La flota jarocha del puerto de Veracruz, la de Boca del Río, o la de Alvarado y la Cuenca del Papaloapam, acostumbra practicar y festejar todo aquello relacionado con la cábula, el rollo, el albur, el cachondeo y el fandango con todo su repertorio de décimas, sones y zapateados. Ese conjunto de costumbres y la peculiar idiosincrasia de la región, es lo que en nuestro país se identifica como Jarochilandia. 

El jarocho es claridoso, aventado, ingenioso, audaz y proclive a los lances que bien cantó y sufrió en carne propia, el poeta Salvador Díaz Mirón, inmortalizándolos con certera pluma en el poema A Gloria.

Pero tenemos que reconocer que en ese mundo de atrevimiento y audacia, el jarocho también suele caer en las mentiras, las componendas, las invenciones y las utopías de toda índole. Todas estas características, desde luego, se repiten o reaparecen en la propia naturaleza humana. Lo justificamos con un “Somos humanos, caramba”. 

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Así recordamos a Javier Duarte, un atrevido y soberbio personaje que fue gobernador, que se inventó un costoso e inútil programa Adelante, que dijo muchas mentiras en casi seis años que estuvo, que clavó en el imaginario colectivo el término Abundancia (referido a su familia), y que por mal usufructuar dineros públicos y otros delitos en su gestión, le fue obsequiada una sentencia judicial y ahora cumple condena en el reclusorio. 

El tema viene a colación, si se analiza y reflexiona la idea cuitlahuista de iniciar, como ya hizo, un programa o conferencia de prensa haciendo alusión a Pinocho, para pretender exhibir a periodistas incómodos, ubicándolos como mentirosos. Se nota que lo traicionó el inconsciente. Esto recuerda mucho al ladrón que cuando empieza a ver peligro, y una persecución que le puede descubrir, inmediatamente grita a todos: ¡Por allá, por allá va el ladrón!

Cuitláhuac García crea esa iniciativa, pretendiendo parecerse a su guía López Obrador, pero le ocurre como aquel que escupe para arriba y le cae encima el escupitajo, ya que él mismo padece del problema y las consecuencias que sufren los mentirosos. 

En su loco afán de quitarse golpes periodísticos o denuncias populares o sociales, olvidando su papel de gobernante, con mucha frecuencia informa con datos falsos o sin sustento alguno, por el simple hecho de que siendo gobernador, cree que ese cargo le da derecho a ser soberbio, autoritario y determinante.  

Pero tiene un grave problema. Cómo crear un ambiente serio para él, cuando ninguno de sus funcionarios (que dependen de él y que él supervisa) ha podido cumplir con lo mínimo, y todos ellos han abusado de datos incorrectos, estadísticas convenencieras o noticias falsas, desperdiciando o mal usando los presupuestos, respecto a casi todos los temas y funciones de la gobernabilidad y en donde tienen responsabilidad. 

Por ejemplo, tomemos una de las áreas de gobierno, en este caso, el desarrollo agropecuario. ¿Qué hace el secretario designado? ¿Alguien lo sabe? ¿Cómo apoya a los campesinos y productores en la sequía, digamos en Coscomatepec, por dar un municipio?

Otra pregunta, ¿cuál es el beneficio, en términos de pesos y centavos, de tanto festivalito mediocre que inventan semanalmente para distraer? Otra más, ¿Quién puede dar un informe real de tantas desapariciones en el estado, dónde hay datos de investigaciones?

Otra más: ¿Porqué, al estilo Pinocho, y con cuál fundamento, el propio gobernador se pone a dar razones o causas, cuando detienen a personas, y a veces con tanta perversidad, achacando complicidades, delitos o como si como mago tuviera una esfera de cristal?

Si vamos a enjuiciar o calificar a los de enfrente, primero tendríamos que prevenir el efecto boomerang (bumerán, dice la RAE). Y esto no sólo aplica a periodistas, o líderes sociales, más bien aplica a funcionarios que deben rendir cuentas a la sociedad y a las instancias fiscalizadoras del Gobierno de la República. 

O creerá el gabinete cuitlahuista que esto es Jarochilandia, y que la fiesta es de todos los días. Que nunca les llamarán a cuentas por el desempeño raquítico y en ocasiones irregular respecto a la normatividad. La sociedad y la historia jamás olvidan. Lo cierto es que no se puede estar seis años en fandango permanente y aventando rollos a la población, utilizando recursos públicos.

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