La Selección Mexicana vive un momento tenso. Es costumbre en los últimos años, pero ahora se ha añadido un rechazo prácticamente unánime por parte la afición: se han cansado de tanta mediocridad y, en particular, de un continuismo sin sentido que para nada se detuvo ni contuvo por el fracaso del Mundial de Qatar 2022. Y como pasa en cada momento de turbulencia, abundan las recetas a modo para salir de los malos días. Aunque, como se verá, la mayoría de soluciones propuestas en realidad carecen de sustancia. Entre las múltiples opiniones que se han dado en los últimos días está la de Ricardo Peláez, exjugador, directivo y actual comentarista de televisión en TUDN.
En el programa Línea de 4 de esa cadena, Peláez dio su diagnóstico sobre lo que ve en la actualidad de la Selección Mexicana y sobre los abucheos que padecieron los jugadores en su más reciente partido contra Jamaica. “Calidad sí, pero falta liderazgo, sangre, pecho, llámale como quieras. Salir a la cancha y partirte la madre al cien por ciento. Fui futbolista y conozco el éxito y el fracaso, conozco ganar y conozco perder, conozco como delantero fallar un gol clarísimo frente a la portería, conozco todo y siempre voy a apoyar a muerte a la Selección Nacional”, fueron las palabras del exdelantero, mundialista en Francia 1998.
Durante muchos años el futbol mexicano ha caído en el tópico de que le faltan “ganas” a los jugadores para trascender y tener un equipo que sea en verdad competitivo. Porque eso es lo que se quiere y se pide: un equipo que compita con dignidad. Por más que la Selección sea un producto regularmente inflado en expectativas y aspiraciones, la mayoría de gente tiene las cosas claras: el Tri nunca será campeón del mundo y ni siquiera valdría la pena soñar con eso. Pero sí que se puede pedir un equipo que demuestre crecimiento, mejoría, y eso ya ha pasado en contados pero recordados momentos —la Copa Confederaciones 2005, la victoria sobre Croacia en 2014 o ante Alemania en 2018—.
Pero el error de interpretación no puede ser más grande cuando se habla de “ganas”. El futbol es un deporte en el que no bastan lo deseos, como en casi ningún otro. Si fuera por voluntad, por entrega, por pelear cada balón, los equipos profesionales se olvidarían del balón y harían entrenamientos de atletismo todos los días. Así no se cansarían nunca, aunque luego tuvieran problemas para dar el pase más elemental. México, en realidad, no tiene la calidad que pregona Peláez y con la que constantemente queremos engañarnos.
A la Selección podemos llegar a verla con voluntad, incluso podemos ver desesperación cuando las cosas no les salen bien, en un ejemplo de que no son tan indiferentes como creemos (y cómo no, si después de tantos fracasos, sería imposible que no hicieran evidente su molestia). Pero eso no basta. Si fuera suficiente con las “ganas” (palabra que puede recibir muchos nombres, pero en cada caso hace referencia al esfuerzo), todo sería mucho más sencillo: no habría que preocuparse por el largo plazo, por jugar cada semana ante rivales de calidad, por formar jugadores que de verdad sean válidos para jugar en contextos de alta exigencia.
Si México quisiera jugar mejor, lo último que haría falta serían ganas. Primero debería haber jugadores de calidad, por eso Argentina fue campeona del Mundo siendo la selección que menos distancia corrió en Qatar 2022. Y México no tiene jugadores con calidad. El elemento con más claridad de juego dentro del campo es Luis Chávez, que ya tiene 27 años, y muchos lo venden como promesa —hasta hace dos o tres años nadie lo tenía en el radar—. Y luego viene Santiago Giménez, que está teniendo una temporada de lujo en Países Bajos (15 goles hasta ahora), algo destacado, sí, pero no para ser el salvador inmediato de la Selección Mexicana. Al Tri de hoy le falta todo: ganas, la obsesión de muchos, pero lo más dramático es que tampoco hay calidad.