Después de la visita del presidente de México Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos, para reunirse con su homólogo estadounidense Joe Biden, la realidad es que la relación entre ambas naciones sigue igual, es decir, Estados Unidos sabe de su poderío y México sigue siendo el traspatio de ese imperio.

Si bien es cierto que el encuentro entre ambos políticos fue respetuoso y nada ostentoso, a pesar de que López Obrador desairó la Cumbre de las Américas que convocó Joe Biden el pasado junio, la relación bilateral lleva meses de tensiones que no se pueden despresurizar con una simple entrevista en la Casa Blanca.

Esta es la visita más apagada que ha tenido López Obrador como Jefe de Estado en Estados Unidos. En sus dos anteriores, la primera con Donald Trump y la segunda con los líderes de América del Norte, tuvo una aceptable sincronía. 

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Lo que llama la atención es que, en ninguna de las tres visitas oficiales, el ejecutivo federal mexicano haya convocado a un diálogo -al menos- con los representantes del Senado Norteamericano, en donde sí hay planteamientos y discusiones parlamentarías que han puesto en aprietos a cualquier presidente de los Estados Unidos. Tampoco se ha reunido con los representantes de los medios de comunicación. Allá no tiene un Congreso manso, y tampoco periodistas a modo.

López Obrador ha tomado -hábilmente- el tema de la migración como una bandera para defender a mexicanos y centroamericanos, pero la propuesta la debería discutir con los aguerridos senadores republícanos y demócratas. Desde esa tribuna se podrían autorizar mayores recursos y herramientas legales que desalienten a los migrantes a cruzar una de las fronteras más peligrosas del mundo o generar inversiones para el progreso de estos países en vías de desarrollo. Sin embargo, el presidente de México procura no perder la máscara, prefiere esquivar los cuestionamientos de una congreso plural, en temas como migración, contrabando de estupefacientes, trata de personas, crimen organizado y tráfico de armas, principalmente.

Y en el caso del planteamiento de la inflación que enfrentan Estados Unidos y México, con sus respectivas y grandes diferencias, la economía se activa promoviendo la competencia económica, aprovechando los beneficios del comercio exterior – ahí está el TLCAN -y apoyando a los productores nacionales en los bienes que producen ese desequilibrio financiero. Cosas que en los gobiernos de la 4T no aplica porque eso forma parte de las “políticas neoliberales”.

México transita en abierta oposición al giro del mundo moderno. Los migrantes tendrán que seguir padeciendo todas las dificultades para buscar mejores oportunidades y calidad de vida en Estados Unidos, la inflación seguirá destruyendo a las familias que menos tienen, el crimen organizado (ese sí que lo está) continuará ganando espacios en territorio mexicano, el Estado de Derecho será una bella expresión poética plasmada en la Constitución y López Obrador llegará a México presumiendo que la visita a Estados Unidos con su ‘amigo’ Joe Biden fue todo un éxito.

La flexibilidad de López Obrador frente a Joe Biden permitirá a las paredes de la Casa Blanca recordar las visitas palaciegas de sus súbditos.

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