Aparte del coronavirus en el sexenio de Cuitláhuac García, cuando pasen los años solo habrá de recordarse la ausencia de resultados de su gestión y el descubrimiento del machete como el más gustado instrumento de trabajo en su equipo. Si el ingeniero no compone su actuación en los años que le quedan, su paso por el gobierno de Veracruz será totalmente intrascendente. 

De la aridez de sus horas en palacio o de sus recorridos favoritos por la campiña quedarán constancias suficientes en los escuálidos informes de gobierno, en la invisibilidad de sus acciones y en la poca o nula empatía con la población, manifestada en encuestas, en redes sociales o en todo tipo de conversaciones entre la gente común. 

La última carcajada estatal la está proporcionando la pobre iniciativa de salir con la moruna y con Eric Cisneros a cortar la maleza de camellones y áreas verdes apoyándose con el personal de confianza en plena época de lluvias, cuidando de que todos se enteren de semejante e inútil esfuerzo. 

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Ese chapeo ridículo con los peones más costosos de la historia, quedará olvidado una o dos semanas después a causa del riego abundante de agua caída del cielo. ¿Por qué no hacer algo más duradero, por ejemplo, poner a esos asalariados de pedigrí, a pintar fachadas o guarniciones en los centros históricos, un trabajo que duraría cuando menos un año y alegraría a vecinos y visitantes? ¿O es más fácil evocar y sacar a relucir los machetes?  

Es grave lo que está sucediendo en Veracruz y nadie puede ocultarlo. Sin contar las anteriores evaluaciones demoscópicas, esta semana trasciende una encuesta que pone a Cuitláhuac en el fondo de las calificaciones entre los gobernadores del país. Pero semanas atrás, también se difundieron las cifras oficiales del tremendo subejercicio en el gasto del gobierno a su cargo. Los jefes no han entendido los procedimientos y normativas.

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Y en este mes de septiembre, en los eventos de honores al Padre de la Patria, los secretarios de despacho abren la boca ante los periodistas, solamente para exhibirse en su superficialidad o falta de tamaños para el cargo que les dieron. Sea que hablen del desarrollo social (o de los caros vehículos adquiridos a dedazo puro), o que presuman acciones o gestiones sobre el enrarecido medio ambiente, o los “amplios apoyos” a los empresarios mermados por la pandemia, los susodichos funcionarios de machete, café y Facebook, muestran el divorcio con la sociedad y la mediocridad con la que cargan las oficinas públicas.

Por eso no resulta extraño que la agenda estatal se llene de murmuraciones, especulaciones, díceres y chismes de los altos políticos del momento, o que la agenda lleve asidos con engrudo a diez o veinte soñadores, piratas o pillos de siempre, que quieren ser candidatos a gobernador, a alcaldes o diputados, llámense Manuel, Ricardo, Rocío, Cinthya, Miguel, Julen, Héctor, Carlos, David, Paco, Pepe o Luis.

Entre la aridez de avances o de resultados gubernamentales, ante el exceso de morunas de comparsa y mentes de escaso filo y sobrada ambición, Veracruz percibe aburrido balbuceo que pretende ser cuento distractor o discurso pujante, mientras su horizonte se pinta de gris medianía y el territorio sostiene intrascendente niebla.  

Esa es la fuerza moral -vana para muchos de los hombres y las mujeres de la cuarta transformación- la que organiza la fuerza social a su provecho y la pone al servicio de sus ambiciones.

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