Para el siguiente viaje, me preparo. Este en específico me cuesta trabajo, porque mi mente esta llena de imágenes que Hollywood puso ahí desde que era niña. Esas escenografías grandiosas de Roma donde una de las figuras más connotadas fue la de Nerón, aparecen como acto de magia solo con decir “Imperio Romano”. Hay una película donde este emperador está personificado por Alberto Sordi y aparece una Brigitte Bardot muy joven; todos actuando una parodia que de niña me hizo reír muchísimo y que he vuelto a ver ahora y me parece malísima.

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Para poder poner en un contexto más acertado lo que acontecía en aquella época, he tenido que ir borrando elementos como la fisionomía de los personajes, el vestuario, la manera de contemplar el mundo y los he buscado leyendo un poco más. He averiguado un poco sobre los olores, la comida, las costumbres y en verdad que los sentidos aguzan la perspectiva de las cosas haciéndolas más vivas. Para poder mirar de frente a un tirano extravagante que marcó un período de continuas traiciones, sospechas y condenas políticas, un líder marcado por las conspiraciones y represión despiadada, que al final terminaría trágicamente; he tenido que hacer varios cambios de imágenes que tenía en mi mente.

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De su mandato, se ha escrito muchísimo, pero hay un personaje que ha llamado mi atención, una mujer que está considerada una de las primeras asesinas seriales de la historia. Sus métodos estaban ligados con la herbolaria, los minerales y el conocimiento de animales tóxicos.

¿Pero quién era esta mujer tan ávida para la alquimia y el conocimiento con las hierbas? La dama en cuestión llevaba el nombre de Locusta “langosta” en latín. Una asesina silenciosa al servicio del gobierno. Un instrumento del Estado, según decía Tácito, el historiador, que es quien coloca su nombre en los anales de la historia.

Armando el escenario para trasladarme a esta época, finalmente logro comenzar a entrar en materia, fabrico en mi mente una stola matronae de tela liviana y transparente con una subucula de algodón, la hago larga y hasta los pies cerrando ambos lados. La sujeto con cordones que ciñen mi cuerpo. Esta es la vestimenta que usaban las mujeres casadas y con varios hijos. Usar estas prendas le daban a la mujer ciertas garantías y si voy a estar husmeando por ahí, es mejor ir precavida.

Cuido los detalles del calzado y las joyas, es importante que piensen que soy alguien con poder. Quizá la esposa de algún Patricio. La lengua; pues instalo en mi mente la paquetería para hablar “sermo rusticus”, el latín destinado a la áspera habla de los conquistadores y soldados, pues el “sermo urbanus”, o lengua culta que manejaban poetas e historiadores, no lo van a entender en el mercado.

Estoy buscando a una mujer que fue esclava, de origen Galo. Me dirijo entre las calles estrechas con los mismos olores que tienen las calles angostas en esta época, una mezcla de orines y heces fecales. Después de un par de horas de indagar y preguntar infructuosamente estaba a punto de darme por vencida, cuando el vendedor de ranas me dijo que su esposa sabía de esta mujer y que por un par de denarios me ayudaría. Sin más remedio entregue las monedas y espere a que llegara la mujer. Con las manos llenas de grasa se limpió con un trapo, olía a cebo, y el olor penetrante me provoco un par de arcadas. Tratando de evitar el asco, busqué entre mis cosas un poco de lavanda y con la mano me puse a inhalar suavemente. La mujer se rio y me mostró una boca con un par de dientes podridos. Me senté en un banco y comenzó a narrarme la historia que ella sabía.

“Durante el tiempo que Locusta estuvo casada con un hombre que la maltrataba, dicen las malas lenguas que comenzó a aprender el arte de hacer pócimas. No sé si tenía algunos conocimientos en esta materia que aprendió en su tierra, o los fue adquiriendo mientras buscaba en la naturaleza venenos para acabar con su tormento. Se dice que fue envenenándolo poco a poco con distintos brebajes. Una vez viuda se ganó la vida haciendo ungüentos, potingues y venenos, aunque estos últimos se estaban prohibidos y perseguidos con la muerte”. La mujer respiró y espero a que pasara un soldado que venía caminado lento revisando los puestos.

Apenas paso, continúo diciendo “Mientras, iba volviéndose una maestra en el arte de hacer venenos, precavida tomaba pequeñas dosis de sus propios venenos para ir haciéndose inmune, por si alguien decidía vengarse.

En algún momento fue acusada de asesinato y fue llevada a la cárcel, pero su fama había llegado a oídos de Agripina la menor, bisnieta de Augusto, hermana de Calígula. Un ser oscuro, malvado, manipulador y despiadado que destruyó uno a uno a sus enemigos para convertirse en una de las figuras más poderosas de Roma usando a su hijo como títere para sus fines.

El emperador Claudio, que era su esposo, tío y padrastro de Nerón, fue quizá una de las víctimas más connotadas de esta mujer, las razones para privarlo de la vida fueron de naturaleza política más que personal, pues de haber sido un buen gobernante, no hubiese habido la necesidad de asesinarlo. Aquí es donde entra en escena Locusta, pues fue ella quien preparo el veneno.

Fue la encargada de asesinar a un hombre que no tenía ni la más remota idea de cómo llevar las riendas de un imperio correctamente.

Entonces Agripina, allí donde sus argucias no sirvieron para allanar el camino, de los planes que tenía para su hijo, el veneno solucionaría el problema.

13 de octubre del año 54, a Claudio le esperaba un manjar al que no podía resistir. Un plato de setas, que era su comida favorita. Después de que Holato, su catador oficial, probara una pequeña porción del plato, el emperador se abalanzó sobre la comida. Tras pedir una jarra de vino, comenzó a asfixiarse. El emperador sufrió vómitos y diarreas en su lenta agonía, dejando como sucesor al hijo de Agripina. Así, con Nerón al frente del Imperio, la receta secreta para su ascenso, fueron unas setas venenosas que en su torpeza devoró.

Después del padre siguió, Británico hijo del emperador que contaba con apenas 14 años. En un grandioso banquete ofrecido por Nerón, se le dio un caldo, previamente probado por un catador, excesivamente caliente. Al refrescarlo con agua se añadió Sardonia una planta que crecía en la isla de Cerdeña que preparada por las hábiles manos de la artesana de las plantas, pasaba por un ataque epiléptico.

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