En la anécdota política del siglo pasado solía escucharse la siguiente frase cuando trascendía que desde las alturas se perjudicaba a alguna persona: “Es que le aplicaron la ley de hilados y tejidos, y cuando eso ocurre, el hilo siempre se revienta por lo más delgado”.

Y esa graciosa sentencia de la peculiar burocracia mexicana aplica perfecto a los actuales tiempos de transición presidencial. El ejemplo más preciso y que se dio en un mismo sexenio -el de Peña Nieto- es el de la maestra Elba Esther Gordillo, cuyo caso se desplazó por casi seis años colgado del veleidoso e irregular hilo de la justicia nacional.

Como todos saben, la maestra ha sido desde hace varias décadas una de las figuras esenciales en el hilado y tejido de la política en este país. Salió a la palestra directiva magisterial, cuando el sistema botó por inútil a su antecesor en el sindicato. Entonces emergió a la cúspide de esa organización para respaldar sin remilgo alguno al ejecutivo federal en turno y a toda la nomenklatura.

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Así fue como Elba Esther apoyó a Salinas de Gortari, a Zedillo, a Fox y a Calderón. Y parece que su pacto con Enrique Peña no fue del todo satisfactorio para él, porque un día, el presidente del copete y la gaviota le jugó una mala pasada en el aeropuerto de Toluca, y le enderezó -con un expediente de a mentiritas- un proceso legal que la llevó al reclusorio y después a la prisión domiciliaria. Pero el castigo duró hasta el miércoles pasado, a unos meses del cambio de estafeta en Palacio.

Y es en ese momento, cuando se aprecian las cosas extrañas y las jugadas de fantasía de nuestra procuración y administración de justicia. El instante en que el hilo de la justicia adelgazó convenientemente para ella, o que la justicia poética de sus admiradores la protegió y la liberó de un presidente en brutal decadencia. O que este se ubicó en la parte más delgada del cordel.

Y aquí surgen las preguntas. Acaso Peña dio por cobrada su venganza y dejo en paz a la maestra Gordillo, adelantándose a López Obrador y obligándolo a respetar al Poder Judicial.

O es que la liberación de la maestra Gordillo, obedeció a un simple hecho “fortuito”. O que, en la víspera de recibir su constancia de presidente electo, mientras Andrés Manuel hacía su discurso y escribía que “El Ejecutivo no será más el poder de los poderes, ni buscará someter a los otros”, decidió llamar a Peña Nieto para exigirle o pedirle la exoneración de la anciana lideresa y así pagarle los favores electorales recibidos. Porque debe observarse que desde el día en que hizo esa promesa, con la liberación de la señora Gordillo se manifestaba la pretendida separación de poderes.

Pero eso es algo que sólo ellos dos conocen. Aunque algún avezado ideólogo señaló alguna vez que en política no existían las casualidades, sino que era preferible revisar las circunstancias desde el punto de vista de las causalidades.

Mientras tanto es oportuno retomar la hilarante “ley de hilados y tejidos” para recordar a todos aquellos que llegaron a afectar o perjudicar a la poderosa lideresa sindical, empezando por aquellos a quienes la mentora no olvidará jamás. Alguna vez mencionó a cuatro o cinco individuos que se le subieron a la espalda y le enterraron el aguijón como viles alacranes.

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