Dos hechos importantes para México y Veracruz, ocurridos durante estos días de mayo, y aparentemente sin asociación alguna, están sirviendo para mostrar retrocesos políticos, retorno a épocas pasadas y, principalmente, incoherencia de pensamiento y acción por parte del mandatario nacional, una persona que acostumbra a dar el golpe y la palmada, en ese orden.
Veámoslo de la siguiente manera: Andrés Manuel López Obrador argumentó y utilizó como bandera política por muchos años, dos asuntos que detonaron esta semana como cohetones de feria con varas enloquecidas cayendo al parque central. El primero fue el decreto con el que devolvió el ejército a las calles y el segundo, del que no dijo una sola palabra, el haber dejado sin efecto, vía reforma constitucional en Veracruz, la revocación de mandato a gobernador, a alcaldes y a diputados locales, que él mismo había generado y promovido hace pocos meses.
En el caso del ejército en las calles, no es difícil encontrar justificación ante el bodrio que representa la guardia nacional en manos de Alfonso Durazo y su reconocida incompetencia. El gobierno federal debe retomar acciones ante la fuerza de la delincuencia desbordada (o bordada desde el poder público). Y también, como una forma de controlar y amedrentar a la población en eventos de cualquier índole, incluso electoral.
El otro tema que AMLO conoció y aprobó, aunque no diga nada, fue el de la reversa respecto a la revocación de mandato en Veracruz y la disminución de todo el aparato electoral en esta entidad, aprobadas el martes pasado.
Es evidente la razón por la que Andrés Manuel ahora hace mutis. El manoseado ejemplo jarocho puede dar pie a hacer lo mismo a nivel federal y acabar con el jocoso discurso de la revocación de mandato al presidente de la república. Medida preventiva de origen tropical por si decae la aceptación popular, como sufre ahora el mandatario veracruzano.
Pero aquí hay un riesgo. Ambas situaciones pueden contribuir a que aparezca mayor inconformidad y disgusto social, logrando en un momento generar la fuerza de una olla de presión. Por lo pronto, aparecen o surgen humores políticos que podrían mezclarse y comportarse como ingredientes malignos en el turbio fondo de un hirviente caldero de brujas.
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El senador Dante Delgado, por ejemplo, hace ruido incómodo y suele salirse con la suya. Sabe cómo hacerlo y conoce bien el mundo del poder. El día de ayer apareció en el programa Entredichos del Grupo Reforma y le reiteró al presidente que se ponga a gobernar, señalando que tiene un equipo muy menor al que le hacen falta grandes hombres.
Dante afirmó que para que haya desarrollo, tiene que haber acuerdo con todos los sectores. “En Movimiento Ciudadano vamos a trabajar porque no se dé una ruptura…no queremos ocurrencias ni secuestro de los gobiernos, no creemos en la violencia para combatir a la violencia; queremos un gobierno honesto, profesional y eficiente”, dijo conciliador.
En Veracruz, después de la aplanada morenista que impuso la reforma en el congreso local, la soberbia cuitlahuista festinó ruidosamente “los logros históricos” en la sobremesa.
En la bajomesa, esta vez el PAN prefirió callar y ya expulsó al diputado que hizo ver al dirigente del partido como simple porquerizo. En el PRI hicieron lo mismo con el personal traidor. También avisan que al estilo Timbiriche, y antes de irse a soñar en el pajar, su líder corre, vuela y se acelera para defender al priismo de todos sus cocos, asegurando que ahora sí están organizando una brillante escaramuza para mostrar unidad partidaria y palabrería solitaria.
Quizá en los menos de 400 días que faltan para la elección intermedia del 2021, los partidos de oposición, que no reciban jugosos cañonazos apaciguadores, terminen de localizar a sus militantes diseminados en valles y ciudades o escondidos en las faldas de los cerros veracruzanos, evocando a las justicieras y vengativas brujas de Los Tuxtlas.