A escasas semanas de que llegue el 12 de octubre, cuando se celebra el Día de la Raza, el pasado domingo Claudia Sheinbaum dio a conocer en qué se convertirá la otrora célebre Glorieta de Colón en la capital de la república.  

La jefa de gobierno de la Ciudad de México dijo que la estatua de Cristóbal Colón que se quitó de ese lugar hace un año, se trasladará al Parque de Las Américas en la Colonia Narvarte. En el lugar que deja la escultura del navegante genovés se colocará un monumento a la mujer indígena, como justo reconocimiento a los 500 años de resistencia de los pueblos originarios en nuestro país. 

El escultor Pedro Reyes está realizando la talla directa en piedra de una escultura de mujer olmeca que ha sido denominada Tlalli, vocablo náhuatl que significa tierra. El artista, que también es arquitecto y curador de nivel internacional, con influencia humanista y marxista en sus obras, dijo que se siente honrado por continuar esta tradición, cuya responsabilidad toma con gran seriedad y con un profundo sentido de amor por nuestro país. 

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En varias ciudades del orbe se han estado retirando monumentos de conquistadores o de personajes asociados a dictaduras o al esclavismo y exterminio de culturas y pueblos originarios. Ese es el caso del monumento a Colón, según los inconformes, removido desde el año anterior en el Paseo de la Reforma, catalogada como una de las avenidas más hermosas e icónicas del país. 

Quizá el nuevo monumento pueda ser considerado también un símbolo del feminismo en estos tiempos de la cuarta transformación, en los que el gobierno de López Obrador ha atacado, reprimido y desalentado a movimientos de mujeres defensoras de derechos humanos o ideas progresistas.  

Gran oportunidad para un escultor afín al obradorismo, que jamás hubiera soñado en contemplar una de sus obras en esta renombrada vialidad citadina. Una muestra de que la historia la hacen los vencedores, los que, como ocurre en toda época y en todas latitudes, necesitan a sus propios intelectuales y artistas para dar a conocer y sembrar su filosofía y su política.

Para nuestro estado es una oportunidad de difundir a una de sus grandes culturas, la olmeca, considerada como la madre de las culturas de Mesoamérica, que existió hace más de tres mil años. De allí provienen las famosas cabezas olmecas que se encuentran en varios museos de México y de las cuales, el arte del fallecido escultor veracruzano Ignacio Pérez Solano, repartió sendas réplicas en piedra que fueron donadas por el gobierno estatal y que se encuentran expuestas en avenidas importantes de Madrid y París, así como en el Smithsonian Museum de Washington y en países lejanos como Canadá, Holanda o Sudáfrica. 

Por cierto, y al estilo de la ya consolidada Cumbre Tajín, no resulta descabellada la idea de desarrollar una Cumbre Olmeca (o si se quiere, Cumbre de Tres Zapotes en Santiago Tuxtla) como sitio de encuentro artístico de las culturas originarias del sureste de México, dentro del Proyecto de Desarrollo del Istmo de Tehuantepec, que trata de impulsar el presidente López Obrador.

Cuántas cosas no verán en el devenir de los días y las noches el Paseo de la Reforma y sus inocultables aires dictatoriales.

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