Lo que sabemos de la trayectoria política del gobernador Cuitláhuac García Jiménez es poco si comparamos la vida e historia de quienes han sido sus antecesores en los últimos treinta años. Hasta antes de que él tomara el poder, se notaba el ascenso y preparación, aunque sea exprés, de la persona que ocuparía la silla principal del palacio de gobierno.

El ingeniero Cuitláhuac es un joven adulto falto de preparación política que -aunque incordie- no se puede negar. Desde su campaña proselitista hasta el momento que protestó el cargo en el Congreso de Veracruz mostró que el discurso político no es lo suyo. Se apartó de los mensajes de esperanza y olvidó presentar en lo mínimo cuál sería -¿o es?- el proyecto insignia de su administración.

Hacer una evaluación de los primeros cuarenta días de gobierno es quizá una acción arbitraria y fácil de rechazar. Durante ese periodo, los festejos de fin de año fueron prioritarios para la sociedad y en el gobierno no se aprovechó el tiempo para preparar las tareas gubernamentales y políticas. Al menos así lo perciben los comentaristas modernos -tanto en medios de comunicación como en la redes sociales- los cuales afirman que las cosas en palacio ni siquiera van despacio.

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Esas reacciones sociales pudieran tildarse de infamias, generadas por los adversarios morenistas/cuitlahuistas, pero nunca como ficciones. La población cree que es necesario rehabilitar y proyectar una imagen diferente del gobernador de Veracruz, la cual pueda moldear un ambiente propicio para Cuitláhuac. Pero también la voz del pueblo percibe que hay oídos sordos, falta de cuerpo y carencia de oficio político en gran parte de los novatos funcionarios.

Por ejemplo, el desorganizado y desafortunado encuentro con los familiares de reporteros caídos y desaparecidos en la entidad, a propósito del Día del Periodista, se desmadró gracias a las ocurrencias e improvisaciones que no se controlaron en el evento. Hasta los reconocimientos ofrecidos por el gobernador a los reporteros, se confundieron con prebendas.

Cuando terminó la ceremonia, el gobernador veracruzano subió a su oficina seguido de aquellos que buscaban el aliento, la esperanza y la foto. El mandatario se veía como un capitán invencible, imposible de tocarlo (le quitó el brazo bruscamente a un joven que lo envolvió brevemente para hacer una selfie) y ante cualquier petición su mirada y rostro eran desafiantes.

Los veracruzanos quieren un gobernante que administre con pulcritud los recursos del erario, que demuestre cómo se aplica la justicia y se aniquila la impunidad, que elimine los excesos de los funcionarios públicos -en los tres niveles de gobierno- y en los organismos autónomos, pero para ello es necesario un hombre noble, generoso, austero y sociable.

El equipo del Ejecutivo estatal tiene que apartarse de aquellas acciones que sólo enaltecen el culto a la personalidad. Veracruz necesita retomar el brío económico, político y social que lo distinguía de las otras entidades del país.

No pueden fermentar y estallar las pasiones, cuando menos se espera, en forma absurda porque reflejaría un resentimiento envilecedor. Miguel de Unamuno solía decir: “Entre los pecados capitales no figura el resentimiento y es el más grave de todos; más que la ira, mas que la soberbia”.

Los buenos políticos no pueden ser despóticos porque se transforman en gobernantes desdichados. Recordar que somos sin saberlo instrumento ciego del juego contradictorio del destino.

Hay tiempo para ajustar.

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