Ya lo dijo Mafalda: “como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante”. Y, de pronto, una pandemia azotó al mundo y el mundo que conocíamos desapareció, propiciando que nuestra mirada se centrara en las cosas más relevantes. Durante casi tres meses estuvimos encerrados en nuestras casas, observando cómo entraba el sol por la ventana, prestando atención a la familia, a los amigos, a nuestras mascotas. Mientras tanto en las ciudades el tráfico cedía el paso al silencio, las calles se vaciaban, los montes respiraban en calma y la naturaleza nos devolvía sus colores. Dejamos atrás el invierno y salimos a una primavera extraña. Todo adquirió un nuevo sentido en un momento en el que el tiempo se detuvo en seco. Sin embargo tras unos días de bloqueo y de adaptación muchos fotógrafos volvieron al trabajo y decidieron dejar un testimonio de su propio confinamiento. Esta mirada es la que se nos muestra en Tiempo detenido. Memoria fotográfica del confinamiento, un proyecto propuesto por Eduardo Nave y organizado por la Fundación Enaire y PHotoEspaña. 

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Estamos ante una propuesta digital que reúne las imágenes de 42 fotógrafos profesionales de nuestro país como Isabel Muñoz, Gervasio Sánchez, Lurdes Basolí, Estela de Castro, Jonás Bel, Isabel Permuy o Carlos Spottorno. Cada uno, desde una óptica diferente, ha retratado la pandemia y el confinamiento, la calle y la casa, las personas y los objetos. Así, esta exposición se divide en cuatro ámbitos: Ausencia, Espera, Urgencia y Ensoñación. “Este proyecto recoge la vitalidad de la fotografía española”, reconoce Claude Bussac, directora de PHotoEspaña.

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Cuando Eduardo Nave salió a la calle con su cámara de fotos para reflejar el momento histórico en el que estábamos inmersos sintió que habría decenas de compañeros de profesión haciendo lo mismo. Hizo algunas llamadas y constató que estaba en lo cierto. “Tenemos la obligación de documentar lo que ocurre”, sostiene el fotógrafo y artífice de Tiempo detenido. Entonces, se atrevió a lanzar el proyecto y poco a poco se fueron sumando fotógrafos, escritores e instituciones hasta tener la forma que tiene hoy: una exposición que en septiembre tendrá un catálogo con textos de Elvira Lindo, Carlos del Amor y Mireia A. Puigventós, encargada de los breves escritos que preceden a cada una de las secciones.

No hay duda de que la noción del tiempo es diferente para cada uno de nosotros y la selección de los temas que dan forma a este trabajo así lo demuestra. En Ausencia autores como el propio Nave, Samuel Aranda o Clemente Bernad nos acercan las calles de las ciudades vacías, ausentes y fantasmagóricas. Como escribe Puigventós, “son imágenes que hablan de una experiencia colectiva que nos ha obligado a atravesar una temporalidad más profunda e intensa, atada a la vida. Que se mide con las emociones y los sentimientos”.

Esa vida que habitaba las calles se vio desplazada a los hospitales donde muchos luchaban por sobrevivir y otros tantos por salvar vidas. Mascarillas, pantallas y guantes. En este punto, la exposición nos lleva a la Urgencia, donde nos encontramos con las instantáneas en las que el Premio Pulitzer Manu Brabo ha capturado cómo la Covid-19 ha azotado a Asturias, las imágenes de Isabel Muñoz, a quien el estado de alarma sorprendió en Japón y tuvo que adelantar su viaje de vuelta a España donde se dio de bruces con unas calles que ya no refulgían vida, o las de Anna Surinyach, que ha dirigido su objetivo a esas manos que han estado en primera línea de combate intentado no perder tantas vidas a riesgo de poner en peligro las suyas. Carlos Spottorno, Susana Vera, Ricardo García Vilanova y Gervasio Sánchez también nutren esta sección que rinde homenaje a los sanitarios y se convierte, en palabras de Puigventós, en “fragmentos de un momento histórico que ha sido embestido para hacernos entender que no todo es tiempo presente, sino tiempo inminente”. 

Y en el interior, durante nuestra estancia en casa hemos hecho infinidad de videollamadas, hemos cocinado, practicado deporte o lidiado con el teletrabajo y los pequeños de la casa revoloteando por todos los rincones. Esto último es lo que captura Jonás Bel en una serie fotográfica en la que vemos a su hijo Nico saltando en 24 posturas diferentes. Pero también vemos las imágenes poéticas de Lurdes R. Basolí que tras el shock inicial decidió poner un poco de orden. En esa espera que da nombre a la tercera sección, Basolí cuenta que el día 27 de marzo se le rompió el móvil pero decidió no repararlo. Ese tiempo lo dedicó a pasear a su nueva perrita siempre por la misma zona donde se dio cuenta de que la primavera se abría paso. “Esto dio lugar a un idilio con las amapolas y quise mostrar cómo se manifestaba esta estación del año. Hemos necesitado una pandemia para recuperar el silencio que nos ayuda a ver”, apunta. 

Pero en medio de toda esa ausencia, urgencia y espera ha habido tiempo para dejar libre a nuestra imaginación. Las largas horas de espera, el aburrimiento en muchos casos o la desesperación por convertir las horas muertas en productivas han dado lugar a la ensoñación. Este el título de la última sección en la que la mirada poética y esperanzada toma un espacio necesario. Es «entre el encendido y el apagado, en un abrir y cerrar de ojos, donde afloran estas fotografías», asegura Puigventós. Es el caso de Estela de Castro, que antes de la pandemia se había propuesto “retratar el mundo tal y como es antes de su desaparición”. Un proyecto que ahora resulta casi profético pues poco después el mundo se paralizó y De Castro tuvo el tiempo necesario para observar la belleza que le rodeaba. Con linternas que alumbraban parcialmente la noche, las plantas y los animales la fotógrafa sintió la necesidad de “crear un mundo nuevo, mágico y que ayudara a encajar todo lo que estaba ocurriendo”. 

En definitiva, Tiempo detenido nos ayuda a guardar en la memoria un momento histórico en el que el mundo quedó paralizado por la enfermedad, la urgencia y el aislamiento. No obstante, y como indica Gervasio Sánchez: “nunca en mi vida profesional había visto morir con tanta soledad como en mi país”. 

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