Por Héctor González Aguilar
La publicación de Los días terrenales, en 1949, ocasionó a su autor, José Revueltas, más sinsabores que satisfacciones, y esto a pesar de que la crítica literaria dio una buena acogida a la obra, considerándola como una muestra de la madurez alcanzada por el escritor duranguense.
Y es que no todos compartían la opinión de los críticos, los miembros más encumbrados del partido comunista mexicano encontraron motivos suficientes para denostar la novela, pues sintieron que el tema principal, la izquierda mexicana y sus líderes, había sido tratado de una manera equivocada.
José Revueltas, que por esas fechas ya no formaba parte del PCM, no era un improvisado en la teoría marxista-leninista, sus opiniones acerca de la aplicación de la ideología se fundaban en la experiencia. No era, jamás lo fue, un intelectual de escritorio, recorrió gran parte del país trabajando con obreros y campesinos y desde 1935 tuvo la oportunidad de visitar la URSS para conocer de cerca el comunismo en su máxima expresión. Exaltado, absolutamente honesto y firme en sus convicciones, padeció varias veces el encarcelamiento. En cuanto a su trabajo como escritor, años antes se le había concedido el Premio Nacional de Literatura por su novela El luto humano.
Omitiendo el rechazo inicial, algo anecdótico, la novela vale la pena por la humanidad de los personajes principales, por los conflictos interiores que padecen o, incluso, por esa compleja relación que mantenía el autor con Dios y la religión cristiana. Pero, independientemente de lo anterior, puede resultar interesante el hecho de que Revueltas haya elegido a los obreros y campesinos veracruzanos para dar entrada a la problemática de la novela.
La historia de Los días terrenales inicia en territorio veracruzano, en una zona selvática comprendida entre Acayucan y Catemaco, en donde representantes de varios pueblos se han reunido para realizar una pesca nocturna, en el río Ozuluapan, cuyo objetivo es obtener fondos para las festividades de la virgen del Carmen en Catemaco.
Posiblemente el autor haya estado en esa zona adoctrinando a los campesinos, pues un personaje secundario afirma que el compañero Revueltas anduvo por ahí dos años atrás. En los diálogos se muestra la escasa penetración que la ideología comunista había tenido entre los campesinos pues ellos, tan apegados a sus costumbres, no se deciden a hacer las cosas como se las propone Gregorio, el activista proveniente de la ciudad de México. Y el cacique principal, Ventura –tuerto y manco-, parece más un brujo de Catemaco que un miembro de una organización de izquierda.
Más avanzada la narración se menciona la fábrica textil de San Bruno, por entonces distante unos kilómetros de la ciudad de Xalapa. En contraste con los campesinos del sur de Catemaco, los obreros de San Bruno tienen una mayor conciencia de clase; en este caso, sus problemas no son con los patrones capitalistas sino con los obreros de otra fábrica, la del Dique. En San Bruno estuvo Fidel Serrano, un comunista radical que aparentemente tuvo éxito en organizar al proletariado, pero que falló al no poder acabar con la división existente entre el gremio de obreros xalapeños.
Se desprende que Revueltas estaba bien informado de la situación política del estado –son los tiempos del gobernador socialista Adalberto Tejeda-, así como de las condiciones laborales de las textileras de Xalapa. Todo indica que en alguna ocasión visitó la fábrica de San Bruno, pues menciona la cercanía de las vías férreas y la existencia de una represa a la que los obreros dieron el nombre de Carlos Marx.
Por cierto, cuando tenía dieciocho años, en 1932, Revueltas fue arrestado y enviado al penal de las Islas Marías, allá debió encontrarse con varios trabajadores de la Fábrica de San Bruno, presos, al igual que él, por el mismo delito: su adhesión al comunismo.
En realidad, la descripción de estos espacios sirve para ambientar o para introducir a los personajes, Gregorio y Fidel, en sus respectivas historias; a nosotros nos muestra el conocimiento que José Revueltas tenía acerca de la situación de obreros y campesinos y de las reales dificultades para difundir las ideas marxistas. Algo que sus antiguos correligionarios del partido comunista estaban muy lejos de apreciar.
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