Días antes del tercer informe anual de Claudia Sheinbaum, algunos medios de comunicación encabezados por El Universal dieron a conocer que se había incrementado en 10 puntos la aprobación de la jefa de gobierno de la Ciudad de México. Se trataba del resultado de un estudio demoscópico realizado por ese medio, que desde su nacimiento pretende ser “El gran diario de México”.  

Todo mundo sabe que la señora Sheinbaum encabeza la lista de prospectos para suceder a AMLO en 2024. También se sabe que el presidente insiste en descalificar a El Universal cada vez que puede, aunque de esa encuesta favorable a su discípula, no dijera nada el inquilino del palacio nacional. 

Llama la atención que El Financiero publicara en esos días su propia encuesta, señalando que la aprobación de la jefa de gobierno había caído en las semanas previas. Y resulta interesante que en una columna de opinión de la semana pasada, el mismo medio presentara el análisis de un estudio global sobre las encuestas de la elección estadounidense en 2020, y que el columnista hiciera énfasis en el alto margen de error encontrado en EUA y también en una explicación a ese respecto: que muchas de las personas elegidas en las muestras de las casas encuestadoras, se negaron a contestar tales encuestas.

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Desde que la izquierda llegó al poder en México, se ha notado una gran difusión de encuestas de empresas diversas que, hasta ahora, señalan con un alto porcentaje de aprobación a López Obrador y a su partido. Pareciera que el grueso de la población nacional ya es morenista y reconoce y aplaude los logros de la 4T. Pero aquí hay varios claroscuros. Muchas veces las encuestas son trajes a la medida para los beneficiarios de ellas. Y es lógico pensar que las casas encuestadoras pagarán por difundir en muchos medios sus productos. Quizá es parte del contrato para realizar una encuesta: Tu compromiso es que saques el resultado y lo difundas en muchos medios, sólo así se hace opinión favorable.

Si se recuerda bien, en la elección de la Ciudad de México el pasado 6 de junio, la población apoyó a los candidatos opositores en nueve alcaldías (la mitad), por lo que los números de las encuestas de Sheinbaum y López Obrador pudieron haber cambiado negativamente por varios hechos o circunstancias (por ejemplo, la inseguridad pública, la corrupción cuatroteísta y el accidente de la Línea 12 del Metro).

Esos resultados electorales mostraron en la capital del país una realidad que existe en las 32 entidades federativas: MORENA tiene un gran porcentaje de seguidores. Pero también hay morenistas decepcionados junto a gente de izquierda desmoralizada por la manera en que se conduce el país. De los no morenistas que hace tres años votaron por AMLO, también hay un alto porcentaje de decepcionados y desmoralizados, que seguramente ni siquiera aceptan contestar las encuestas pro Andrés Manuel. Muchos de ellos seguramente de la clase media, la más traicionada y la más perjudicada por diversas acciones muy comentadas en los medios y en la conversación pública.

Desde luego, esos inconformes, esos traicionados y esos desmoralizados de varios partidos, que en 2018 creyeron en López Obrador, es muy probable que en la siguiente elección presidencial de 2024, no quieran saber nada de AMLO y sus formas de gobernar, como sucedió en 2020 con los gringos que ya no quisieron saber nada de Trump y que le dieron un triunfo categórico a Joe Biden. 

La sociedad ya no cree en encuestas y tampoco en partidos, aunque haya personas de Morena y de grupos dispuestos a comprar esas opiniones “demoscópicas”, como las hasta ahora aparentemente favorables al actual régimen de gobierno. 

México está dividido en dos bandos: los morenizados y los desmoralizados. Esa es la única realidad. Y en 2024, los prospectos, más que los partidos, también cargarán con defectos y virtudes. Quizá más con sus defectos.

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