Con el “corazón marchito”, el barrio mexicano de Iztapalapa volvió este viernes a salir a sus calles para revivir la Pasión y muerte de Cristo, una de las celebraciones más antiguas que se realizan en México durante Semana Santa.
Salimos con la fe fortalecida, pero también con el corazón, a lo mejor, marchito. No es como otros años que es alegría, es un poco doloroso, pero no deja de perderse la fe”, dice a Efe Martín López Peralta, un habitante de este barrio que este año participa como guardia romano en la escenificación.
Desde temprano, miles de personas se han volcado a las calles de esta alcaldía del oriente de Ciudad de México, donde por dos años debido a la pandemia por coronavirus, esta representación se había realizado a puerta cerrada.
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Este barrio, con unos 1.8 millones de habitantes, en estos días se vuelca para representar este acto de fe católica con cientos de actores aficionados, que buscan con esto mantener la tradición que ha prevalecido por casi más de dos siglos.
De acuerdo con representantes del Comité Organizador, este año se esperaba que al menos 1.5 millones de personas fueran testigos de la celebración religiosa en las calles de Iztapalapa.
Tradición por generaciones
Desde hace 179 años, en el Viernes Santo, aquel que personifica a Jesucristo debe cargar una cruz de 70 kilos a lo largo de tres kilómetros, desde la plaza central de Iztapalapa hasta la cima del cerro de la Estrella.
Ese cerro es el lugar de la crucifixión y fue un centro ceremonial azteca, donde se hacía la ceremonia del fuego nuevo, que representaba el final y el inicio de un nuevo siglo de 52 años.
A él se suman cientos de nazarenos, hombres y mujeres ataviados en túnicas moradas, quienes descalzos acompañan en su recorrido a Jesús, este año representado por el joven Axel González Bárcenas.
Uno de esos nazarenos es Christopher de 10 años, oriundo de esta alcaldía, quien junto a su familia este año volvió a la calle para realizar sus mandas.
Confiesa que carga una cruz de unos 10 kilogramos por su fe, pero también “por mi papá que murió, hace como un mes o dos” y quien solía también hacer este recorrido como una forma de manda.
Christopher es parte de una familia que desde hace 17 años representa a estos personajes.
Sin embargo, los asistentes reconocen que este año no pudieron prepararse físicamente como otros por la pandemia.
“Este año no nos pudimos preparar, nada más mentalmente, venir con mucha fe”, apunta Marco Antonio Rodríguez.
En esta escenificación número 179 el cuerpo de actuación estuvo integrado por unos mil actores locales (275 principales y 4 mil 500 extras).
México es la segunda nación del mundo por número de católicos tras Brasil con más de 97.8 millones de personas, según el censo de 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), que destacó que el 77.7 % profesa esta religión.
No obstante, este porcentaje es menor al 82.7 % del censo de hace una década, reflejo de un paulatino, pero creciente desapego hacia el catolicismo.
Ánimo y esperanza
Para López Peralta, ver las calles de Iztapalapa llenas de personas a pesar del dolor y las pérdidas que ha dejado a la población de este barrio la pandemia por coronavirus, “nos motiva y es un aliento”.
“(Después de) dos años de estar encerrados de que no veían lo que es nuestra vida, lo que es la Semana Santa en Iztapalapa, es una experiencia diferente, diferente en cuestión de que se abre, que podemos caminar. Antes era limitado”, dice emocionado.
A su voz se une la de pobladores y foráneos que acuden a presenciar, como miles de católicos, este acto de fe.
“(Acudo) con mucha devoción más que nada, mucha emoción”, dice Alejandra Altamirano, una residente de Iztapalapa que además viene a apoyar a su esposo que representa a uno de los guardias.
Verónica acude este día a presenciar el ritual desde el occidental estado de Michoacán.
“Es la primera vez que vengo al viacrucis”, confiesa, pero se dice emocionada por esta experiencia.
López Peralta, oriundo de Iztapalapa, recordó que la escenificación de la Semana Santa en este lugar surgió a raíz de una epidemia de cólera, que azotó a la población en 1843, habitada entonces por unas 20 mil personas, en su mayoría indígenas.
Según datos históricos, los pobladores de Iztapalapa, que entonces no era barrio sino un pueblo vecino de la capital, decidieron realizar esta escenificación religiosa como acto de fe para que Dios pusiera fin a esa epidemia.
Casi dos siglos después, la pandemia por coronavirus ha marcado también a los miembros de esta comunidad que, según López Peralta, ha tenido “pérdidas”.
“Volvemos a los orígenes. La pandemia del cólera mórbida nos ayudó a la fe. Hoy la fe nuevamente es la que nos mueve y nos hace pedirle al ‘señor de la cuevita’ que nos sane, no solo al pueblo y a los ocho barrios (que conforman Iztapalapa) sino que sane a todo el mundo”, concluye.