Cuatro fantásticos obradoristas saltaron a la palestra en plena época de vacunación contra el Covid-19 en México. En este marciano mes el presidente de la república nos desveló a los que parecen ser los más importantes personajes de su cariño, de su estrategia partidista y de su programa político transexenal. 

Incluso su poderoso escudo “Detente” inutilizó la estruendosa kriptonita feminista “operada por los conservadores” que intentó destruir a uno de sus superhéroes poniendo en entredicho el omnímodo poder presidencial.

El sagrado escudo 4T resultó eficaz para echar abajo al movimiento feminista que quería destrozar las aspiraciones de Félix Salgado Macedonio únicamente porque el mejor candidato morenista al gobierno de Guerrero fue denunciado por una serie de violaciones contra mujeres de ese estado.  Al final del día, la comisión de “honor y justicia” del partido guinda desestimó todas las acusaciones y volvió a encuestar al pueblo generoso que volvió a pensar en él para convertirlo en el ratificado candidato que ya anda en plena campaña. Nadie sabe si como resultado de un pacto patriarcal o un pacto patrimonial, pero Macedonio demostró que cuenta con el que manda en el país.

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El segundo de los fantásticos resultó ser Ricardo Monreal quien desde el senado de la república está proponiendo la creación de una instancia suprema que califique a las calificadoras financieras en México, para así evitar malas calificaciones crediticias al país. Este señor, acusado de copiar corrientemente una tesis presidencial para agradar a su jefe y a sus calificaciones, también tiene gran influencia en el partido Fuerza por México, de su amigo Pedro Haces, poderoso líder de trabajadores de la CATEM, la central que se opone a la vetusta CTM. Gracias al respaldo del señor del palacio nacional, su hermano es boyante candidato a gobernador de Zacatecas. 

Los otros dos fantásticos son la jefa de gobierno de la Ciudad de México y el secretario de relaciones exteriores, ambos cercanos a la familia de Andrés Manuel desde los primeros años de campaña en los albores del siglo XXI.

Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard acaban de ser prácticamente destapados para la sucesión presidencial, en un instante en que el presidente habla de jubilación y de que están a punto de concluir sus días al frente de la Cuarta Transformación y desliza a estos dos cercanos como los continuadores o consolidadores del movimiento transformador.

Claudia ha seguido al pie de la letra la biblia andresiana para no incurrir en desacato, indisciplina o en aislamiento por enseñar criterio propio. Desde su selección para ser candidata y después como gobernante de la capital del país, la exacadémica de la UNAM está enseñando que puede hacer a un lado la ciencia, la ética, los valores, el pensamiento crítico y la objetividad, si ese pequeño esfuerzo personal la mantiene cerca de la familia y los afectos de López Obrador en busca de la “dedodesignación” a la candidatura presidencial y el triunfo electoral cuando lleguen los tiempos de instrumentar la transición a finales de 2023.  

En el caso de Marcelo Ebrard, el canciller ha sido bombero, negociador diverso, especialista multiusos y diplomático de carrera o a la carrera, útil y práctico en todos aquellos asuntos que se han complicado en la oficina de la presidencia. Leal y eficaz en los diferentes cometidos ha sido Ebrard cuantas veces lo han llamado. Pero solo la ausencia de Claudia le permitiría ser el beneficiario de la designación. Entre la hija y el hermano, todo mundo sabe quién es la que recibirá la herencia.

Algunos creen que López Obrador sacó el tema de la transición antes de tiempo. Pero esto pudiera ser totalmente engañoso, porque el tabasqueño tiene en el poeta Renato Leduc a uno de sus grandes maestros. El mandatario nacional es un político acostumbrado a mostrar la “sabia virtud de conocer el tiempo”.

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