En política, las palabras sí importan. Las narrativas son clave para ganar elecciones. Los políticos que conservan el poder saben contar historias. Es bien sabido que la mayoría de electores, lo mismo en México que en el resto del mundo, no votan de acuerdo con un cálculo racional objetivo. Votamos con el estómago. Votamos por tal o cual candidato, porque la historia que cuenta nos conmueve, porque su narrativa da sentido a nuestra vida, porque su discurso nos cimbra. Trump, con su “Make America Great Again”, sedujo a un electorado empobrecido, enojado y nacionalista. O pensemos en Putin y su imagen de virilidad y recuperación de la grandeza rusa.

Los votantes somos muy parecidos a los aficionados al futbol. Decidimos “irle” a un partido político y al equipo de futbol movidos por emociones. Pensemos fríamente. ¿Cuál es el mejor equipo de futbol? La respuesta racional está en una combinación de tres variables: (1) meter más goles (2) ganar más campeonatos y (3) menor presupuesto. Así de fácil. Lo demás es pasión, discusión de cantina. Ser aficionado de un equipo perdedor es “absurdo”. Pero, ¿qué chiste tendría ver un partido de futbol sin pasión? Apoyar a un equipo de futbol no es una decisión de negocios; es diversión y devoción. Y, aunque nos cueste trabajo creerlo, los ciudadanos votamos con pasión futbolística.

Precisamente por ello, los símbolos y la narrativa son tan importantes en política. López Obrador lo sabe muy bien. Abrir Los Pinos al público fue un golpe magistral de propaganda.. El presidente es un experto demoledor de símbolos: la venta del avión presidencial, el Pueblo sabio, su lenguaje (“me canso ganso”), su modo de vestir, los adversarios (“los fifís”). Ha logrado armar una narrativa elocuente: austeridad republicana, consultas, Benito Juárez y Francisco Madero, el petróleo. Podemos estar de acuerdo o no con ella, pero hemos de reconocer que Andrés Manuel domina la narrativa política.

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¿Y la oposición? El PRI carece de narrativa. Salinas de Gortari comenzó a desmantelar el discurso de la revolución y Peña le dio el tiro de gracia con las reformas estructurales. El PRI carece de un discurso que ofrecer. ¿Y el PAN? La frivolidad intelectual de Fox despojó al PAN de su narrativa tradicional. Calderón dejo pasar la oportunidad del Bicentenario de la Independencia. El resultado es un partido desleído, deslavado, insípido. Salvo en lugares como Guanajuato, el PAN no se identifica con el catolicismo; pero tampoco es capaz de presentarse como un partido liberal y progresista. Carece de narrativa propia. No es capitalista, ni socialista, ni liberal, ni conservador. Ni demócrata cristiano ni socialdemócrata.

Para colmo, los legisladores panistas se opusieron a la ley de remuneraciones. ¿Era una batalla necesaria? ¿Valía la pena defender los sueldos de la alta burocracia? Ellos mismos se han insertado en la narrativa de AMLO: son los legisladores fifís, más preocupados por defender los privilegios de los altos funcionarios que por abatir la pobreza. Están jugando, por así decirlo, en la cancha de la narrativa presidencial.

Mientras el PAN no articule una narrativa política, que sea atractiva, fácil de contar, poco podrá hacer para reposicionarse. Incluso el veleidoso Partido Verde está mejor posicionado: los bosques, la lucha contra las corridas de toros y los circos con animales… Los panistas deben pactar una tregua interna y sentarse a pensar, ¿qué demonios representa Acción Nacional para los millones de mexicanos que votaremos en las elecciones intermedia? La batalla cultural es clave. Lamentablemente, tengo la impresión de que los panistas están más preocupados en repartirse los despojos, las migajas del poder, que en reconstruir su identidad cultural. ¿Cuáles serán los símbolos del PAN durante este sexenio? Esa, señores panistas, es la pregunta que tendrían que estar planteándose en ese momento.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

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