Cada dos meses, la restauradora Eleonora Pucci tiene “el privilegio” de mirar cara a cara y a solas al “David” de Miguel Ángel para limpiar el polvo sobre su pelo y su piel de piedra: “Me intriga saber qué pensaría de los turistas”, confiesa a EFE la joven historiadora en una pausa de su tarea.

Pucci, florentina de 39 años, asegura que mientras se encarama en la escultura más famosa del mundo llega incluso a hablar con “él”, a desahogarse y, aunque no se atreve a poner palabras en la boca de este coloso, sí tiene una curiosidad personal.

“Lo que más me intriga es imaginar qué pensaría viendo a todas estas personas que llenan el museo y que anhelan hacerse una ‘selfie’ o una foto con él, saber qué piensa y qué opinión tiene de todos nosotros”, reconoce, no sin antes soltar una sonora carcajada.

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La joven es una de las restauradoras funcionarias de la Galería de la Academia de Florencia (norte), que alberga esta famosa obra maestra de la escultura renacentista, y cada dos meses desde diciembre de 2018 tiene un trabajo a buen seguro envidiable.

La restauradora escala un andamio con brochas y un aspirador a la espalda para limpiar el polvo y otros filamentos que halla sobre el “David”, la estatua del rey bíblico que el genio Miguel Ángel esculpió entre 1501 y 1504.

“Es importante para evitar que se acumulen depósitos de polvo o filamentos que circulan en el aire y que entran en el museo con la ropa de los turistas, explica.

Pero, asegura, también suelen encontrarse nidos de araña, especialmente entre los rizos de su pelo y otras cavidades. “Entre limpieza y limpieza estas arañitas encuentran su refugio”, afirma.

Se trata de un trabajo extenuante porque Pucci, durante unas seis horas, no solo limpia esta estatua de 5,17 metros de altura y 5.560 kilos de mármol, sino que también fotografía cada centímetro de su superficie para seguir, con un archivo, su estado de conservación.

El “David”, explica, está “bien”, aunque sobre su cuerpo puedan apreciarse algunas grietas, pues el mármol es de baja calidad -no lo escogió Miguel Ángel-, mientras que el Museo controla la estabilidad de los frágiles tobillos de la estatua.

La restauradora subraya que cada vez que escala ante la severa mirada de la estatua más famosa del mundo siente una emoción única, pero siempre la misma, pues su perfección, las venas de sus manos, sus músculos y tendones, nunca dejan de asombrar.

“Cada vez siento una gran emoción. De hecho, cuando me preguntan cómo fue la primera vez, siempre digo que como la segunda, la tercera o la cuarta. Siempre es una gran impresión y sobre todo un gran honor. Hacer este trabajo es una gran suerte”, reconoce.

Eleonora es florentina de nacimiento y, como tal, por haber crecido en la monumental capital del Renacimiento, lleva la pasión por el arte en las venas.

Estudió en la principal escuela de restauradores de la ciudad del “Ponte Vecchio”, el Opificio de las Piedras Duras, especializándose en mosaicos, y después de cuatro años se licenció en Historia del Arte.

Inmediatamente después empezó a trabajar y a rotar durante toda una década por Italia: pasó por Bologna (norte), por la capital siciliana, Palermo (sur), por Padua (norte) o por Pompeya (sur), la ciudad arrasada hace dos milenios por la furia del volcán Vesubio.

Después la vida la llevó a Canadá hasta que algunos años en Italia se convocó una oposición: “Yo quería volver a Florencia, porque soy florentina, gané y pude elegir la Galería de la Academia. De este modo pude regresar, con mucho gusto”, rememora.

Eleonora habla con el “David” a sus espaldas, sin perderlo de vista ni por un instante. La escultura de este rey bíblico espera sus brochas y la atención de sus grandes ojos azules para seguir brillando, desnudo como siempre pero en la soledad del museo, sin la presencia de los millones de turistas que lo hostigan cada año. 

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