Héctor González Aguilar

Según el diccionario de la Real Academia Española, la greguería es una invención del escritor Ramón Gómez de la Serna que consiste en una metáfora breve e ingeniosa; esta palabra no es de uso corriente en México, pero hagamos un poco de historia.

Hacia el año de 1913, en España, Ramón Gómez de la Serna, joven escritor que había incursionado en el mundillo literario unos años antes, comenzó a hacerse notar por el rechazo que sus artículos producían entre los lectores del periódico madrileño La Tribuna.

Al ver que algunos retiraban su suscripción al periódico, Ramón –como se le decía simplemente- se vio en la necesidad de explicar a los lectores la razón de que sus textos resultaran un tanto extraños o, tal vez, ilegibles. Sucedía que él era un seguidor de los movimientos de vanguardia que impulsaban una nueva forma de escribir y de apreciar la literatura.

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Desde esa época comenzó a explicar el origen de sus greguerías, una especie de artilugio literario que ya incluía en sus escritos desde fines de la década anterior. Según él, las greguerías son “lo que gritan los seres confusamente desde su inconsciencia”, pero que además eran el producto de una estética humana renovada.

Después de la aparición de varios artículos en defensa de su estilo, y contando con el apoyo de un escritor consagrado como lo era Azorín, el público español fue aceptando las greguerías de Ramón. El que persevera alcanza, para la década de los veinte, el escritor que había estado a punto de ser despedido de La Tribuna ahora escribía un promedio de 400 artículos anuales en diversos periódicos de España.

Gómez de la Serna relataba que en los diccionarios antiguos la palabra “greguería” significaba el ruido que hacen los cerditos cuando andan detrás de la mamá en busca de alimento; en la realidad esto no es así, pero fue parte de la fábula creada por el escritor para justificar que había creado un nuevo significado para la palabra, y la menciona porque Azorín, en alguna de sus obras, designa con ese término el gruñido de los cerdos. 

Lo cierto es que el diccionario define a la greguería como un sonido ininteligible o confuso, es claro que hace alusión al lenguaje de los griegos, que a la multitud de oídos que no son griegos resulta incomprensible.

En términos de Gómez de la Serna, la greguería se obtiene de combinar una metáfora con el humorismo, de ahí que el resultado pueda ser algo tan diverso como lo es una frase poética, una frase irónica, un chiste o incluso un aforismo. Aunque se proclamaba el  inventor de la greguería, Gómez de la Serna reconocía a Quevedo, en pleno Siglo de Oro español, como su antecesor en el uso de este tipo de metáforas.

Lo mejor es disfrutar la greguería sin tratar de definirla o analizarla como han hecho muchos críticos. Si no tenemos tiempo para crear las nuestras, podemos incorporar las de Ramón a nuestro vocabulario, quizá podrían servirnos de adorno en una que otra ocasión. Por ejemplo, si estamos en una reunión a media semana podemos decir que “el miércoles es un día largo por definición”; al momento de preparar un coctel comentaremos espontáneamente que “el hielo se derrite porque llora de frío”. Si se nos ocurre filosofar, será oportuno expresar que “el amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero”; y si somos dados a contar anécdotas, recordaremos al hombre que “escribía habrigo con hache porque así resultaba más abrigador”.

Ramón era todo un personaje, en sus años de mayor notoriedad se decía que no era un escritor sino un espectáculo, era un charlista estrambótico, capaz de dar una conferencia montado sobre un elefante o subido en el trapecio de un circo. Sus tertulias en el Café Pombo, de Madrid, se volvieron célebres, a ellas asistían escritores muy connotados de la época; todo artista de renombre que visitaba Madrid tenía que pasar por las tertulias del mencionado café.

La vida de Gómez de la Serna, como la de muchos artistas y creadores españoles, cambió con la guerra civil; hacia 1936 dejó Madrid y se estableció en Argentina, en donde residió el resto de su vida. 

Gómez de la Serna fue todo un fenómeno editorial, escribió más de cien obras, pero se le recuerda por sus greguerías. Octavio Paz lo admiraba, decía que era el mejor escritor español de su generación. Sin embargo, algo sucede con su obra que no se difunde tanto, al grado que alguna vez José de la Colina dijera que la posteridad no ha sido amable con Ramón, el inventor de las greguerías.

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