Al inicio de la era cristiana Roma gobernaba el mundo. El teatro, el anfiteatro y el circo eran las principales instalaciones del imperio. Inspirado en el hipódromo griego, surgió el circo romano, un sitio dedicado al deporte y la competencia de carros jalados por caballos. Durante el siglo II, Cayo Apuleyo Diocles, el más famoso auriga (conductor de carros), compitió durante 24 años e hizo inmensa fortuna. El circo romano sirvió para que varios esclavos lucharan arriesgando su vida, compitiendo en la arena para convertirse en libertos, conquistar mujeres y adquirir fama y fortuna. 

El circo romano hizo famosa la frase Panem et circus (pan y circo) y la leyenda que forjó las historias de gladiadores del cine épico. 

En México, la política y los graves problemas de corrupción e impunidad, la inseguridad pública y la delincuencia imparable, la crisis económica y los cambios de gobernantes, renuevan -como se ha visto en cada sexenio presidencial- la idea del circo romano, como una necesidad irrenunciable del sistema político y de los que lo dirigen, y para encontrar con cierta frecuencia temas, actores, problemas o circunstancias que sirvan o que puedan ser utilizados para distraer o para entretener a la población.

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En estos meses en que el presidente López Obrador trata de empoderar su forma de hacer gobierno y de sostener su popularidad, está descubriendo que la bandera del perdón a corruptos no la puede seguir enarbolando. La gente no perdona dos cosas a la vez: la delincuencia que nadie controla, y la grosera y grotesca impunidad de los exfuncionarios del régimen anterior. Cientos de miles de millones de pesos se fueron a la basura y a los bolsillos de varios hampones de cuello blanco en todos los sectores y partidos. La indignación no cede, el clamor es estruendoso.

Finalmente, Andrés Manuel los terminó escuchando. AMLO los oye y necesita a alguien que vaya al centro de la arena y distraiga el malhumor y la indignación nacional. Y ese personaje no es otro más que Emilio Lozoya Austin, el exdirector de PEMEX con la cola más sucia en los últimos años. Un individuo que además hará el papel del Raúl Salinas del sexenio zedillista. 

Y después del escándalo Lozoya, tendrán que venir otros con semejante peso específico. En unos días habrá elecciones y se requieren votos. Pero después habrá otras inconformidades que llevarán al circo romano del entretenimiento a otros actores ahora en desgracia. Y actores hay muchos, todos ellos provenientes del sexenio priista que más ladrones permitió: exgobernadores, excolaboradores de Peña Nieto y empresarios enlodados pero multimillonarios. Carne hay mucha para el asador central del circo.

López Obrador no puede permitir el paseo de los carteles por el país, y también el paseo de los enriquecidos gracias a la corrupción y la impunidad. Se decidió por los corruptos y parece que ahora sí irá por ellos. No tiene de otra, la sociedad le pide cabezas, no calabazas.

Por lo pronto, que siga el circo. Y que los que entraron a Palacio, aprendan a gobernar y a dar los resultados que ofrecieron.  

Lozoya es un gran prospecto para acrecentar simpatías y votos. Que no se esfume.

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