No son pocas las decisiones y recomendaciones atribuidas a Rocío Nahle García -la secretaria federal de energía- que están perjudicando a los veracruzanos. Salvo honradas excepciones, la mayor parte de sus recomendados a cargos públicos no han podido cumplir decorosamente con las funciones que establecen las leyes y reglamentos.

El alcalde de Coatzacoalcos y el secretario de salud del gobierno del estado, que presumen su madrinazgo, suelen ser personajes centrales de frecuentes críticas periodísticas y manifestaciones sociales o laborales que reclaman mejor atención de ellos.

El doctor Roberto Ramos Alor, titular de la secretaría de salud estatal, parece que le quedó demasiado grande la encomienda. Mes con mes, desde su llegada en diciembre pasado, ha sido protagonista de hechos o situaciones que hacen pensar su poco compromiso con el gobernador y con la ciudadanía.

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El primer tache que obtuvo, lo recibió cuando a dedazo puro, realizó millonarias compras de medicamentos beneficiando al célebre empresario Lomelí, que en ese tiempo fungía como morenista delegado del bienestar en el estado de Jalisco. Al descubrirse el sabroso pastel y los conflictos de intereses en que incurrió ese personaje tapatío, el presidente López Obrador no tuvo más remedio que retirarle la invitación al cargo y sugerirle que mejor siguiera en sus pingües negocios.

Ramos Alor se ha visto cuestionado y presionado por asociaciones asistencialistas que le han criticado su falta de atención a problemas críticos, como es el caso de los medicamentos necesarios para la lucha contra el VIH-SIDA, iniciativa que comanda la aguerrida doctora Patricia Ponce.

Poco ha dicho el galeno de aquella cruzada que inició respecto a las numerosas instalaciones hospitalarias que estaban inconclusas o faltas de insumos. Tampoco se ha visto su mano firme en las continuas observaciones al DIF estatal, una de sus áreas sectorizadas, cuya titular Verónica Aguilera Tapia, ha sido señalada por no tener el título profesional que exige la normatividad.

En esa área compleja y dejada a su suerte y a los caprichos de la titular, poco le ha importado el continuo abuso cometido contra los trabajadores, que en estos días amenazan con irse a huelga. Ya ni hablar de los raquíticos suministros de apoyos alimentarios, contratados con maña a empresas provenientes de la época peñanietista.

Esta semana la señora Osi Pírez de Diez, una destacada dama que dirige una asociación que apoya a niños con cáncer en la zona de Orizaba, realizó una encendida crítica a Ramos Alor porque no llegan los medicamentos oncológicos necesarios para prolongar vidas infantiles. El desabasto en el hospital de Río Blanco ha puesto las alertas en rojo.

El doctor Roberto Ramos Alor, quien al parecer hizo una aceptable gestión en el hospital regional de Coatzacoalcos, tiene la obligación de demostrar que en este cargo no resultó un corriente y destructor chivo en cristalería. Su jefe y los veracruzanos no lo merecen en el estilo displicente que muestra. Debieran resurgir en su persona el profesionalismo y el sagrado deber del médico que se empeña en conservar la vida de los enfermos, no al revés.

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