La carrera presidencial en México se adelantó y, a dos años de los comicios, desde el oficialismo se multiplican las candidaturas de dirigentes políticos que aspiran a suceder a Andrés Manuel López Obrador, y que ya están en campaña con miras a las elecciones generales del 2 de junio de 2024.

Hasta ahora, los precandidatos más firmes y con mayor respaldo en las encuestas son el canciller Marcelo Ebrard y la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. Más atrás viene el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, y con menos posibilidades, el presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado, Ricardo Monreal.

La premura por promoverse, reconocer que quieren ser candidatos del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el partido fundado por López Obrador, y lograr el respaldo del presidente, se debe a que el panorama político es totalmente favorable al oficialismo.

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Los altos niveles de valoración positiva de López Obrador, que superan el 60 %, y la debacle de una oposición que carece de liderazgos fuertes o figuras populares, forman una combinación que, por el momento, permite anticipar que sea quien sea el candidato que elija Morena dentro de dos años, ganará la presidencia.

Ese optimismo intensifica la batalla al interior del oficialismo para lograr una candidatura que, según López Obrador, se definirá a través de encuestas, aunque es evidente que la palabra presidencial tendrá un peso definitivo.

En las últimas semanas la sucesión presidencial se convirtió en un tema permanente de las diarias conferencias mañaneras del presidente, quien juega a elogiar a veces a Ebrard, a veces a Sheinbaum o, últimamente a López Hernández, lo que se interpretó como un esfuerzo para sumar a más candidatos.
Premura

A sabiendas de que cualquier gesto suyo es interpretado como un respaldo, el Gobierno difunde fotos de manera alternada con los aspirantes para evitar que se crea que ya tiene a un elegido. O elegida.

Las especulaciones sobre a quién dará finalmente su apoyo son tan fuertes, que la semana pasada reiteró que él no tomará la decisión, pero incluso aunque no le pregunten vuelve a hablar sobre la sucesión y el papel que él va a cumplir.

“Va a haber relevo generacional”, dijo, por ejemplo, durante una gira, al recordar que, a sus 68 años, él ha sido el presidente mexicano de mayor edad.

Su canciller, en cambio, tiene 62 años, y la jefa de Gobierno, 59. A Sheinbaum le juega a favor, además, el factor de género, ya que en caso de obtener la postulación se convertirá en la primera mujer en la historia de México es disputar la presidencia con amplias posibilidades de ser elegida.

“El que gane la encuesta, hombre o mujer, yo voy [a apoyarlo] en mis tiempos libres”, agregó López Obrador en una conferencia en la que aclaró que, debido a su cargo, no hará campaña junto al candidato oficialista, pero sí declarará públicamente su respaldo.

“Lo importante es quién va a decidir: va a decidir el pueblo si es el soberano, porque eso es historia”, reiteró, algo difícil de creer en un país que sigue adoleciendo de un fuerte presidencialismo.

Ello se debe a que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó durante siete décadas, impuso una cultura política que tiene su propio lenguaje y que todavía no desaparece por completo, lo que implica que el presidente de turno elige por “dedazo” a su sucesor, más allá de las urnas.

Los aspirantes que todavía no declaran sus aspiraciones son los “tapados”, y si el mandatario menciona nombres, entonces se convierten en “destapados”. Pero ahora, los “autodestapes” están a la orden del día.
Sí, quiero

“Ya no hay ‘tapados’, eso es totalmente antidemocrático”, aseguró a mediados de mayo López Obrador, en un afán de minimizar la influencia que él tendrá en la elección del candidato oficialista.

Por eso, enseguida alabó por igual a los principales precandidatos, es decir, a “los destapados”, para emparejar la contienda

“Yo la quiero mucho a Claudia; y Adán, imagínense, es mi paisano. Marcelo está haciendo un trabajo de primera (…) me llevo muy bien con todos”, dijo.

Más allá de la palabra presidencial, las encuestas se han convertido en un termómetro que está pendiente del sube y baja de las simpatías electores, a sabiendas de que cualquier imprevisto puede modificar el escenario en los dos años que faltan para las elecciones.

Hasta ahora, los sondeos coinciden en que uno de los mejores posicionados para ser electo candidato del oficialismo es Ebrard, un licenciado en Relaciones Internacionales que tiene una intención de voto del 22 % y que, al igual que López Obrador, comenzó su carrera pública en el PRI, partido que dejó para adherir a otras fuerzas políticas antes de sumarse por completo a Morena.

En el año 2000, ambos estuvieron a punto de ser rivales para contender por la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, pero finalmente Ebrard declinó en nombre de López Obrador, decisión que el presidente todavía reconoce y aplaude públicamente.

Su turno llegó en 2006, cuando ganó las elecciones y se convirtió en el sucesor de López Obrador como gobernante de la capital, situación que pretende repetir en 2024 a nivel nacional.

En 2012, los dos dirigentes anunciaron su intención de postularse otra vez por el mismo cargo, en este caso la presidencia. Para López Obrador era su segundo intento. Cuando la coalición de izquierda anunció que el método de selección sería una encuesta, Ebrard finalmente declinó la participación.

Ya en 2018, luego de que López Obrador ganara la presidencia en su tercera postulación, designó a Ebrard como su canciller y desde entonces ha ejercido un papel destacado que le ha valido ser uno de los miembros mejor valorados del gabinete.

A principios de mayo, durante un acto de campaña por las elecciones a gobernador en el estado de Hidalgo, Ebrard se “autodestapó” al reconocer públicamente que sí quiere ser candidato.

“¡Marcelo presidente!”, fue la respuesta coral que agradeció con una amplia sonrisa.

La “consentida”

Sheinbaum, por su parte, es una científica y académica a quien, en el años 2000, después de ganar la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, López Obrador designó como su secretaria de Medio Ambiente.

Desde entonces ha formado parte de su equipo de trabajo, ya sea como su vocera o incluso cuando López Obrador organizó el movimiento para denunciar fraude en las elecciones presidenciales de 2006.

En 2015 se convirtió en jefa de la delegación Tlalpan, en la ciudad de México, un cargo equivalente a una alcaldía. Solo dos años más tarde ganó las elecciones internas de Morena para contender por la jefatura de Gobierno, que ganó al año siguiente con el 47 % de los votos.

Se convirtió así en la primera mujer en ganar el cargo a través del voto popular, y en una de las funcionarias más invitadas a las conferencias mañaneras y más halagadas de manera recurrente por el presidente.

Según uno de los últimos sondeos, Sheinbaum tiene una intención de voto del 18 %, lo que implica un virtual empate técnico con Ebrard.

Y, al igual que él, ya se “autodestapó” al asegurar que México está listo para tener una presidenta. “Las mujeres estamos preparadas para cualquier cosa y el país también”, aseguró en un evento público en medio de una ovación.

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