Aquel caluroso día de abril del 2004, ambos personajes coincidieron en uno de los pueblos serranos del municipio de Actopan. Los dos buscaban el voto para alcanzar la diputación local del distrito electoral de La Antigua. Héctor Yunes Landa y Francisco Fernández Morales se conocieron en esos parajes de los límites con Alto Lucero. El primero, escoltado por varios vehículos y decenas de simpatizantes, mientras que el segundo sólo llevaba a su familia como comitiva, trasladándose en un desvencijado camión de pasajeros.

—¡¿Así que tú eres el famoso Potro?!—preguntó Héctor a su contendiente del PAN—. Lo bueno que esto es una elección y no estamos en el hipódromo. ¡¿Cuánto apostamos a que te gano?!

Lo que siguió ya la sabemos. En ese tiempo, Francisco Fernández “El Potro”, lideraba un movimiento de resistencia civil contra las altas tarifas de luz de la Comisión Federal de Electricidad, congregando a más de 40 mil familias inconformes de la zona centro del estado. Con la mano en la cintura triunfó en los comicios y tiró a la basura los millones de pesos de propaganda y dádivas para hacer ganar a Yunes Landa.

Tres años después, El Potro negoció con Fidel Herrera para hacer posible el triunfo del impoluto Héctor y poder llevarlo a la presidencia del congreso local. Más tarde, el líder campirano fue a dar con todo y sus herrajes al penal de Pacho Nuevo por dos años. El gobierno de la república le puso fin a esa historia inspirada en Chucho “El Roto”.

Pero los tiempos corren y estamos en 2017. Y vemos que se incrementan los movimientos en pos de la gubernatura veracruzana que se definirá el año próximo. Un potro de crines azules y cascos ligeros como los pies de Aquiles, sueña con ese objetivo apoyado por su padre, el gobernador Yunes Linares. Acuerpado por diferentes liderazgos regionales, Miguel Ángel Yunes Márquez recorre Veracruz y muestra el mejor perfil y soberbios galones.

En otro carril y sólo para entretener al público, Fidel Herrera Beltrán hace la finta y manda a la pista a un ejemplar de su cuadra para que vaya agarrando fuerza en las patas y en los ánimos. Javier Herrera Borunda es anunciado como candidato a senador. Ya se verá hasta dónde llega.

Pero existe otro peligroso cuaco, que puede ser letal y que también recorre el estado desde hace meses y no deja títere con cabeza. Viaja entre niebla y sombras; entre ondulaciones mentales y consejas de amigos, y es similar a aquellos implacables caballos que montaban los jinetes del Apocalipsis.

Este potro anda moviendo conciencias culpables y fortunas mal habidas para que aquellos acusados de infieles, suelten el voluminoso estómago y vomiten lo que les está haciendo daño. Su relincho infernal penetra oídos non sanctos. Vicente Benítez, Carlos Aguirre, Ricardo Sandoval, Juan Manuel del Castillo, Tarek Abdalá, Edgar Spinoso y Alberto Silva suelen escucharlo todas las noches.

Este potro que asoma por las ventanas y mira con ojos fulgurantes, aparece y reaparece intermitente en forma de reclamos, de denuncias, de acusaciones periodísticas y rumores persistentes en redes sociales. A veces, por medio de coscorrones metidos entre discursos amenazantes. A veces, socarronamente en las conferencias de prensa, ante periodistas prensados contra la pared. Su mecánica, como ya se explicó, es aflojar voluntades y que los interesados en el perdón puedan ganar salvoconductos mediante una “módica” contraprestación monetaria. Entendiendo que es módica, porque es el único modo de salvarse.

Pero este no es el peor potro. El que le están aplicando a los duartistas que pecaron de gula, y al que le debieran huir para salvarse, es el que sigue: un potro terrorífico y mortal.

Los que conocen esas anécdotas, dicen que el artilugio es idéntico al inolvidable potro de la Santa Inquisición. Aquel que se aplicaba a los herejes, a los malditos y a los no convenientes al sistema español. Una mesa donde acostaban al sentenciado y lo amarraban de las extremidades, mientras un mecanismo era apretado para estirarlos a lo largo, desmembrándolos o destruyéndoles las coyunturas, cada que confesaban algo. Después de días o semanas de tormento y que los más reacios agonizaban entre estertores, los verdugos descubrían que los cuerpos de los difuntos habían crecido hasta doce centímetros de estatura.

Analizando ese ejemplo, los apretones de tuercas actuales, serían un eufemismo de aquellos temibles potros de tortura. Pero funcionan igual. Sirven para que algunos entreguen los tesoros que forjaron de mala manera. Son fórmulas efectivas y sin riesgos, si consideramos que las campañas electorales de estos tiempos exigen grandes inversiones.

Por tales razones ese potro seguirá cabalgando.

 

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