Jesús Lezama
En la actualidad casi toda discusión pública se desarrolla en términos de víctimas y victimarios. Los chairos se dicen víctimas de los fifís, los liberales de los conservadores, los negros de los blancos, las mujeres de los hombres, los homosexuales de los heterosexuales, los discapacitados de los no-discapacitados, y así, la lista podría continuar.
Esta disputa de clases no es nueva, tampoco pertenece a cierto sector social, corresponde a nuestra condición humana. Y se considera de esta manera, porque somos diferentes y eso nos torna iguales. Esto evoca un libro publicado en el año 2014 “Crítica de la víctima” del autor italiano Daniele Giglioli*.
El titulo de la obra podría considerarse como un juicio valor contra las víctimas de verdad, pero más bien, se trata de reconocer cuáles son las características de esta cultura del victimismo y establecer una delimitación entre las víctimas reales e imaginarias.
Por eso, se considera que el primer párrafo del libro es elocuente y deja muchos elementos para la discusión.
“La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable, o responsable de algo? La víctima no ha hecho, le han hecho; no actúa, padece. En la víctima se articulan carencia y reivindicación, debilidad y pretensión, deseo de tener y deseo de ser. No somos lo que hacemos sino lo que hemos padecido”.
La cultura del victimismo supone que la condición de ser víctima o victimario no es circunstancial sino esencial.
Esa reflexión surge porque este tiempo mexicano nos arrastra u orilla a ser víctima o victimario del gobierno que tiene a su cargo la administración de México: la autodenominada, cuarta transformación.
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No es casualidad que las acciones y discursos de muchas personas que llegaron al poder (legisladores, secretarios de despacho y un largo etcétera) con Andrés Manuel López Obrador, o Cuitláhuac García Jiménez al gobierno de Veracruz, justifiquen su actuar o incompetencia haciéndose las víctimas. Y se dice que no es fortuito, porque cuando alguien adquiere el status de víctima, queda inmune a toda crítica. “A una víctima se le perdona todo”. Pero no es así. Los gobernantes tienen obligaciones que deben cumplir y transparentar a cabalidad, con, sin y a pesar de las situaciones que se disfruten o se padezcan.
Argumentar que en los últimos 20 años -solo como punto de referencia- los gobiernos que antecedieron al actual fueron mejores, o peores, sería ubicarlos en el pedestal de víctimas con sus consecuentes victimarios, entre ellos, gran parte de los directivos de la cuarta transformación. Tampoco se trata de eso. En todo caso se debería analizar cuáles han sido las circunstancias de modo, tiempo y lugar que produjeron y han llevado a los gobiernos a decidir las Razones de Estado, mismas que, la mayoría de las veces, no son las mejores, pero si las más oportunas en su tiempo y contexto.
Necesitamos creer en algo aun en los tiempos donde hemos decidido no creer en nada. Ser la víctima no es garantía de verdad. Y Giglioli dice: “La víctima es irresponsable, no responde de nada, no tiene necesidad de justificarse: es el sueño de cualquier tipo de poder”. Por lo tanto, el debate no puede anularse porque no hay verdades inapelables. El devenir de la humanidad muestra que la verdad también esconde su mentira.
El propósito es enseñar a las personas a ejercitar su propia razón. Paradójico, Platón nunca creyó en las bondades de la democracia. Siempre se mostró partidario de que gobernasen los mejores: una elite de sabios y guerreros. Por lo tanto, se puede discutir tan solo para tantear, explorar, esbozar, conformándose con un final insuficiente, pero sin ser víctimas ni victimarios.
No hay que responder a la injusticia con otra injusticia. Hay que hacer el bien por sí mismo, sin esperar recompensa. Nuestra naturaleza nos inclina a hacer el bien y solo cuando obedecemos ese impulso, logramos paz y serenidad. El mal solo es insuficiencia, carencia de bien.
Por ello, hay que tener cuidado con la insaciable voluntad de poder, y si hay desconcierto o antipatía con el gobierno de la cuarta transformación, el camino esta trazado en las elecciones del 2021, ni antes ni después, la integridad es un verdadero patrimonio.
México no necesita ni víctimas, ni victimarios.
*Daniele Giglioli es profesor de literatura comparada en la Universidad de Bérgamo, Italia. Colabora con el periódico Corriere della Sera. Ha llevado a cabo una revisión de la sociedad de nuestro tiempo a través de cuatro títulos. “Crítica de la víctima” es uno de ellos. Propone una reflexión, en términos kantianos, de los orígenes y los síntomas de lo que podría llamarse la “ideología de la víctima”.