“¿Importan las etiquetas?”. Charanna Alexander lanzaba recientemente la pregunta desde la newsletter de Modern Love, la conocida columna de The New York Times que explora las relaciones y el amor a partir de los 2000. Como respuesta, adjuntaba el testimonio en primera persona de la escritora Erinee Magee (Amor por encima de etiquetas), donde esta narra por qué ha dejado de usar cualquier tipo de referencia como “novios” o “pareja” en su actual relación. Tras haber pasado por un matrimonio más sujeto a convencionalismos, ahora asegura haber alcanzado un nuevo nivel de entendimiento amoroso basado en el apoyo mutuo que, dice, no ha sido necesario verbalizar. De manera análoga a esta tendencia y también con un rechazo expreso a la etiqueta de pareja monógama tradicional, proliferan conceptos que, al contrario, hacen del bajo nivel de compromiso, lo esporádico y el fuerte componente sexual su bandera: las situationships, los follamigos o los amigovios que recogía oficialmente la RAE en 2014.

“La pareja está en un proceso de flexibilización”, explica a S Moda Luis Ayuso, doctor en Sociología de la Familia e investigador especializado en el ámbito de la pareja de la Universidad de Málaga. “Esta es una tendencia que se originó en los sesenta, se intensificó en los ochenta y que, en los últimos años, ha consolidado el proceso de privatización de la pareja”. Donde antes intervenían familiares, sociedad y estado en mayor medida, ahora “lo que somos y las normas de nuestra relación las establecemos nosotros mediante una suerte de contrato privado en el que las cláusulas que le dan forma se establecen a medida y puede ser tan abierto como queramos”. Un aumento de la ambigüedad y de la variabilidad en las relaciones para las que, según apunta la doctora en psicóloga Kayla Knopp, especializada en investigación sobre compromiso y parejas por la Universidad de Denver, “los jóvenes demandan un nuevo lenguaje para describirlas que aún no existía en la cultura popular”.

Ligar es un scroll infinito

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Se ha perdido en mayor medida la intervención familiar o estatal, pero entra en juego de pleno el neoliberalismo. La reputada socióloga Evaa Illouz, autora de Por qué duele el amor o Capitalismo, consumo y autenticidad. Las emociones como mercancía (discusiones), ambos de Ed. Katz, lo explicaba en una entrevista con Álex Vicente en EL PAÍS: “El amor ha contribuido a configurar la modernidad, puesto que, a través de una determinada manera de practicarlo, el individuo puede distanciarse de las normas y prescripciones marcadas por el grupo social. Pero también sucede al revés: el modelo económico de la modernidad incide en la práctica del amor. Si antes se vivía como una fatalidad o una predestinación, ahora se practica a través de la libre elección. Internet y la mercantilización del yo han acelerado este proceso».

Perfiles que se suceden unos tras otros en redes sociales y aplicaciones de citas, con Tinder a la cabeza, en las que se nos presenta, como al alcance de la mano, un sinfín de candidatos que parecen susceptibles de convertirse en potenciales parejas. Un consumismo amoroso que, en palabras de la periodista Judith Duportail, autora del ensayo El algoritmo del amor (Editorial Contra) en una entrevista con Beatriz Serrano en S Moda, «nos hace creer que podemos pedir nuestra salida de la soltería como podemos pedir sushi (…). Seguimos creyendo que podemos meternos en una app y descargarnos a alguien que cumpla con todas nuestras expectativas». Una trampa, ya que la aplicación no hace negocio con el hecho de que tú encuentres el amor, sino con que vuelvas una y otra vez con la esperanza de encontrarlo, manteniendo la rueda y el capital en movimiento.

«En efecto, las redes sociales y las apps se han convertido en la principal vía de intervención para que las parejas se conozcan», apunta Luis Ayuso. Una tendencia que confirman diversas investigaciones y que el propio sociólogo, que está en pleno proceso de trabajo de campo para el proyecto Gestim, una investigación de la UMA y BBVA sobre la gestión de la intimidad en los procesos de formación y ruptura en las parejas, dice reconocer entre los jóvenes entrevistados. Ayuso alude a la cuestión del coste de oportunidad que estas redes y aplicaciones proporcionan: «Los jóvenes son más indecisos porque hay más donde elegir. Si estoy con una persona exclusivamente, no puedo estar con otra. Se denota que hablan más de rollos que de parejas. La diferencia entre ambas radica en la fidelidad sexual». Todo es posible en esos contratos a los que aludía antes, pero como señala: “estos pueden ser tan abiertos como queramos, pero si la otra persona se los salta, la respuesta es automática: te dejo, tengo mucho más donde elegir”.

Más diversos (y más superficiales) 

«Para los jóvenes se hace más difícil llegar a ese punto en el que se sienten realmente preparados para comprometerse con una de esas opciones entre tantas, algo que pasa tanto en el plano amoroso como en otros aspectos vitales más amplios», explica a esta publicación Kayla Knopp.

“La persona centrada en el yo ha reforzado los caminos hacia la diversidad afectiva, pero a la vez ha enterrado la profundidad”, reflexionaba la escritora, profesora y activista Brigitte Vasallo en una entrevista de Yeray S. Iborra en SomAtents. Una sociedad de relaciones líquidas (bajo el concepto de Bauman) que busca emocionarse, pero que lo hace de una forma superficial y que, si no logra el objetivo tan rápido como lo demanda -ya, cuanto antes-, abandona. “Estamos muy obsesionados con definir a nuestro yo, que este sea muy especial y estos vínculos [con poco nivel de compromiso] también contribuyen a definirlo”, explica a S Moda Victoria Cubedo Pinazo, investigadora de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del grupo de investigación de Sociología de las Emociones de la FES.

‘No enamorados’ pero visibles

Actitudes que, en este contexto, han convertido en tabú el hecho de hablar de sentimientos. Dentro de una sociedad en la que las personas jóvenes se reconocen cada vez más solas y deprimidas, mostrar la afectividad en el plano íntimo se vuelve más complejo impulsado por esta suerte de hiperconsumo de cuerpos y afectos.

¿Cuántas veces hemos pronunciado eso de «quiero un novio pero solo para pasar los domingos»? En palabras de la periodista Kristy Wilkinson en 2016 en un artículo escrito para The Huffington Post titulado Somos la generación que no quiere relaciones: «Queremos todo aquello que nos haga vivir la ilusión de que tenemos una relación, pero sin tener una relación de verdad. Queremos todas las recompensas sin asumir ningún riesgo. No nos gusta poner etiquetas, simplemente salimos con alguien. Queremos mantener el equilibrio: fingir que no tenemos sentimientos aunque seamos un libro abierto; queremos que nos necesiten, pero no queremos necesitar a nadie». Queremos todo eso, y también el estatus que mostrar la vida en pareja en las redes nos da. Ahí sí, paradójicamente, recurrimos a las etiquetas y estados de Facebook para dejar constancia de estas relaciones por más breves que sean o publicamos esas imágenes irradiando felicidad que tanta validación consiguen en las plataformas.

Estar en una relación libre de etiquetas

“Las relaciones basadas en el sexo sin compromiso son difíciles de navegar. Muchos estudios sugieren que estas acaban siendo insatisfactorias para las personas involucradas, especialmente para las mujeres jóvenes”, señala la psicóloga e investigadora Kayla Knopp. “Lo que hace que estas relaciones de sexo casual funcionen es lo mismo que hace que lo haga cualquier otro tipo de relación: estar de acuerdo y con las expectativas claras, comunicarse honestamente con la otra persona y ser honesto con uno mismo y los propios sentimientos y deseos en torno a la relación”.

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Según explica Knopp, uno de los peligros que se dan a la hora de negociar los términos o etiquetas bajo las que funcionarán estas relaciones es lo que los investigadores llaman “ambigüedad intencionada”. “Como no está estipulado que haya que hablar de la relación, me muestro abierto pero alargo todo lo que puedo esa situación de ambivalencia, sin sacar el tema en pro del mantenimiento de mi autonomía como individuo”, explica Victoria Cubedo. Un estado que, según la socióloga, “alargan más los chicos y que, en sus inicios, son vividos con más angustia por las mujeres”. Un modelo que en su fondo responde más a las dinámicas de género tradicionales que a nuevos formatos inspirados en el amor libre. Por eso Cubedo advierte que al enfrentar una relación libre de etiquetas “hay que ver si se trata verdaderamente de nuevas formas o de formas antiguas encubiertas con nuevos nombres”.

Eliminando la etiqueta no se elimina de entrada el sentimiento, ni el problema. Lo resumía la estudiante Jordana Narin en 2015 en un ensayo en The New York Times que le valió un premio del prestigioso periódico: Sin etiquetas no hay drama, ¿no?, en el que reconoce que lo que puede presentarse -y realmente puede llegar a  ser- como una oportunidad de experimentar la libertad y empoderamiento, de tomar el control sobre los términos de una relación más libre y no convencional, puede justificar falsamente lo contrario. Tras su experiencia personal con una relación de no novios con un mismo chico durante varios años en los que los encuentros se daban de manera esporádica, reflexionaba: “He estado pensando en la misma persona durante los últimos cuatro años. ¿Puedo honestamente decir que estoy empoderada si no puedo ni compartir mis sentimientos con él? ¿Podrían mis opciones estar más cerradas? ¿Podría tener menos control?”. La clave a la que alude con esa reflexión sobre cómo sentar de verdad las bases de una relación más abierta, revolucionaria y liberada de etiquetas y normas, como apuntaba también la escritora Erinne Magee mencionada al principio de este artículo, parece residir en la idea opuesta de lo que a priori pensaríamos al hablar de relaciones sin etiquetas: comunicación, empatía y cuidados en profundidad. “El apoyo es el nuevo romance”.

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