Jesús Santander/Zenda
«¿Qué le debemos a aquello que ha muerto? “El acto de amor de recordar a un muerto —escribe Kierkegaard— es el acto de amor más desinteresado, libre y fiel”. Pero con certeza no el más fácil. El muerto, en efecto, no solo pide nada, sino que parece hacer de todo para ser olvidado. Precisamente por eso, sin embargo, el muerto es tal vez el objeto de amor más exigente, respecto al cual siempre estamos desarmados y en falta, distraídos y en fuga».
Porque los muertos exigen más amor del que pueden devolvernos en su condición ausente, reflexiona Agamben. Y quizá no sea tan solo cosa de muertos, sino también de aquellas personas fugaces que desde la imposibilidad de reencuentro se mantienen en nuestra memoria. «Toda historia de amor es una historia de fantasmas», dijo David Foster Wallace, porque hay fantasmas que no necesitan de la muerte, sino de la distancia que ocupan en nuestra vida. Esos fantasmas son los que nos recuerdan que en el mundo estamos limitados por nosotros mismos.
Sobre estas reflexiones se articula La lengua herida, de David Aliaga, con la que la editorial Candaya ha alcanzado la centena de publicaciones dentro de la colección de narrativa. La narración comienza con P. Coen, un dibujante de comics que regresa a Mexicali para seguir dos rastros: el de su abuelo italiano, Bepo, que huyó de Trieste y del antisemitismo de la Europa del eje; y el de una yerbera llamada Lucía Corona, que le curó la lengua a P. Coen tras ser herido durante una manifestación en el noventa y nueve. Y puede recordar el año exacto porque tras su regreso a Mexicali encuentra un ejemplar de un cómic suyo en una vieja librería y al tomarlo por nostalgia descubre su firma y la fecha. Ese libro era el mismo que el que le dedicó tiempo atrás a «la asombrosa Lucía Corona» después de que ella lo auxiliara. ¿Pero por qué el cómic ha acabado en esa librería? Ese ejemplar será uno más de los rastros que le recuerden al protagonista que vive entre los espectros de las personas con las que alguna vez convivió. La lengua herida que da título a esta novela será el leitmotiv de la narración, una lengua herida que condujo a P. Coen al primer encuentro con Lucía y, al mismo tiempo, hace referencia a una lengua desposeída de la mística para la invocación. Porque la posmodernidad nos convierte en nómadas que desconocen ya el relato, y de ahí de donde surge la herida.
Lucía, la yerbera, aparece en la novela no mediante sí misma, sino a través de las reminiscencias de otros personajes al puro estilo de Patrick Modiano. Pues La lengua herida hace de la ciudad una infraestructura de lo cambiante, una ruina que participa en el presente a partir de la evocación de lo irrecuperable. La memoria está tratada por David Aliaga como geografía urbana y relato, pues en ambos casos hay una necesidad de búsqueda, de interpretar desde uno mismo. «Vivimos en el artificio del recuerdo», dijo Masoliver Ródenas y el protagonista de esta novela, P. Coen, es consciente del riesgo que implica recordar y de este modo «no quiere traicionar doblemente aquellos días, y calla: la primera traición, la memoria; la segunda, narrarla». Pero lo ocurrido, se quiera o no, regresa mediante una especie de Eterno Retorno, que hace de lo que había sucedido una reaparición.
El recuerdo del abuelo Bepo también será un motor para su regreso a Mexicali, donde todo estará tan cambiado como aquello que va descubriendo de su abuelo y lo hace una persona diferente a la del recuerdo de la infancia. Ahí está el vértigo de recomponer un relato que puede ser distinto del que habíamos usado para nuestra identidad. Y de este modo P. Coen «alberga el deseo de la memoria tanto como la teme», porque en la memoria también está la certeza de quien se es, pero, ¿y si la memoria cambia? El pasado del abuelo Bepo en el campo de concentración de Trieste, su huida a Mexicali forman parte también de esa lengua herida. Pues todo lo que el abuelo calló para evitar propagar su dolor, ahora recae en P. Coen y en su necesidad de colmar ese silencio. La herida también puede ser una herencia. Por esto, nuestro protagonista quiere escribir un cómic con la historia de su abuelo, para llenar el blanco de las viñetas con imágenes, porque a la memoria también se accede por fragmentos, así como lo expresa el propio narrador: «fragmentos de otro tiempo que no se dejan hilar con el relato de episodios perfectamente causales en que, como suele suceder, ha terminado por convertir su vida».
La lengua herida, de David Aliaga, mantiene a través del misterio y la búsqueda una certera reflexión sobre cómo nos construimos a nosotros mismos y a los demás mediante el recuerdo. De este modo, el libro comienza con una cita de Kafka que nos advierte del mundo como subjetivación. Pues la vivencia, la ciudad, los afectos; una vez pasan, dependerán de cómo regresemos a ellos y existe la posibilidad de traicionarlos. Esta novela es toda una indagación sobre la memoria y su relato. ¿Qué sucedió con la yerbera, Lucía?, ¿qué hacer con ese dolor que dejó el abuelo Bepo? Preguntas que guiarán a un protagonista que conoce el riesgo de seguir el rastro de aquello que lo había acompañado, hasta entonces ausente.
Autor: David Aliaga. Título: La lengua herida. Editorial: Candaya. Venta: Todos tus libros