Jesús Lezama

En la política y en los medios de comunicación no se descansa, ni para bien, ni para mal. Y son los políticos y los medios los que -las más de las veces- crean espejismos para reflejar que hay quietud y que no ocurre nada. Eso creen los ingenuos y mediocres, pero no es tan sencillo ese asunto. El diablo siempre está en los detalles. Y los auténticos políticos y los espacios informativos profesionales son sensibles a esta verdad ineludible.

La reflexión surge porque en los pasillos del poder en Veracruz, así como en algunos medios noticiosos de poca monta y mucho monto, es notorio que no se tiene el criterio para calibrar el grado de subjetividad sobre la veracidad de los datos que sueltan, un día si y otro también. Y no se trata de no contar lo que sucede, sino de no contextualizar.

Cuando suministramos información sin contexto (contenido), sin analizar el origen y fundamentos, las consecuencias de esta y los detalles que la rodean, obtenemos sencillamente datos sin posibilidad de establecer un juicio crítico sobre tal información. Y esta última situación es preferida por los políticos y/o medios menores, los que generalmente no soportan mirar su retrato.

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Por eso conviene observar la “deformación política-informativa” de la última década en Veracruz. A esta nada más le ha preocupado socializar una opinión, sin contarle a la sociedad lo que en realidad sucede. Y se actúa así para sobrevivir indignamente a costa de perder lo más importante de la política y la comunicación social: la CREDIBILIDAD.

No obstante, estas pervertidas acciones tienen un propósito: evitar que al político o al medio de difusión se les evalúe en la factibilidad de sus propuestas, si es que las hay. Por ello es frecuente escuchar o leer los discursos que los ciudadanos quieren oír, evitando el análisis y las críticas que se puedan hacer.

Así que nos seguiremos topando con la simpleza política e informativa: “Histórico presupuesto para…”, “Histórica operación política de…”, “Histórico rescate en hospitales…”, “Histórico combate a la corrupción”, y un largo etcétera de falaces “historiedades”. 

Todo es historia en política y en los mass media. Pero el tipo de historia referida solo sirve para recoger moralejas de inmoralidad, dar excesivo valor a una cosa o para inventar o reinventar a unos cuantos. También para reventar gente y proyectos. Se abusa de ella porque se pretende que la historia sustituya a la memoria individual y colectiva. Por eso oímos o vemos periódicamente las manipulaciones en los discursos que hablan del pasado.

Pero si partimos de la base de que el ser humano es imperfecto, debemos prepararnos para poder defendernos de esos mensajes infantiles, absurdos o deshonestos. Un escenario con parafernalia, un atuendo novedoso, un brillo en la mirada, un leve cambio de conducta y hasta un gesto nuevo, separado o en conjunto, puede resumir una verdad completa.

Basta con asumirse como un diablo que todo ve y ausculta. Con la fórmula del diablo, el de la posición crítica y objetiva puede encontrar los detalles más escondidos e imperceptibles. Y un simple pormenor puede dar inicio a una historia interesante.

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