Desde su campaña a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador estuvo seguro de que bastaba la simple voluntad para resolver los graves problemas del país. No había obstáculo que le costara trabajo enfrentar, ni problema que le pareciera difícil de resolver. En una solución elaborada casi sobre las rodillas, le dio un tajo mortal al aeropuerto de Texcoco. El tema de los cárteles del narcotráfico lo abordaría con su política de “Abrazos, no balazos”, y el asunto de la corrupción endémica, solo requería fomentar la consigna de la honestidad en sus colaboradores, idea sellada con un “Nosotros no somos iguales”.
Desde 2018 las frases y las ocurrencias para salir del paso hicieron entrada en los modos presidenciales para hacer política y para crear programas o iniciativas legales. El “Yo tengo otros datos” permeó hacia toda la estructura gubernamental y sus seguidores para atajar críticas y cuestionamientos. También sacó la varita mágica que daría velocidad a todo el sistema. “Me canso ganso” se transformó en indicativo cantinflesco de que el jefe de la república y su gente estaban ocupándose diligentemente de algún complejo caso.
Así comenzó la era de la Cuarta Transformación de la República, la que requería poner en orden a todas las instituciones autónomas y poderes constitucionales. Empezó un ataque sistemático a todos ellos, designando en los cargos a leales más que a capaces, porque a su decir, la capacidad con él, no es determinante para ocupar un puesto, pero sí la fidelidad y la disciplina. Con esa filosofía comenzó un trabajo subterráneo o visible para modificar la Carta Magna o cuando menos sembrar en la población la idea de que la Constitución debe reformarse sustancialmente.
Pero el cambio no llega: baja productividad nacional, cero incentivos, desempleo, desmotivación en los sectores, violencia interminable, delitos al alza, asesinatos políticos y la pandemia de coronavirus, destruyeron la economía nacional, la que se sostiene en estos meses con remesas de migrantes -que AMLO presume como un logro, cuando es todo lo contrario- y entregas de dinero de los programas federales sustentados en recursos públicos que no alcanzarán para siempre. Jalar la cobija de un lado para tapar a otro lado, es la única medida que ha aplicado el gobierno. Las empresas no son temas que gusten al jefe de la república, salvo en el apartado de impuestos y gravámenes mayores y persecución con la Unidad de Inteligencia Financiera del SAT.
Transformar es algo bueno para el país. Pero no se puede hablar de transformación, cuando lo único que se observa es muerte y luto. Lo que estaba mal en salud, empeoró cuando López Obrador desapareció el seguro popular, cuando disminuyó presupuestos para destinar el recurso a otros programas compensatorios de entrega de recursos a los beneficiarios. El Covid-19 debido a los desatinos de López Gatell, ha dejado miles de muertes más de las que se reconocen. Los hospitales públicos no tienen los medicamentos de alto precio que necesitan muchos enfermos y las demandas públicas de medicinas crecen día tras día.
La Guardia Nacional y la intervención del ejército y la marina no han podido con la delincuencia organizada y los asesinatos de civiles va en aumento. Ovidio y el Culiacanazo que lo liberó, son una inolvidable mancha al sistema de seguridad nacional. El saludo obradorista a la madre de El Chapo y el “abrazos, no balazos” que se percibe por doquier, incrementan la sensación de que los cárteles son amos y señores de grandes territorios nacionales. Asesinato de líderes sociales, ambientalistas, periodistas y políticos, ensucian la elección intermedia que concluye este junio.
Cuando termine la pandemia y cuando estemos en el cuarto año del sexenio, el INEGI podrá informarnos de qué tamaño es la mortandad que sufrieron los mexicanos. Las cifras de Calderón y Peña Nieto, serán un juego, comparado con los números mortuorios del México obradorista. Y no se puede hablar de transformar al país, cuando solo se ven condiciones que enlutan brutalmente a la población mexicana.
El despropósito y la irresponsabilidad se visualizan en todo momento. La semana pasada, mientras un grupo de padres desesperados gritaban por medicinas para sus niños con cáncer en un hospital del sector salud, a pocos kilómetros de allí el gobernador Cuitláhuac García inauguraba la temporada del equipo Águila de Veracruz en el remodelado estadio de beisbol en Boca del Río, en medio de desaprobaciones y maternales saludos del respetable para él, aunque distinguía, en el palco de la mutación, el nuevo miembro de la familia Dini otatitlaneca, Eric Cisneros, que lucía gorra fifí Paul & Shark. Tristemente, un deporte que tuvo más prioridad que el cáncer infantil en la mente del ejecutivo de la nación.
Esto no es transformar, esto es enlutar a México.