La buena fe del presidente López Obrador consiste en no dialogar, no escuchar, no argumentar y no negociar, con el único propósito de suprimir o tratar de enterrar lo que no le agrada. Por eso, en sus ‘mañaneras’, las mentiras y las contradicciones constituyen el reflejo de un resentimiento progresivo que se extiende en el último tramo de su sexenio.

El viejo vino de la intolerancia del siglo XIX y de casi todo el siglo XX reaparece en el odre nuevo de su cuarta transformación, y se convierte en la manzana de la discordia del siglo XXI en el país. Ahí es donde López Obrador rivaliza con el presidente Benito Juárez, pero su intolerancia se asemeja más a la de Guadalupe Victoria, quien colocó al catolicismo como religión única en la constitución de 1824.

Por ello vale recordar al pensador mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi, cuando publicó en 1825 aquellas deliciosas Conversaciones familiares del Payo y el Sacristán, en las que ilustró la intolerancia del siglo XIX:

“¿Por qué si Francia, Gran Bretaña, Prusia, Rusia e incluso Roma practicaban en los hechos la tolerancia, México no? Imaginemos a un protestante inglés en México, que no se arrodilla frente al Santísimo y que los mexicanos, observando semejante desacato, lo fusilan.”

Casi doscientos años después, México recicla la historia en un Andrés Manuel López Obrador intolerable, con una actitud que hace imposible la regeneración política de los pueblos, y que a la mínima divergencia, envía sus hordas a maldecir o perseguir a los que profesan doctrinas diferentes a la 4T, ignorando un principio fundamental: sin tolerancia no puede haber paz, dicha y libertad en una nación.

En un ‘nuevo discurso’, López Obrador inventó otro distractor -al que han recurrido otros mandatarios de corte dictatorial: ¡estamos próximos a una invasión norteamericana!, deslizó. Nada más falso, nada más anticuado y fuera de lugar.

Las condiciones y circunstancias políticas del mundo hacen casi imposible la carnicería militar y civil de los siglos XIX y la mitad del XX, con la excepción de lo que ahora sucede entre Rusia y Ucrania ya que, por su entorno de seguridad y de geopolítica, esta última nación es frontera occidental de Rusia y provoca que Vladimir Putin se sienta amenazado por una alianza enemiga, la OTAN.

Pero en el juego estratégico del mandatario mexicano, éste observa que sus mensajes aumentan la polarización nacional, avanzando y ganando junto a su movimiento de regeneración. Él sabe que estamos mal gobernados y lo ‘listos’ que somos. Conoce cómo lamemos nuestras heridas, y nunca aceptará la irresponsabilidad e incapacidad de su gobierno. 

México premió a un Barrabás. A un opaco intolerante que no mejorará la administración pública. Por eso incrustó en el gobierno a personas sin experiencia profesional, más allá de circunloquios políticos, en la que la trayectoria y el prestigio reconocido han sido lo menos importante para ocupar puestos de responsabilidad, con diligencia y buenas prácticas.

A López Obrador le da igual engañar, y quizá no sienta culpa por ello. Lo que le queda de vida, lo tiene asegurado por el tiempo que determinen sus dioses y el destino, pero para las próximas elecciones, intentará engañar con el mismo ímpetu y las mismas mañas, para picar por todos lados, para renovar sus alianzas y para buscar obtener el triunfo, lo que no le garantizará continuidad en su idea de gobierno, ya que él y sus pobres frutos únicamente servirán como ejemplo de lo que no se debe hacer.

La supuesta enfermedad de estos días y los distractores que vengan antes de que concluya su gestión y se marche a su rancho, pintan color calabaza a su fallida gestión de ocurrencias y disparates, que nada tienen que ver con aquello que manifiesta un verdadero estadista con reconocimiento internacional.

México sabe que no hay buena fe en AMLO. Y la historia patria jamás olvidará que la intolerancia, el engaño, la traición y la corrupción terminarán de forjar la letra escarlata de su planeada transformación.

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