Es imposible imaginar un partido de futbol en el que no haya cabezazos al balón. La escena puede ser fácilmente imaginada: la redonda vuela por el aire, después de un pelotazo, y el defensor lo cabecea para despejar el peligro de su área. Y ni hablar de los cientos, miles, de goles presenciados después de un testarazo imponente. El centro a la medida y la aparición de un delantero formidable para enviar el balón a la red. ¿Cómo sería el futbol sin esas y todas las variantes provistas por el juego aéreo?

Fácilmente podríamos estar hablando del fin del futbol tal y como lo hemos conocido siempre. Pero hay un hecho inevitable: los cabezazos al balón causan daño neuronal incluso a corto plazo. Cuando se piensa en que los futbolistas puedan padecer daños cerebrales, la referencia inmediata obliga a pensar en choques de cabeza. Esos momentos suelen ser muy dramáticos y el ejemplo de Raúl Jiménez, cuando colisionó su cabeza con la de David Luiz, es el más cercano. Sin embargo, a pesar de lo aparatosos y graves que pueden resultar, esas acciones son más bien una excepción: no en todos los partidos se ven choques de cabezas, en tanto son accidentes, pero sí en todos los partidos hay cabezazos al balón.

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Por ejemplo, Jiménez contó que su cráneo todavía no está bien soldado, después de la cirugía de emergencia que se le realizó tras el choque. “Antes era una protección completa, luego se hizo más chica y ahora es una banda, tipo cinta de cabello largo, que cubre más esa parte, pues es donde el cráneo no está completamente soldado y es de protección y no haya un golpe crítico. Tengo la fisura del cráneo y es difícil que me vuelvan a pegar en ese lugar, pero es recomendación de los médicos”, contó el delantero en Star+.

Pero el peligro más constante no está en un choque, sino en el mero acto de cabecear el balón. Un estudio de The New England Journal of Medicine, realizado a exfutbolistas, arrojó conclusiones inequívocas: tienen cinco veces más probabilidades de morir por Alzhaimer que una persona no vinculada a este deporte, cuatro veces más por esclerosis lateral amiotrófica, tres veces más por demencia y el doble por Parkinson. Por otro lado, se reconoce que la práctica del futbol disminuye las probabilidades de padecer cáncer y enfermedades cardiovasculares.

“La encefalopatía traumática crónica que se observa en los futbolistas es una patología exclusiva de aquellas personas que han sufrido golpes en el cráneo. Se repite en futbolistas, jugadores de fútbol americano, jugadores de hockey sobre hielo, boxeadores, víctimas de accidentes automovilísticos, víctimas de violencia doméstica. No los une ni la droga, ni los hábitos alimenticios, ni la tecnología empleada. El nexo son los golpes”, dijo Willie Stewart, investigador escocés, a El País.

El investigador español José Manuel López Nicolás recordó en un artículo de Líbero que Jeff Astle, exjugador inglés fallecido en 2002, tenía tantos daños neuronales como un boxeador que ha recibido golpes durante toda su carrera. También citó el estudio del Colegio de Medicina de Nueva York, en el que se establece que los deterioros cognitivos comienzan después de haber impactado el balón unas 855 veces. El mismo estudio decía que un jugador realiza esa acción más de mil veces en un año.

Tomando en cuenta esos factores, se puede decir que el riesgo para Jiménez, como para cualquier futbolista, es cotidiano. Y no por un hipotético choque futuro, sino directamente por el hecho de cabecear un balón. Es el caso de Alan Schearer, goleador británico de los noventa, que padece fallas en su memoria —él la califica de “muy débil”— y dijo en 2017 que los estudios que se había realizado hasta entonces le auguraban desarrollar demencia en el futuro. No sólo mencionó como factor clave los goles que hizo de cabeza durante los partidos, sino también —quizá principalmente— los que hizo durante los entrenamientos.

“Por cada gol que anoté de cabeza (en partidos) marqué mil en los entrenamientos, eso me pone en riesgo si es que hay un vínculo entre ambos factores. Es un deporte duro y brillante, pero hay que estar seguros de que no sea un juego mortal”, relató a Daily Mirror. “Cuando uno se convierte en profesional, se espera tener más tarde problemas de espalda, rodilla o tobillo. Pero jamás pensé que el fútbol estaría ligado a enfermedades cerebrales”.

En ese mismo aspecto, Geoff Hurts, campeón del mundo en 1966, recordó sus rutinas como jugador. “El peligro para mí es la cantidad de veces que cabeceas el balón durante los entrenamientos, no en los partidos. En el West Ham cabeceábamos un balón colgado del techo entre 15 y 30 veces durante 10 minutos cada día, y después practicábamos remates de cabeza durante 45 minutos. Yo creo que a los niños no hay que dejarles cabecear: también se puede disfrutar usando el pie”, contó a The Telegraph. En Estados Unidos, desde 2014 los menores de 13 años tienen prohibido rematar el balón de cabeza.

La FIFA ha realizado algunos congresos para debatir los daños cerebrales de los jugadores, pero la discusión se sigue centrando en las colisiones (el tiempo en el que deben ser atendidos, cuánto pueden tardar en volver y si deben hacerles estudios más profundos al momento del impacto). Todavía no se trata con profundidad el daño comprobado de los remates al balón. Las evidencias están ahí.

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