Lo sucedido la semana pasada con Ovidio Guzmán en Sinaloa es la mejor prueba de que las condiciones políticas para López Obrador se han estado presentando con riesgos crecientes para él, en relación con en el escenario electoral rumbo a los comicios federales de 2024. 

Antes de la operación militar del miércoles pasado para detener a Ovidio, el ambiente político comenzó a preocuparle a AMLO, luego de la exitosa marcha nacional ciudadana en defensa del INE, de la contramarcha rodeado de burócratas y militantes, realizada en días posteriores y que él mismo encabezó, y después de observar que se fue al suelo su candidata a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, una posición estratégica que el presidente de la república requería para cerrar la pinza totalitaria y autoritaria que había diseñado para asegurar la transición morenista.

Y lo que en estos días le preocupaba sobremanera, era la forma en que debía recibir hoy a los mandatarios de Estados Unidos y Canadá que desde hace meses han manifestado su disgusto o extrañeza respecto a algunas decisiones en materia energética que las autoridades mexicanas han tomado, en detrimento de los acuerdos establecidos en el tratado de comercio entre los tres países, el TMEC. 

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Adicionalmente, el presidente Biden había estado presionando en torno al narcotráfico y al tema Ovidio Guzmán, partiendo de aquella criticada medida conocida como “el culiacanazo”, que permitió la liberación del narcotraficante sinaloense, minutos después de haber sido capturado en octubre de 2019. Esa decisión, considerada desafortunada e irresponsable por todos, comenzó a minar la credibilidad de López Obrador, prácticamente desde el primer año de su gestión sexenal.

Un indicador de que las cosas en palacio no son lo que se presume, con esa fuerza “avasalladora” (que afirman en coro y sin descanso los morenistas), sustentada en la política asistencial de entrega multimillonaria de recursos, resulta ser la engañosa publicidad abrumadora de encuestas favorables a él, siempre con porcentajes mayores al 50 por ciento de aprobación, junto a la proliferación de “noticias” de que “no hay oposición” o de que “no hay opositores que destaquen o que muevan a la población“. Si se recuerda bien, López Obrador viene publicando encuestas casi diarias, desde el mismo día de su asunción al poder y todas ellas a su favor. 

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Bajo estas consideraciones, era obvio que el presidente necesitaba un golpe espectacular para levantar la imagen deteriorada y evitar que sus visitantes le terminaran de descomponer el cuadro. Algunos analistas han llamado al tema Ovidio como “la ofrenda” que les ha preparado México. 

AMLO espera que, a partir de este tipo de medidas presidenciales de control de daños, se comience a recuperar su decaída imagen y a levantar y poder asegurar el triunfo de sus candidatos a gubernaturas y en la gran elección de junio de 2024. 

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Lamentablemente para su movimiento y para su intención sucesoria, la inconformidad de muchos sectores afectados por sus medidas arbitrarias ha crecido en el país como tumor que hace metástasis.

López Obrador y su gobierno hace mucho que cruzaron el punto de inflexión y caen al abismo. Cada día más gente desconfía de sus palabras y sus intentos de reconciliación. 

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