Tenía 32 años y estaba dentro de una carpa, en una plaza pública, cuando recibió la noticia de que había ganado el premio Nobel de la Paz.

Era el año 2011 y Tawakkol Karman se había convertido no solo en una de las figuras de las protestas prodemocráticas en su país, Yemen, sino de la Primavera Árabe.

En la plaza de Taghyeer, en la capital yemení, Saná, se habían concentrado junto a ella miles de personas, la mayoría jóvenes, que exigían el fin del gobierno autoritario de Alí Abdalá Salé, que se había extendido por más de 30 años.

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Pero la lucha de esta periodista, a quien llaman “la madre de la Revolución”, se remonta a 2006, cuando empezó a salir semanalmente a protestar.

“Me dijeron que una sociedad tan conservadora como la yemení no podía ser cambiada. Algunos me dijeron que las mujeres no pueden cambiar la sociedad, pero mi padre me dijo que buscara las soluciones en vez de esperarlas”, contó en mayo en el Oslo Freedom Forum.

Fue así como agarró un megáfono para decirle a la gente que “despertara” y que se “levantara por sus derechos” y contra la “injusticia y la corrupción”.

Las autoridades -cuenta- llamaron a su familia: “Si no callan a su hija, nosotros la callaremos”. Para Karman, el silencio no era una opción.

Fue detenida, lo cual desató manifestaciones para exigir su liberación.

Las movilizaciones de 2011 condujeron a la renuncia de Salé, quien le entregó el poder a su vicepresidente, Abd Rabbuh Mansur Hadi.

Karman recuerda que hubo un proceso de diálogo nacional y un borrador de una nueva constitución que garantizaba los derechos humanos y la gobernabilidad, pero, explica, fuerzas “contrarrevolucionarias” y la influencia de otros países de la región minaron “nuestra voluntad de tener democracia, libertad y justicia”.

Su país, uno de los más pobres del mundo árabe, se ha desgarrado en una guerra civil.

Como en la Primavera Árabe, Karman insiste en el diálogo pacífico.

De hecho, el Nobel (que compartió con dos activistas liberianas) se le otorgó “por sus esfuerzos no violentos en la promoción de la paz y por su lucha por los derechos de las mujeres”.

Cuando ganó el Premio Nobel de la Paz tenía 32 años, ¿cómo cambió su vida?

Y tal vez, tengo suerte de no haber cambiado. La única variación radica en la cantidad de plataformas desde las que comparto mi misión y expreso mis opiniones y posiciones políticas.

Ahora se me hace fácil hablar con el mundo. Sin el premio Nobel, me hubiera resultado muy difícil hacerlo.

¿Cree que su Nobel cambió las percepciones, dentro y fuera del mundo árabe, de que las musulmanas pueden ser líderes y el motor de transformaciones sociales y políticas?

Seguramente. Durante los últimos años, he estado en muchos países y me he familiarizado con muchas experiencias de musulmanas y no musulmanas.

Cada vez estoy más convencida de que a la mujer musulmana no le falta nada para ser un elemento activo en las grandes transformaciones que están viviendo nuestros países árabes.

Me doy cuenta de que el monopolio del poder y de la riqueza en la región árabe reduce las oportunidades para que hombres y mujeres influyan en los cambios políticos o sociales.

Pero los acontecimientos han demostrado que las musulmanas pueden contribuir eficazmente a cualquier cambio importante.

Durante el estallido de las revoluciones de la Primavera Árabe, las mujeres se pararon junto a los hombres en plazas y mítines y eso constituyó un enorme apoyo para el movimiento de cambio en ese momento.

Es de notar que las mujeres enfrentan más opresión que los hombres. En general, las musulmanas pueden inspirarse en la experiencia exitosa y en el conocimiento de otras mujeres, sin importar si son musulmanas o no.

En gran medida, los problemas de las mujeres son similares en todo el mundo. Sin duda existen diferencias, pero, en general, las mujeres tienen en común el ser excluidas y marginadas y que sus derechos sociales, políticos y económicos sean atacados.

La Primavera Árabe fue un momento histórico que le dio esperanza a millones de personas en su país y en el mundo árabe. Once años después ¿cuál es su visión de ese proceso?

Por mucho tiempo, todos pensaron que el mundo árabe no se rebelaría y que las sociedades árabes son por naturaleza propensas a la tiranía, resistentes a los valores democráticos. Sin embargo, las revoluciones de la Primavera Árabe vinieron a refutar todas esas percepciones.

La Primavera Árabe, independientemente de lo que pasara después, indica que los pueblos de la región tienen un deseo abrumador por lograr un cambio real y por poner fin a décadas de tiranía.

Esto nos lleva a entender por qué los patrocinadores de las contrarrevoluciones dependen de la crueldad, la violencia y la venganza como medios para hacerle frente a todo lo relacionado con las revoluciones.

Tienen mucho miedo de que haya nuevos levantamientos populares.

Creo que las revoluciones de la Primavera Árabe surgieron como una necesidad de lograr una transición democrática. No obstante, la conspiración fue terriblemente fea y por eso insistimos más en no rendirnos y en continuar persiguiendo nuestro sueño de cambio.

Transformar nuestros países en escenarios de caos, guerras y centros de detención no debe hacernos abandonar nuestros sueños de establecer estados democráticos que respeten los derechos humanos y las libertades.

Ocho años de guerra en su país han causado lo que Naciones Unidas llaman “la peor crisis humanitaria del mundo”, pero usted ha dicho que “el mundo no ha hecho nada para detener las atrocidades contra los yemenís”. ¿Por qué dice que “las grandes potencias han hecho la vista gorda”?

Hemos escuchado repetidamente declaraciones de Estados Unidos y de Occidente sobre el sufrimiento de los yemenís y de que la guerra debe terminar.

El mismo [Joe] Biden ha hablado sobre la guerra en Yemen y ha declarado su deseo de detener esta tragedia. En ese contexto, se nombró un enviado estadounidense para Yemen. Pero nada ha cambiado. Por desgracia, Yemen ha sido abandonado.

Durante ocho años, Yemen ha estado controlado por regímenes, a saber, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, que siguen una política basada en la intriga y están impulsados por ambiciones egoístas y un odio sin fin.

Ninguna persona en su sano juicio esperaría un comportamiento responsable de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Irán. Mi país ha caído bajo la influencia de estos regímenes tiránicos.

Estados Unidos y los gobiernos occidentales deben actuar de manera responsable. Yemen no debería ser parte de las negociaciones del acuerdo nuclear iraní. Es una vergüenza.

Yemen no debería ser un juego en manos de los gobernantes en Abu Dabi y Riad. Semejante política tan disparatada ha llevado al desgarramiento del país y a un conflicto permanente en la región.

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En marzo, usted dijo que la invasión rusa de Ucrania es “un acontecimiento que completa el círculo de regresión democrática”. En general, ¿cuál cree que es la mayor amenaza para la democracia en este momento? ¿Podemos salir de ese círculo de regresión democrática?

Sí, he señalado el hecho de que la invasión rusa de Ucrania completará el ciclo de regresión democrática que comenzó con la complicidad de los gobiernos occidentales y su apoyo a los regímenes autoritarios en sus guerras contra nuestra Primavera Árabe.

Se hizo la vista gorda ante la guerra devastadora y loca que libraba Putin en Siria para salvar al dictador tiránico Bashar al Assad. Siria ha sido invadida y decenas de miles de ciudadanos sirios han sido asesinados.

La guerra allí fue contra lo que los sirios querían y contra su deseo de que su país fuera un estado democrático y no un estado feudal, propiedad de una familia que monopoliza el poder sin ningún derecho.

‏Putin no fue condenado por lo que estaba haciendo en Siria, y eso me llevó a pensar que lo cometería en cualquier otro país.

Las aventuras de Putin debieron haberse frenado cuando comenzaron. Creo que las cosas no habrían empeorado tanto como lo están ahora.‏

También dijo que “si solo 20 por ciento de esta campaña global de boicot, aislamiento y sanciones lanzada por Occidente para enfrentar la invasión rusa de Ucrania hubiese sido dirigida contra Irán y sus milicias en Siria y contra la invasión rusa de Siria, no hubiéramos visto a Rusia invadir Ucrania”. ¿Según usted, el mundo en este momento es en parte consecuencia de la falta de apoyo de Occidente a la Primavera Árabe?

Sí, el régimen de Putin se lo habría pensado mucho antes de invadir Ucrania si hubiera enfrentado una oposición real a su intervención en Siria.

Nuestro proverbio árabe dice: “Aquellos que se sienten a salvo del castigo se portan mal”. Occidente tuvo una oportunidad histórica de apoyar la transición democrática en la región árabe, que hubiera establecido relaciones sanas en beneficio de todos.

Sin embargo, me parece que los gobiernos occidentales les tienen miedo a las democracias árabes. Lamentablemente, sus actitudes hacia las revoluciones de la Primavera Árabe han confirmado esta creencia.

En un discurso este año, usted dijo que “el cambio hacia la democracia y la libertad no solo es posible, es inevitable”. Señaló que el tiempo está de su lado y que usted está en “el lado correcto de la historia”, que los dictadores son los que tienen miedo, “saben que su tiempo es limitado”. ¿Cómo le da esperanza a millones de personas que viven en regímenes autoritarios en diferentes partes del mundo?

Cuanto más brutal y cruel es un dictador, más segura estoy de su inminente fin. Las dictaduras nunca continúan indefinidamente. En su mayoría, estos regímenes fracasan económicamente. En vez de reformarse, llevan a cabo campañas de detenciones contra sus oponentes y, a veces, contra sus propios partidarios.

Las dictaduras no tienen ningún proyecto de desarrollo ni de empoderamiento para las personas en lo que respecta a sus derechos políticos y económicos. Lo único que tienen es opresión, y ahogan a sus países en deudas. De hecho, un dictador trabaja inconscientemente para crear factores que acabarán con su gobierno y tiranía.

Algo más, creo que la justicia de Dios y la capacidad de cambio de las personas es mucho más fuerte que la capacidad de supervivencia del dictador.

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