normas, y en él se puede producir todo tipo de prodigios y, a veces, dará la recompensa por tantos esfuerzos. Pero el bosque es, ante todo, soledad e infinitud. Nadie iría a vivir allí, a no ser que estuviera loco, del mismo modo que solo los locos o los elegidos se atreven a ir al mundo de los muertos: Lanzarote, Tristán, Yvaín, Amadís, Don Quijote y otros muchos caballeros, profundamente enamorados y víctimas del amor, encuentran en su sentimiento la fuerza suficiente para poder vivir en el bosque, ajenos a las normas sociales…

Poco a poco se van formando los aspectos esenciales de la personalidad de Merlín. Sin embargo, una figura tan sobresaliente como es la de este mago-adivino queda temporalmente eclipsada en las obras de Chrétien de Troyes, durante la segunda mitad del siglo XII. La razón que se suele aducir para esta momentánea desaparición es que el arte narrativo de Chrétien se basa en el «suspense», y que, por tanto, la presencia de adivinos y profetas podría causarle problemas desde el punto de vista literario. Será necesario esperar a los primeros años del siglo XIII para volver a encontrar a Merlín, aunque el silencio lo ha transformado de modo significativo: para Geoffrey de Monmouth era el profeta de la esperanza bretona, mientras que ahora se ha convertido en el profeta del Grial. El personaje toma nuevos derroteros.

Posiblemente, la metamorfosis se deba a Robert de Boron, autor de una trilogía (Joseph d’Arimathie, Merlin, Perceval) que se ha conservado de forma fragmentaria. En el planteamiento de este autor, Merlín se convierte en el transmisor de las promesas divinas y en el único capaz de hacer que los designios de Dios se cumplan de la forma en que los tiene pensados: el reino de Arturo muestra así algunos puntos de contacto con la concepción del mundo que se recoge en el Antiguo Testamento; la llegada del Grial, con la redención de los escogidos, constituía una clara trasposición de la venida del Mesías.

Para entonces, Merlín es un personaje artúrico y casi nadie recuerda ya al adivino que vivió en la época de Vortigern, y, a la vez, la caballería se ha convertido en algo digno, con una alta meta: los caballeros eran, en definitiva, los llamados a la mística contemplación del Grial; solo algunos serían los escogidos. Al menos, así ocurre en la literatura; en la realidad, la caballería había entrado en una profunda crisis y socialmente había perdido casi todo su prestigio.

El interés cristianizador de Robert de Boron queda bien de manifiesto; por si fuera poco, a este autor no le bastaba con santificar el Grial o instituir la Mesa Redonda en recuerdo de la Santa Cena: la parte que se ha conservado de su obra presenta abundantes materiales moralizantes e innumerables sermones; por eso, no tiene nada de particular que Merlín se convierta en un mago cristiano a pesar de que los demonios lo engendraron con la idea de hacer de él un Anticristo.

Hemos podido ver a lo largo de estas páginas que Merlín es considerado, desde 1130 aproximadamente, el profeta y el adivino de la Materia de Bretaña. Basta fijarse en los textos conservados —aunque sea sin demasiada atención y de forma tan rápida como nosotros hemos hecho— para apreciar a grandes rasgos las transformaciones más elementales de su figura. Pero hay otros aspectos que no se pueden captar de forma tan simple, ni aprehender en un contacto tan somero.

Las profecías de Merlín constituyen en gran medida el hilo conductor o, si preferimos, el marco de la historia de Bretaña, ya que establecen los mitos más representativos de los acontecimientos que han de ocurrir. Desde el punto de vista de la narración, las profecías forman un conjunto básico para la coherencia del relato, ya que marcan el presente y el futuro que, necesariamente, tiene que ocurrir. Esta relación sufre importantes alteraciones —como es evidente— a partir del momento en que la figura del profeta desaparece o pasa a un segundo plano y la coherencia narrativa tiene que buscar otras formas de expresión.

En distintas obras del siglo XII (de Thomas, Giraldus Cambrensis, etc.), se alude a Bleheris, personaje que se identifica con el Blaise del Merlin de la Vulgata. Su función no es otra que la de anotar las profecías del protagonista y, después, dejar constancia de los hechos ocurridos. Gracias a este fiel escriba se conocen con todos los detalles los sucesos de los tiempos de Vortigern y de la juventud del rey Arturo.

De esta forma, Merlín y sus profecías se convierten no solo en base de los hechos, sino también de la narración, ya que esta se muestra como fundamentalmente histórica y, por tanto, sería la representación de lo ocurrido.

Pero de nuevo estos planteamientos van a sufrir alteraciones poco después de que Robert de Boron escribiera su trilogía, pues en la Historia de Lanzarote del Lago (Lancelot en prose) Merlín pierde el relevante papel que había desempeñado hasta el momento: por una parte, la cristianización de los temas que había provocado Robert de Boron hace que el mago-adivino quede relegado por su origen diabólico, que evidentemente le impide cualquier aproximación al Santo Grial. Por otra parte, el mago y adivino —ya de provecta edad— se enamora de la Doncella o Dama del Lago, transmitiéndole todo su saber y siendo víctima de sus propios encantamientos. El final recuerda no poco el Lai d’Aristote de Henri d’Andeli, en el que el maestro de Alejandro Magno permite que una doncella, de la que se había enamorado, cabalgue sobre él como si fuera un palafrén: Amor omnia vincit, diría Ovidio, y lo recordarán no pocos novelistas de la Edad Media. Pero no es eso lo que nos interesa ahora. 

La Dama del Lago se llama Viviana o Niniana, y será la tutora de Lanzarote hasta que sea armado caballero. Incluso en algún texto tardío, como la Vita di Merlino, publicada en Venecia en 1480, y que es una versión libre de la segunda parte de la trilogía de Robert de Boron, esta misma Dama ocupa el lugar de Blaise, anotando y recordando las profecías del mago. Es harto posible que los conocimientos de Merlín pasaran a Viviana y que de esta forma el papel femenino supere al masculino. Era el signo de los tiempos. Así, la Dama del Lago une su nombre al de otra maga-adivina artúrica, Morgana, dando origen a una nueva tradición.

La desaparición de Merlín plantea un problema desde el punto de vista de la técnica literaria de las novelas artúricas. No hace mucho veíamos que la coherencia narrativa de estos relatos queda encomendada en gran medida a la relación que se establece entre las profecías, los hechos ocurridos y la narración de esos hechos para que los copie un escribano (Blaise, Bleheris, etc.). Pues bien, en la Historia de Lanzarote del Lago, en la que ha desaparecido prácticamente la figura de Merlín, las profecías y predicciones, que no podían desaparecer, quedan encomendadas a profetas o adivinos ocasionales, esporádicos, que son ermitaños de santa vida, caballeros viejos retirados al ascetismo o monjes blancos; junto a ellos, inscripciones, letreros y pruebas milagrosas de las que se vale Dios para dar a conocer su pensamiento. Merlín es sustituido por todo tipo de visiones, de signos premonitorios, de sueños simbólicos. En cualquier caso, los designios divinos siempre podrán conocerse y la alta aventura del Grial podrá ser llevada a término. De nuevo, el arte narrativo se impone: gracias al escalonamiento con que se van desarrollando estos elementos, el drama final adquiere matices cada vez más intensos y, también, más sombríos.

He dicho al comienzo de estas páginas que Geoffrey de Monmouth parece haber sido el creador de la figura de Merlín, personaje al que dedica una Vita y unas Prophetiae, sin contar las frecuentes alusiones de la Historia Regum Britanniae. La obra de Geoffrey fue elaborada a principios del siglo XIII por Robert de Boron, que escribió un Merlin en verso, del que solo se ha conservado un fragmento de medio millar de versos, mientras que han llegado a nosotros casi cincuenta manuscritos con una prosificación de la misma obra, realizada durante el siglo XIII.

Los manuscritos de la versión en prosa parecen responder a dos redacciones muy diferentes: una, directamente vinculada a la trilogía de Robert de Boron, ocupando el puesto central entre el Livres de Joseph y el Perceval, se suele determinar Suite du Merlin o Huth-Merlin; la otra fue elaborada para poder ser incluida en el ciclo de la Vulgata artúrica.

La traducción que ahora publico pertenece a un texto de esta segunda familia (el ms. Add 10292 de la Bristish Library, fechado en 1316) y fue publicado por O. H. Sommer en su monumental The Vulgate Version of the Arthurian Romances, vol. II, Washington 1908. Hay que advertir que no se trata del mejor manuscrito del grupo, pues, como ha puesto de relieve A. Micha, retoca frecuentemente la versión original, comete incongruencias y, a veces, se distancia de los demás manuscritos; no obstante estos defectos, es el único representante de la familia publicado en su totalidad, y a ello se debe nuestra elección.

El texto que presentamos se articula sobre dos núcleos esenciales: el enfrentamiento de la nobleza levantisca y rebelde contra el joven Arturo, al que no considera heredero del trono, y la guerra contra los invasores sajones. Los personajes principales son Merlín, Arturo y Galván, y la obra se convierte en una crónica de la juventud de los protagonistas, que después desempeñarán papeles de gran relevancia en la Historia de Lanzarote.

Pero no todo es de carácter histórico o pseudo-histórico. A lo largo de los tres años y medio que duran los hechos relatados, ocurren episodios de índole diversa y que en algunos casos quedan profundamente marcados por la personalidad de Merlín: engaños descubiertos, fantasías extraordinarias, enigmáticas carcajadas. Y, siempre, la presencia del amor, que conduce al matrimonio de Arturo y Ginebra, y que conduce, también, al encierro y desaparición final de Merlín.

Esta versión abreviada se ha hecho respetando varios criterios: en primer lugar, hemos utilizado como hilo conductor las hazañas de Merlín, prescindiendo de muchos hechos marginales; por otra parte, hemos evitado dejar aventuras incompletas, con la idea de que la lectura resulte cómoda y la comprensión no se vea alterada; finalmente, los pasajes eliminados han sido resumidos para facilitar el camino al lector, que, de este modo, podrá seguir la acción sin detenerse en las prolijas descripciones de batallas. 

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