En el Veracruz del siglo XXI, las formas y la elegancia política de otros tiempos quedaron en el anecdotario histórico y en los anhelos no olvidados de un grupo de ciudadanos que piden al tiempo volver, pero sin proponer realidades que puedan resolver los graves problemas de la entidad, y mucho menos de las generaciones futuras.

Durante las recientes semanas los veracruzanos observaron dos situaciones políticas: la primera, la imposición de la llamada Ley Nahle, la que le permitiría a la zacatecana Rocío, la aún secretaría de energía federal, ser candidata a la máxima magistratura estatal; la segunda, el extraño “autodestape” mediático del diputado federal José Yunes, y según informa su vocero destapador, siempre y cuando se organice un sólido frente opositor que le permita ser candidato a gobernador.

En ambos casos, lo que está en juego es la posibilidad de que la democracia no prospere como se ha venido dando en las alternancias políticas federales y estatales de este siglo. Las prisas de estos dos ‘urgidos o posibles’ candidatos, muestran un débil posicionamiento en la sociedad, más que una verdadera y consistente oferta política de ellos para los ciudadanos votantes.

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Pero, por qué se afirma lo anterior: porque en ambos casos sólo buscan su propia supervivencia como sistema de gobierno predominante o como grupo político que aspira al poder. Todos quieren el poder sólo para poder.

Y aunque no hay nada nuevo, al del poder no le gusta cederlo voluntariamente, busca conservarlo. Por ello, es natural observar actos en los que se busque debilitar, e incluso destruir, a los de la cuadra de enfrente. No importa el tipo de discurso que se utilice, tampoco la denostación que con pujanza se difunde en las redes sociales. Ninguno ha logrado innovación política o al menos algo que fomente la esperanza en el electorado.

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En el escenario del 2024 hay signos de que los aspirantes quieren el poder sin condiciones y gran parte de las personas que los acompañan destilan ansias de poder. De ahí que no resulte extraño, como lo expone el escritor Moisés Naím, comprobar que los autócratas de este siglo “llegan al poder mediante unas elecciones razonablemente democráticas y luego se proponen desmantelar los contrapesos a su poder ejecutivo, mediante el populismo, la polarización y la posverdad”, sustantivos o fenómenos que el mismo autor, en su obra “La revancha de los poderosos”, les engloba y denomina como ‘las tres pes’.

Y aunque el poder debe observarse en un contexto determinado, las estrategias no son del todo diferentes. Por eso, no es oportuno decantarse por algún bando. La carrera política para alcanzar el poder tiene aún un largo camino. Ni el catastrofismo o la criminalización deben sobresalir en escenarios donde lo que está en juego es el futuro de la democracia, de los niños y jóvenes de México y Veracruz.

La sociedad tiene como obligación participar responsablemente y debe hacer que los controles fundamentales permitan preservar el Estado de Derecho. Nadie puede hacerse de la vista gorda. Quizá de esa manera puedan desenmascararse a déspotas desvergonzados o inútiles políticos que van y vienen y que han defraudado y siguen lastimando a la sociedad.

El Estado y Veracruz necesitan un poder capaz de sostener un orden social estable y unas condiciones mínimas que permitan obtener abrigo y seguridad. Pero en el nebuloso horizonte no se vislumbra un fuerte manto protector, sólo un delgado papel que ni una brisa soportaría. 

Pero hay una realidad: nada está perdido; todo está por comenzar.

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