El próximo 28 de febrero marcará presumiblemente el retorno de Donald Trump a la actividad política a escala nacional y podría ser el momento en que se declare temprano candidato rumbo a las elecciones presidenciales de 2024. Incluso, se afirma que se ostentará como el “presunto nominado del Partido Republicano” a la presidencia, según un reporte de Axios, para dar a entender que él estaría por encima de cualquier otro aspirante republicano e incluso del proceso primario mismo de su partido.

Ello tendrá lugar, según analistas, durante la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC por sus siglas en inglés) que comienza el próximo domingo en Orlando, Florida, y en la que el expresidente será uno de los oradores especiales, y ciertamente el más importante.

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Aún es pronto para establecer si Trump será en efecto el candidato republicano a la presidencia en 2024 o cuáles serán sus posibilidades de ganar entonces la reelección que no logró conseguir, tras ser derrotado por el demócrata Joe Biden, en 2020. Ciertamente, la influencia que Trump mantiene sobre el Partido Republicano y, en general, sobre el entono conservador y la derecha radical es formidable, y eso pese a sus numerosas falencias, su derrota en las elecciones, su responsabilidad en el asalto al Capitolio y su segundo proceso de impeachment. Para muchos de sus seguidores más entusiastas, Trump sigue siendo el líder y el protagonista político que desean para el futuro, incluido en ello un retorno a la Casa Blanca.

Trump se ha mantenido muy discreto desde que dejó la presidencia el 20 de enero pasado y la suspensión de sus cuentas en las redes sociales redujo sustancialmente su exposición pública.

Pero ello cambiará, posiblemente, el 28 de febrero, cuando los reflectores de la CPAC le devuelvan a Trump el protagonismo y la exaltación que él tanto busca y desea.

Además, será el momento en que él posiblemente delineará su visión para sí y para la derecha estadounidense, de la que él sigue siendo la figura mayor.

Y es justo eso lo que Trump, se analiza, estaría interesado en dejar bien claro y en incrementar.

Si Trump se postula a la presidencia este domingo, con miras a 2024, eso en realidad es solo una parte de la ecuación: ciertamente, mucho puede pasar de aquí a los próximos comicios presidenciales y por ende no está asegurado que una declaración de Trump al respecto vaya a la postre cristalizarse en una nominación, mucho menos en un retorno a la Casa Blanca.

Esos objetivos lucen muy importantes para Trump y su entorno, una aspiración mayúscula que, de lograrse, sería una tremenda reivindicación, pero también le ofrecen beneficios concretos en el corto plazo.

Primero, Trump busca exhibir que tiene el control del Partido Republicano y que sin él no hay viabilidad electoral para los políticos conservadores. Desde el 6 de enero, cuando se dio el asalto al Capitolio, y tras el segundo proceso de destitución de Trump, una cantidad relativamente reducida pero importante de los republicanos se ha distanciado de él, bajo la consideración de que es tóxico para el partido, tanto por su talente cáustico y sus desviaciones ideológicas como porque se plantea que asociarse con el expresidente cancela las opciones de los candidatos republicanos en áreas suburbanas que son clave para ganar elecciones a escala estatal y nacional.

Republicanos tradicionales que rechazan el narcisismo, el autoritarismo y las múltiples ofensas de Trump (todo agudizado tras el 6 de enero) aspiran además a devolver al partido a su carácter de conservadurismo compasivo, disciplina fiscal, libre comercio y alianzas internacionales, atributos que fueron en buena medida recortados severamente durante el gobierno de Trump.

Un ejemplo de ello es el conflicto que Trump tiene actualmente con el líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, quien aunque no votó para condenar a Trump en el reciente juicio político sí dijo abiertamente que Trump tuvo responsabilidad en el infame ataque contra el Congreso del 6 de enero.

Ello lo ha hecho blanco del rencor trumpista, como ha sido el caso de otros políticos, entre ellos senadores y representantes que votaron en contra de Trump durante el impeachment o los funcionarios locales que, como en Georgia, rechazaron los intentos de Trump de demonizar y revertir el resultado electoral.

La ausencia en CPAC del exvicepresidente Mike Pence, quien declinó participar, es otro indicador: Trump atacó severamente a Pence por no haberse prestado a sus impropios intentos de no certificar el triunfo electoral de Biden, y muchos en la derecha más radical se mostraron hostiles al exvicepresidente. La ausencia de Pence en CPAC es así al mismo tiempo la decisión de no atizar esas tensiones en su contra y, en consecuencia, significa que todo el escenario queda a disposición de Trump y su visión de las cosas, algo importante si se considera que hasta el 6 de enero Pence era posiblemente la figura conservadora más influyente después de Trump.

Así, la aparición de Trump en el evento de la CPAC podría ser escenario de ajustes de cuentas contra quienes, dentro del Partido Republicano, se le han opuesto o se han distanciado, una forma de convocar a la derecha radical a rechazar a esos republicanos antitrumpistas y de reiterar que él tiene el control. La presentación de candidatos para retar en las elecciones primarias de 2020 a políticos republicanos que se han opuesto o distanciado de Trump sería un por ello un paso previsible.

CPAC es un evento de gran influencia, pero no representa a todo el Partido Republicano. Sus alas moderadas y las que rechazan las lacras del trumpismo no están necesariamente en sintonía con los planteamientos y posiciones de la derecha radical en la que se rinde una suerte de culto a Trump. Pero CPAC y quienes tienen representación en ella tienen un peso sustantivo en el Partido Republicano y se mantienen mayoritariamente del lado del expresidente.

La recuperación de la mayoría en el Congreso en 2022 es el gran objetivo presente de los republicanos y el primer paso para volver a la Casa Blanca en 2024. Trump buscará mostrar que solo con él como líder será eso posible, y refutar a quienes por el contrario lo ven como una figura tóxica que ahondará la distancia de los republicanos con varios votantes clave.

Ciertamente, si Trump controla al Partido Republicano, reemplaza a republicanos desafectos con trumpistas leales y con ello logra recuperar la mayoría en el Congreso, sus posibilidades de lograr la candidatura presidencial y la reelección en 2024 se incrementarían de modo significativo.

Aún pueden pasar muchas cosas y por ello todo ello está aún en el espacio de la especulación. Pero un Trump de vuelta al escenario político, con giras y mitines para impulsar sus obsesiones, sus intereses y sus planteamientos implica un reto formidable, en primer lugar para los propios republicanos tradicionales (que podrían llegar a salir del partido o a formar, al menos, una facción minoritaria que busca frenar desde dentro al trumpismo) y también para el gobierno de Biden.

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