Los tres mil muertos a que llega Veracruz esta semana a causa del coronavirus y los cerca de 23 mil contagiados que luchan por su vida, constituyen la gran tragedia del siglo en el estado. Y lo más preocupante es que son números con tendencia a crecer y a aumentar la vulnerabilidad de las familias involucradas y de la sociedad en general.

Y resulta increíble que a pesar de las medidas de contención y sana distancia que se impulsan, existan gobernantes, alcaldes y funcionarios públicos que minimicen el problema e insistan en organizar pachangas y reuniones con amigos, poniendo en peligro a las personas que tienen que ver con esos eventos.

Y en nada ayudan los debates ociosos y ridículos en el sentido de que “se está pensando” si habrá o no, las celebraciones con motivo de las fiestas patrias. Esto es un gran contrasentido y despropósito institucional, cuando en la opinión pública se insiste en cancelar todo tipo de fiestas y reuniones, debido a que en este momento cualquier aglomeración de diez o de cien o más personas, producirá brotes o rebrotes en relación a la peligrosa enfermedad contagiosa.

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No basta con esconder las cifras reales de muertes y contagios en el sector salud, como acusan la sociedad, los medios de comunicación y las instituciones académicas, ni tampoco, con seguir insistiendo en desalentar tales reuniones entre la gente, sino que los propios gobernantes—el presidente, el gobernador Cuitláhuac García, o los alcaldes—deberían, por esta ocasión, cancelar de tajo y sin  mayor discusión, los eventos masivos de informes anuales tipo escaramuzas con decenas de adornos, las tradicionales fiestas patrias y cualquier tipo de festejo institucional, más cercano a la autocomplacencia y al culto a la personalidad, que a otro propósito más loable.

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Los miles de caídos debido a la enfermedad, exigen respeto y generosidad humana. Y no se cree que alguien con la debida sensibilidad política y moral, piense siquiera en esas costosas faramallas, cuando miles de familias veracruzanas están llenas de dolor y preocupación por cómo será que les viene el futuro, al mismo tiempo que deben continuar atentos a cuidar su integridad, su salud, su deteriorada economía y las de los suyos.

Por tanto, este planteamiento periodístico se convierte en una atenta propuesta para posponer esa clase de manifestaciones festivas, y para mostrar una gestión respetuosa ante los deudos y ante el recuerdo de los innumerables muertos. 

Los actuales son tiempos de guardar las formas, la soberbia y los ánimos distractores. Más bien, son tiempos de conducirse con prudente discreción, austeridad personal y solidaridad con los afectados. Ya vendrán épocas mejores. Mientras tanto, el gobierno debe seguir trabajando en busca del cumplimiento de los compromisos contraídos con la población y de las obligaciones que marca la Ley.

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