En el verano de 1960, una pareja noruega, el aventurero Helge Ingstad y su esposa, la arqueóloga Anne Stine, navegaron hasta un pequeño y remoto pueblo de pescadores, en el escarpado extremo norte de Terranova en la costa atlántica de Canadá.

“Llegaron y le preguntaron a la gente dónde había ruinas. Una de las personas con las que conversaron fue George Decker, mi abuelo…”, le contó a la BBC Loretta Decker, quien trabaja para Parks Canada y vive en ese remoto pueblo de pescadores donde ocurrió todo: L’Anse aux Meadows, o La ensenada de las medusas, en español.

“Mi abuelo, que era el representante de la aldea, les mostró lo que había en nuestra pradera. Hay un arroyo, que todavía tiene salmones, y una terraza marina, que es una playa elevada, y está cubierta de yerba. Es un lindo lugar. Y ahí se ve lo que esencialmente son los contornos de casas.

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“Durante muchas generaciones se le llamaba ‘el campo indio’ pues la gente de aquí asumía que había sido de los pueblos indígenas.

“Pero cuando los Ingstad lo vieron les recordó mucho a lo que habían visto en Groenlandia”.

Fue un descubrimiento prometedor, pues lo que los Ingstad esperaban encontrar eran pruebas físicas de que los vikingos habían ido de Groenlandia a América del Norte hacía 1.000 años.

Eso significaría que habrían sido los primeros europeos en el continente unos 500 años antes de Cristóbal Colón.

Los restos de esas edificaciones podían ser la evidencia así comenzaron las excavaciones.

Un mundo desconocido

La historia de que los vikingos habían cruzado el Atlántico, era vieja, de hecho muy antigua.

Aparece en las páginas de las Sagas nórdicas, la antigua colección escandinava de mitos y leyendas, que relata el apogeo de la conquista y exploración vikinga hace 1.000 años.

Según las Sagas, un vikingo llamado Leif Ericson había liderado una expedición desde la nueva colonia nórdica en Groenlandia, y fue incluso más al oeste, navegando hacia el mundo desconocido, en busca de tierras y recursos para suplir las carencias de la colonia de Groenlandia.

Y según Sagas lo encontró: una tierra de bosques y prados, con arroyos llenos de salmón, y crucialmente encontró vides de uvas silvestres y dice, por eso llamó al nuevo territorio, Vinlandia.

“Durante mucho tiempo, los expertos trataron de hallar esa tierra de leyenda, armados con instrucciones de navegación, descripciones, pero nadie la había encontrado”, cuenta Decker.

“Hay un mapa muy antiguo, que se debate si es auténtico, llamado el mapa de Skálholt, que muestra el Promontorium Winlandiae (“promontorio o cabo de Vinlandia”) y los Ingstand pensaban que eso localizaba la península nórdica de la isla de Terranova (en la costa noreste de Norteamérica)”.

Fue por eso que los Ingstad llegaron L’Anse aux meadows: estaban en busca de la mítica Vinlandia.

La prueba de hierro

A pesar de su entusiasmo, el explorador y la arqueóloga tuvieron que luchar contra la incredulidad de la comunidad científica: no eran los primeros en embarcarse en pos de esa leyenda.

Durante más de 100 años, arqueólogos de Finlandia, Dinamarca y Noruega habían usado las antiguas epopeyas nórdicas para guiar su búsqueda del asentamiento perdido de Erikson.

“Al principio, los miraron con mucho escepticismo, criticismo y, en general, esa actitud de ‘¡Otra vez con lo mismo!'”, señala Decker.

Pero lo que fueron encontrando en las excavaciones a lo largo de los años cambió todo eso.

“Algunos de los artefactos hallados eran claramente nórdicos, como un alfiler de bronce; también encontraron mucha evidencia de madera que había sido labrada con herramientas de hierro. Encontraron pino europeo…

“Además, los detalles de la forma en la que las viviendas fueron construidas y dispuestas. Y había evidencia de producción y forja de hierro”.

Y eso era algo que los nativos, cuya cultura era de la Edad de Piedra nunca hicieron.

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