La diputada federal Claudia Tello acaba de realizar un mitin en el Salón Bazar de Xalapa con más de quinientas personas a fin de promoverse a la alcaldía y respaldar a su candidato a la presidencia del partido morenista. Las fotografías muestran que los asistentes no cuidaron la sana distancia, ignorando el llamado a no acudir a eventos masivos. Pero no es el único caso de importamadrismo en estos días.

En otros tiempos el país entero estaría celebrando la lucha de independencia y a los héroes que hicieron posible el surgimiento de México como república libre y soberana. Pero en el año 2020 resulta inoportuna y grotesca la idea de enfrascarse en eventos de carácter festivo, aunque los mismos pudieran alcanzar la significancia nacional que tienen las Fiestas Patrias del 15 y 16 de septiembre.

México ha sufrido este año la muerte de más de 70 mil personas a causa del coronavirus, decesos que son adicionales a los que pertenecen a la elevada y trágica numeralia relacionada con la delincuencia común y la proveniente de los peligrosos cárteles del narcotráfico. 

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México no es el país feliz que trata de dibujar el discurso triunfalista de López Obrador. Solo pensemos en la cantidad de hombres y mujeres que perdieron a sus parejas en hospitales o sin apoyo médico en sus hogares. Pero principalmente en los miles de niños y niñas que quedan huérfanos sin la posibilidad de un desarrollo normal como seres humanos con derechos. Pensemos también en esas personas jóvenes o viejas que dependían de esas personas que perdieron la vida por el COVID-19 y que ahora quedaron en desamparo moral y material. Esta es la cruda realidad que vive México.

El discurso entretenedor de AMLO no cuadra con la cruel afectación producida por este virus y la enfermedad que ocasiona. La alta letalidad mexicana enciende las alarmas y focos rojos que nos obligan a no bajar la guardia y a incrementar los controles familiares y las medidas de sana distancia recomendadas por las autoridades.

Que salgan a las calles todos aquellos que deban salir a trabajar para mantener la economía de las familias. Que vayan al campo, a la industria, a los negocios comerciales y a las oficinas. Pero fuera de esa razonable necesidad productiva de ellos, los demás mexicanos, mejor guardémonos en nuestros domicilios, posponiendo para otras épocas las salidas y las fiestas y reuniones familiares y sociales.

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No caigamos en el canto de las sirenas del apapacho, del jueves de copas, del viernes sexual y del sábado o domingo familiar o religioso.  Las cifras reales de la pandemia, no tienen nada que ver con las cifras oficiales, que son menores por conveniencias políticas. 

La letalidad de la enfermedad, el porcentaje de enfermos que fallecen, que es del 11%, es mucho más alta en México que en muchos otros países. En la nación hay 669 mil casos confirmados y más de 70 mil fallecidos. Hasta el domingo pasado había en Veracruz 30,870 contagios y 4,033 fallecimientos (13%). Estos datos indican la condición precaria de la economía nacional, del nivel cultural y educativo y de la deficiente situación hospitalaria en zonas urbanas y rurales.

Por ello y para que nadie llore en nuestras casas, dejemos a un lado las invitaciones a reuniones, a festejos, a desfiles y a encuentros cercanos del tercer tipo o de cualquier índole.

Y hagamos a un lado la politiquería. La gente que muere también es Patria; la familia debe estar en primer lugar y requiere de todas nuestras capacidades.

Tenemos que entender que mientras haya tantos muertos en pueblos y ciudades, no hay nada qué festejar en México.

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