En las décadas recientes México ha incrementado el turismo proveniente de otros países. Las cifras oficiales lo ubican como la sexta nación receptora de divisas derivadas de la actividad turística. Importantes cadenas hoteleras se ubicaron en zonas que adquirieron notable interés mundial gracias a la riqueza natural y a los innumerables paisajes idílicos del territorio. 

La Riviera Maya es el principal corredor turístico mexicano; incluye a las poblaciones de Playa del Carmen, Cancún, Cozumel, Isla Mujeres y Tulúm, todas ellas en el estado caribeño de Quintana Roo. A esta zona que también tiene gran riqueza arqueológica, llega la mayor cantidad de visitantes foráneos, dejando al país una derrama económica equivalente al 35 por ciento de sus ingresos globales, por arriba de las remesas de migrantes, de la venta de petróleo y de las demás exportaciones de los sectores primario y secundario.

Con el turismo y el desarrollo urbano, llegaron también varios fenómenos sociales, entre ellos el narcotráfico y el lavado de dinero, y junto a ellos la alta especulación inmobiliaria y el incremento de los índices delictivos. Pero lamentablemente no es lo único que está afectando a la región. A la caída del turismo por el alza del crimen, hubo que agregar en este lustro la invasión del sargazo a las costas, y con ello la pérdida de playas y visitantes. 

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El tema ha alertado a la población y a sus autoridades, ya que la economía local vive prácticamente del turismo y de las actividades productivas asociadas. Por ese motivo, la sociedad quintanarroense ha requerido la presencia del ejecutivo federal desde el sexenio anterior. 

El lunes pasado estuvo por allá el presidente López Obrador, el que, apoyándose en sus propios datos, minimizó el problema y fue duramente criticado por pobladores y medios de comunicación, cuando afirmó que “el sargazo es un asunto menor que otros han magnificado”.  

No es la primera ocasión en que el mandatario tiende a culpar a otros, a tratar de quitar importancia al caso y a proporcionar aspirinas para resolver asuntos complicados. 

El problema del sargazo, por no mencionar el de la criminalidad agobiante, es un asunto de alta complejidad y preocupación de instituciones de investigación científica, entre ellas la propia NASA. El que llega a las costas mexicanas en los últimos tiempos, proviene del Mar de los Sargazos en el Atlántico y del norte del ecuador brasileño. Estudiosos del cambio climático señalan que incluso podría desaparecer el color turquesa de las aguas caribeñas mexicanas. Estas, y la persistente presencia del narcotráfico, son las causas de que los inversionistas prevean el cierre de negocios de hostelería y la disminución del turismo.

Los medios de comunicación avisan la aparición de una mancha de sargazo de 550 kilómetros de diámetro proveniente del oeste de Jamaica y que aceleradamente se acerca a Cancún. Los lugareños saben que el alga es nociva en exceso y acecha a las playas mexicanas de la región.

No pinta nada bien la cosa para el turismo nacional, para la hacienda pública y para los habitantes y el gobierno de Quintana Roo, quienes rezan para poder resolver con su propio esfuerzo las ingentes complicaciones del fenómeno y para que los visitantes extranjeros no se vayan molestos gritando: ¡Riviera Maya, See you never! 

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