Héctor González Aguilar

Después de ganarse un merecido prestigio como escritora, Virginia Woolf se convirtió en fuente de inspiración para los movimientos feministas; en el ensayo Una habitación propia hace referencia a la posición de la mujer dentro de la literatura, pero las implicaciones del texto van más allá del tema e, incluso, del feminismo.

En octubre de 1928 Virginia Woolf dio unas conferencias tituladas “Mujeres y ficción” en dos centros de educación, para mujeres, dependientes de la Universidad de Cambridge. Resultado de aquello, un año después publicó un ensayo titulado Una habitación propia, que con el tiempo se volvería fuente de consulta obligada para las organizaciones feministas.

Esta obra efectúa un recorrido por la literatura inglesa, ofrece una relación de las mujeres que a partir de Aphra Behn -tal vez la primera mujer en vivir de sus escritos-, en el siglo XVII, se han dedicado a escribir, al mismo tiempo, se pregunta la razón de que las escritoras inglesas hayan incursionado preferentemente en la novela y no en la poesía. 

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El ensayo tiene un elevado nivel literario, la autora va desarrollando el tema con sutileza, hilvanando su propuesta con anécdotas y con algunos hechos ficticios que le confieren amenidad, como el de una supuesta hermana de Shakespeare, con talento para la escritura pero que nunca lo ejerció sólo por ser mujer. La lectura transcurre como una corriente sinuosa y tranquila, sin que por ello falten las sorpresas.

Son dos las sugerencias que Virginia Woolf remarca a las mujeres que desean escribir: que tengan un ingreso de al menos quinientas libras anuales y que se hagan de una habitación propia. El dinero es para poder subsistir con total independencia de un varón; la habitación es muy necesaria para trabajar en completa soledad, pues durante todo el texto Woolf resalta el hecho de que las escritoras inglesas -Jane Austen, por ejemplo- hayan tenido que escribir sin disponer de un sitio privado, y en ocasiones sin poder hacer a un lado las obligaciones que les corresponden, como el cuidado de la casa, de los hijos y del esposo. Si las escritoras inglesas no han destacado en la poesía, concluye Woolf, se debe a que es el género literario que requiere de mayor concentración, de ahí el origen de su propuesta.

Entre todo esto, Woolf deja ver su postura ante la predominancia masculina en los espacios públicos y en los privados, limitando a la mujer únicamente al espacio consagrado a su sexo: el doméstico.

El texto contiene otros planteamientos interesantes; a Woolf le gustaría que existieran más de dos sexos, le resulta irrisorio que solamente haya dos; por ello alerta a la mujer para que no imite la conducta del hombre, eliminando el riesgo de que termine existiendo solamente un sexo –el masculino y su burda copia.

También hace alusión a una frase de Coleridge en cuanto a que las grandes mentes son andróginas. Esto, reducido al ámbito intelectual o artístico, significa que los creadores más celebrados han logrado obras excelsas gracias a que en su interior desarrollaron una buena combinación de masculinidad y feminidad. Desconozco si el poeta y filósofo inglés se haya expresado así o si se trata de una idea propia que Woolf puso en labios de otro; sea como sea, las evidencias actuales indican que esto es muy posible.

La escritora aborda un tema que en los últimos años ha sido vivamente cuestionado por el feminismo: la superioridad del hombre. Esa superioridad que de manera natural, o divina -según las creencias de sus defensores-, se ha adjudicado a la especie humana sobre la totalidad de los seres vivos, el varón la ha impuesto sobre la mujer.

En alguna parte del texto Woolf augura que en los siguientes cien años las mujeres habrán conseguido la igualdad ante los hombres. Si el ensayo se publicó en 1929, estamos a punto de llegar a esa fecha profética. Es cierto que la condición de la mujer ha mejorado ostensiblemente con respecto a la época en que se publicó el ensayo, pero aún hay un largo trecho por recorrer, por lo que será necesario mantener la lucha feminista por tiempo indefinido.

Por los planteamientos anteriores, Una habitación propia se considera un texto feminista, lo cual es válido y comprensible, pero habría que agregar que la actitud del “hombre superior” –en cuanto a que no desea que las personas sean iguales a él-, además de fomentar la sumisión de la mujer y provocar la violencia de género, es causa de otros males tan perniciosos como la desigualdad económica, la desigualdad política, la desigualdad social o la discriminación racial, que afectan a grandes masas de población y que a pesar de ser combatidos con alguna regularidad, no terminan de eliminarse.

La destreza aplicada por Virginia Woolf en Una habitación propia nos proporciona momentos de agradable lectura al tiempo que nos hace más receptivos ante las demandas feministas; mas no hay que perder de vista que algunas de las ideas vertidas en el ensayo van más allá de los límites del feminismo, seguramente la especie humana se vería sustancialmente beneficiada si algún día se logran erradicar los miasmas que ha provocado el complejo de superioridad masculina citado en el texto.

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