Parece que a Veracruz le agradan las monarquías. Cuando menos así se ve desde el sexenio gubernamental de Miguel Alemán, cuando entre otras decisiones altamente cuestionadas este dispuso darle a su sobrino Sergio Maya Alemán inmenso poder en la secretaría de finanzas y planeación. Algunos críticos lo cuestionaron por varias determinaciones (hacer secretario a Alejandro Montano y la costosa flotilla de helicópteros, entre otras) y compararon a la entidad con la fantasía de Disneylandia.

Fidel Herrera acuñó y disfrutó “la plenitud del poder”, colocando como sucesor a su hijo putativo Javier Duarte, ahora preso en el reclusorio Norte y de quien todos conocen su exceso de lujos y abusos. De Yunes Linares se recuerdan sus detenciones de manifestantes por invadir calles y sus desubicados afanes para dejarle el poder a su primogénito, a costa de lo que fuera.

Pero le ganó la elección AMLO, con su hechura Cuitláhuac García, y de esta manera llegaron otros dos reinados: el reinado de la honestidad y el reinado de la incapacidad para gobernar, adoptando todas las mañas, flaquezas y defectos de los gobernantes anteriores.

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Una evaluación objetiva al manejo de la tesorería en estos regímenes, mostraría que los dineros se han aplicado de manera autocrática y hasta irresponsable. Y el ORFIS ha sido eficiente peón y costoso cómplice. 

El litigioso asunto de la candidatura a la alcaldía de Veracruz, retirada por un tribunal a Miguel Ángel Yunes Márquez, ha llevado ahí el tema de la monarquía. Pero si se habla con justicia, hay otros monarcas notables. Revisando los escenarios, usos y costumbres del palacio de gobierno en Xalapa, y como ocurre en el carnaval, nada extrañaría encontrar ahí un juego de capa, cetro y corona.

La ley que debería regir los destinos estatales ha sido pisoteada también en este sexenio. Las buenas prácticas de gobierno y la legalidad van por lado angosto, mientras que el gobernador va por lado ancho y en plena opacidad. Y sin resultados, que es lo más grave. A su estilo autocrático y autocomplaciente, hay que sumar disminuciones y ataques a los otros dos poderes constitucionales.

El encargado del tesoro es el hábil primísimo Eleazar Guerrero (y sus hijos, privilegiados beneficiarios). Doreni García Cayetano, a quien le quitan el García para disimular, o porque el Cayetano se oye como de la Corona española, adorna y viste con juvenil gracia y “alta trayectoria” varios de los proyectos políticos de palacio. Papá Atanasio, viaja a discreción y disfruta los dones de las arcas y las obligadas reverencias de los que ya ve como lacayos.

Los hermanos García aprovechan las mieles del poder, ocupando cargos en el ayuntamiento de la capital o en la estructura de gobierno, mientras alguno de los “artistas” consigue premios o viaja como embajador al extranjero a costa del erario y los impuestos.

Por la soberana gana del gobernador no se pagan laudos a miles de trabajadores despedidos, como tampoco se reconoce a alcaldes emplazados a juicios, que tuvo que ser el poder judicial federal quien ordenara su restitución (Actopan y algún otro). Y para apoyar a la campaña, de manera inédita obligó a miles de empleados a marchar con los candidatos en Xalapa, Veracruz, Boca del Río, Perote, Coatepec y muchos más. 

Como buen jefe de la monarquía, Cuitláhuac ha borrado de un plumazo las fiscalizaciones que marca la Carta Magna. Tres años sin auditorías, simplemente porque, de cuando acá, alguien fiscaliza a un rey y a su séquito de oropel y danza solariega. Y si se trata de las superficiales noticias del imperio, estas vuelan en las redes junto a las desdichas del corazón de los usuarios. Los informes de resultados han sido un concierto de aplausos y reconocimientos a los colaboradores (durante los informes de gobierno) como si los servidores públicos de angora fuesen duques o marqueses.

Con esa característica gubernamental y como soberbio monarca del golfo, a Cuitláhuac, se le hace una grosera copia cualquier otro intento que huela a reflectores o resta de poder. Sus esbirros disfrazados de funcionarios, obstaculizaron una candidatura que otras instancias habían aprobado. Echaron abajo la residencia de Miguel Yunes Márquez que otros habían aceptado y ordenaron cambiar de jinete a la candidatura a presidente municipal de Veracruz. 

A los afectados solo bastó sustituir al defenestrado por su señora esposa, la que “por amor”, aceptó entrar como abanderada. Desacato, insulto y tremenda grosería a la levedad de la investidura palaciega que ostenta García Jiménez, derivó en esta premeditada jugada yunista. Patricia Lobeira, la sustituta temporal o definitiva, entró como reina del momento a opacar la desfalleciente monarquía que se desliza y levita por los pasillos del añejo inmueble frente a la catedral xalapeña.

La monarquía yunista del estero se le plantó retadora a la estéril monarquía cuitlahuista. La lucha de los vetos y de los votos en su máxima expresión se está viviendo en Veracruz. ¿Acaso no parecen monárquicas las formas y las decisiones que muestra el príncipe Cuitláhuac? Si observa bien, verá a la misma burra, pero esta, revolcada.

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