Hipólito Reyes Larios. Arzobispo de Xalapa

Dios es amor. En este día, 11 de marzo de 2018, celebramos el Cuarto Domingo de Cuaresma, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Juan (3, 14-21) el cual se ubica en el diálogo de Jesús con el magistrado fariseo Nicodemo, quien fue de noche a platicar con él: “Jesús dijo a Nicodemo: ‘Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él, no será condenado; pero el que no cree, ya está condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios”. Una de las definiciones más bellas de Dios la presenta el mismo Apóstol Juan: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 16).

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La Cruz es gloriosa. El misterio central de la salvación es la elevación en alto de Jesucristo, Hijo del hombre, su glorificación mediante la Cruz. La serpiente de bronce levantada en el desierto para curar, según el libro de los Números (21, 4-9), era una prefiguración de este misterio de Jesús puesto en la Cruz.

Esa elevación de Jesús, obedece a un plan determinado por Dios Padre debido a su grande amor por la humanidad, y tiene como finalidad dar la vida eterna a los creyentes. La vida eterna es una expresión fundamental de la fe cristiana y designa el don divino otorgado a la humanidad, esto es, la comunión con Dios en esta vida y su consumación en la vida futura. La raíz última del misterio de la Redención es el inmenso amor de Dios Padre que consiste en el don de su Hijo Único. El beneficiario del amor divino es el mundo, es decir, la humanidad que ahora puede percibir a un Dios cercano e interesado en la salvación de todos y cuya única exigencia es la fe. La finalidad del envío es que la humanidad tenga vida por la fe en Jesús. Creer en Cristo es aceptarlo como Hijo de Dios y como Salvador.

La salvación consiste en “no perecer y tener la vida eterna”. La Cruz es preciosa porque significa el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios. El sufrimiento porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte Satanás y fue vencida la muerte. En la

Cruz de Cristo fueron demolidas las puertas de la región de los muertos. Así, la Cruz se convirtió en salvación para todo el mundo.

La luz y las tinieblas. El texto evangélico de Juan, afirma también que la causa de la condenación consiste en que, habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Sin embargo, Dios, que es la Luz verdadera, manifiesta siempre su misericordia a pesar de los pecados e infidelidades de los integrantes de su Pueblo, como leemos hoy en el Segundo Libro de las Crónicas (36, 14-23). Así, les envió mensajeros para que se arrepintieran de sus pecados y, ante su terquedad, después de un largo tiempo de destierro, inspiró al Rey Persa Ciro, el Grande, para que ayudara a reconstruir el Templo de Jerusalén.

Del mismo modo, el fragmento de la Carta a los Efesios (2, 4-10) comienza así: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. En él nos ha resucitado y nos ha reservado un sitio en el cielo”. Este texto afirma que la salvación es un don de Dios y no se debe a las obras, para que nadie pueda presumir.

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