El 18 de noviembre de 1963, en medio de un viaje de campaña, el presidente estadounidense John F. Kennedy le dijo al agente del Servicio Secreto Floyd Boring que los guardias que viajaban en las plataformas especiales instaladas al lado del maletero de su automóvil debían retroceder y seguirlo desde otro vehículo.

“Es excesivo, Floyd. Y está dando una impresión equivocada a la gente”, habría afirmado el mandatario. “Tenemos unas elecciones a la vuelta de la esquina. Se trata de que yo sea accesible a la gente”, habría añadido, según afirma la reportera del Washington Post Carol Leonnig en su nuevo libro ‘Zero Fail: The Rise and Fall of the Secret Service’, que saldrá a la venta este 18 de mayo.

Según la autora, que en su obra relata la historia presidencial desde el punto de vista del Servicio Secreto, la irritación de Kennedy ante la proximidad de los agentes no era inusual para quienes estaban protegidos por esa agencia federal, especialmente los presidentes de EE.UU. Sin embargo, después del asesinato de Kennedy cuatro días más tarde, algunos agentes se preguntaron si esa distancia extra respecto del coche presidencial les impidió salvar la vida del presidente de EE.UU.

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“Agentes del Servicio Secreto de Kennedy vieron a un hombre que cortejaba el peligro”

En el caso de Kennedy, su carisma personal y sus frecuentes devaneos con mujeres jóvenes lo convirtieron en un desafío especial para los agentes. “En privado, los agentes del Servicio Secreto de Kennedy vieron a un hombre que cortejaba el peligro”, escribe Leonnig, citada por New York Post, que tuvo acceso al libro. “Kennedy era extremadamente imprudente con su propia seguridad personal. Sus acciones hicieron que algunos de sus protectores se sintieran incómodos y algunos bastante enfadados. Profesionalmente, era su tarea más difícil”, subraya.

La reportera detalla que en aquel momento el Servicio Secreto de la Casa Blanca contaba con solo 34 guardias, de manera que, para poder cubrir la apretada agenda del presidente, los agentes trabajaban doble turno y en sus días libres, a menudo en lugar de una noche de sueño.

Además, Leonnig explica que a menudo el problema no era la falta de personal, sino el propio Kennedy, pues se deshacía de sus guardias en cualquier oportunidad, creyéndolos finalmente ineficaces. “Si alguien está tan loco como para querer matar a un presidente de EE.UU., puede hacerlo”, dijo el presidente a su portavoz. “Todo lo que debe estar dispuesto a hacer es a dar su vida por la del presidente”, declaró.

Los agentes también fueron testigos de “un desfile constante de secretarias, ‘vedettes’ e incluso prostitutas escoltadas hasta el dormitorio del presidente, en hoteles y en su residencia privada”, escribe la autora, que añade que a los guardias “no se les permitía preguntar los nombres de las mujeres”.
“¡Sabía que tenía que haber estado en la parte trasera de ese coche!”

Cuando Kennedy inició una gira de una semana en noviembre de 1963 por los estados de Florida y Texas, el Servicio Secreto ya estaba agotado después de meses de intensos viajes. Cuando atravesaron la ciudad de Dallas, los agentes que normalmente tenían que estar al lado del presidente se encontraban, por orden del propio Kennedy, a una distancia de un coche detrás de él.

Por su parte, Clint Hill, jefe de la escolta de la primera dama Jacqueline Kennedy, iba también en el auto de seguimiento, y al parecer fue el único guardaespaldas que oyó el primer disparo y se dio cuenta inmediatamente de lo que había ocurrido, al ver que el presidente “se llevaba las manos a ambos lados de la garganta”. “‘¡Sabía que tenía que haber estado en la parte trasera de ese coche!'”, pensó Hill. “Su cuerpo podría haber evitado que el asesino tuviera un tiro directo”, escribe Leonnig, que señala que los demás agentes oyeron el disparo, pero al principio se confundieron sobre la fuente y el objetivo.

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