El VAR de la Liga MX tuvo otro fin de semana de espanto para añadir a la colección. Primero, en el Clásico Tapatío entre Chivas y Atlas se marcaron dos expulsiones que si fueran tomadas como ejemplo para los silbantes de todo el mundo, bien podrían condicionar la práctica del futbol tal y como lo conocemos hasta el día de hoy. En la primera jugada, Luis Reyes pateó el balón sin percatarse de la presencia de Isaac Brizuela, a quien terminó por dar una patada en la boca.
El diagnóstico inicial del árbitro Marco Antonio Ortiz había sido certero: tarjeta amarilla a Reyes por juego peligroso, tal cual ha sido la tradición con ese tipo de jugadas en cualquier época. No fue así. Tras una revisión en el VAR, el colegiado juzgó que la jugada ameritaba roja. Diez minutos y el partido había sido arruinado. No bastó con eso: todavía en el primer tiempo, a los 38 minutos, el partido se emparejó cuando Miguel Ponce fue expulsado tras un “pisotón” sobre Anderson Santamaría. El lateral de Chivas tenía el pie arriba, sin mala intención, y producto de la inercia rozó a Santamaría con los tacos. Para Ortiz no hubo medias tintas: lo echó del partido para compensar su primer error.
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El colmo del absurdo llegó en el partido que enfrentó a Cruz Azul contra Toluca. Sebastián Jurado, arquero de La Máquina, fue echado del partido tras una ¿patada? sobre Haret Ortega. A ese punto del absurdo se ha llegado: a que aterrizar en el piso después de un salto sea motivo de expulsión. El más natural de los movimientos puede ser escrutado por los árbitros en la caseta. Lo grave del asunto es que el encargado de señalar la roja para Jurado fue Fernando Guerrero, uno de los silbantes más experimentados de la Liga. Si quien tiene más conocimiento del campeonato es capaz de fallar así, ¿qué se puede esperar de los árbitros más jóvenes y de la escuela que se está dejando para el futuro?
Si el nivel del futbol nacional ya es lo suficientemente cuestionable, no queda duda de que este tipo de manejos arbitrales hacen que todo sea todavía más complicado. En los partidos en los que hay un buen espectáculo, como fue le caso del partido de ayer entre Diablos y Celestes, se corre el riesgo de que el arbitraje eche a perder lo positivo y que la conversación se centre por completo en los silbantes.
Además, este tipo de decisiones rigoristas abonan a la idea de que el VAR “está matando el futbol”, como si la tecnología fuera la responsable de tomar tan pésimas decisiones. Al final del día, el videoarbitraje es una herramienta, una referencia si se quiere, pero es manejada por humanos; en particular, es manejada por los mismos árbitros que ya eran una calamidad antes de que la tecnología “arruinara” el futbol. Equivocar los juicios solo profundizará los problemas de raíz.
Si el VAR fuera correctamente aplicado en las situaciones más obvias, y los lineamientos estuvieran claros a nivel mundial, todos se ahorrarían disgustos, reclamos, injurias y vergüenzas. Como suele suceder en casi todo lo que involucre malas decisiones en el futbol mexicano, los principales afectados son los aficionados, que quedan sujetos a los caprichos de unos árbitros que no saben juzgar jugadas ni siquiera cuando las vuelven a ver diez veces y en cámara lenta. El acertijo, por lo tanto, queda resuelto: los árbitros siempre han sido malos, con o sin tecnología.